sábado, 12 de octubre de 2013

HA LLEGADO LA HORA.


 (Un pueblo sano, no se rinde nunca. Tenemos que ponernos manos a la obra. Tenemos que reconocer que no solamente la clase política, nefasta en general, tiene la culpa de todos nuestros males. También nosotros, unos más y otros menos, hemos hecho menos de lo debido.

Mucha mediocridad, miedo al agresivo avance de minorías sectarias, silencio cómodo y culpable. Y miedo a ser 'políticamente incorrecto'.

Pero hay que levantarse. Y levantar la casa común. Basta de lamentos. Cada uno, en la medida de sus posibilidades, que piense si se comporta como un buen ciudadano y actúe en consecuencia.

Y apoye a los políticos que crea dignos de ser apoyados. Yo, por ejemplo, apoyaría a Albert Rivera si viviera en Cataluña. Aunque nadie es perfecto, creo que UPyD es mejor opción que el PP. Y, por supuesto, mejor que el PSOE. 

Incluso en los dos grandes partidos hay excepciones. Creo que Esperanza Aguirre y Vidal Quadras lo son. Aunque no tienen poder. Hoy por hoy. Y Joaquín Leguina por el PSOE.

Pero los dos partidos, supuestamente nacionales, han traicionado a sus votantes, a la Constitución y a España. Cada uno con su respectiva cuota de responsabilidad.

Usted verá. Nos jugamos el presente y el futuro. Nuestro y de nuestros hijos.)








HISPANIDAD SIN ESPAÑA.

Celebramos el Pilar, el día de todos los que nos sentimos parte de la cultura hispana, con la Madre Patria patas arriba, la casa hecha unos zorros, una significativa parte de nuestros connacionales deseando dejar de serlo y unos partidos nacionales – el PP y el PSOE– sin tener muy claro quiénes son ni adónde van. Son tiempos de desesperanza, empantanados como estamos en una crisis económica que nos ahoga desde hace años, que tritura poco a poco a nuestra clase media y que se lo pone muy difícil a unos jóvenes que deberían estar iniciando su vida profesional y a punto de constituir una familia. Esa vieja institución que está aguantando lo que no está escrito el drama del desempleo.

La crisis económica puede haber tocado fondo, pero el repunte se hará esperar y más aún si el Gobierno no se decide, de una vez por todas, a recortar el gasto público. Tenemos más Estado del que necesitamos, y más caro de lo que podemos pagar. Mantenerlo en pie es una garantía de impuestos altos, de asfixia de nuestras familias y de nuestro tejido industrial. Rajoy pudo atajar el problema al poco de llegar, pero le faltó valor, convicción o ambas cosas. Ahora, perdida ya la autoridad ante los dirigentes regionales de su partido por su forma de llevar la crisis catalana, difícilmente se atreverá a dar el paso. Será el gran fiasco de la vicepresidenta, responsable de una reforma de las Administraciones que apenas si ha dado sus primeros pasos.

Pero la crisis económica, con todo lo que ello implica, no es nuestro principal problema. Nuestro sistema político hace aguas, violada la Constitución, roto el consenso nacional y con unos índices de corrupción e incompetencia política desconocidos por estos lares. 

Aquí no hemos tocado fondo, lo peor está por llegar y hay que mentalizarse para poder afrontar una crisis de gran envergadura.

En este escenario, los dos partidos nacionales han abandonado a sus votantes tradicionales para tomar derivas suicidas. Estos, hartos, salen de su letargo, retiran su confianza a las maquinarias partidistas y comienzan a dar primeras muestras de movilización. Los españoles corren el velo de la corrección política impuesta y claramente proclaman su voluntad de ser plenamente españoles, así como su hartazgo de tanta indulgencia con quien, abusando de una condición de privilegio, incumple la ley, viola la libertad individual y pone en peligro la convivencia.

Lejanos quedan los días en que España asumía con autoridad el liderazgo de la comunidad iberoamericana, como modelo de transición a la democracia, de reforma económica, de espacio para el desarrollo empresarial. Días en que nuestra diplomacia hacía de puente entre estas naciones, la Unión Europea y Estados Unidos. 

Cuando, bajo la autoridad de la Corona, principio de legitimidad histórica y "motor del cambio", nuestras empresas asumían inversiones tan cuantiosas como estratégicas en Iberoamérica, uniendo así nuestros destinos. Hoy nuestra imagen es otra, la de un país desmoralizado, en profunda crisis económica, con una corrupción que afecta por igual, como partes de un todo, a partidos, sindicatos, jueces, empresarios, medios de comunicación e, incluso, a la propia Corona. No tenemos autoridad ni poder. Somos ejemplo de lo que no hay que hacer, porque sólo nosotros somos responsables de nuestra triste situación. Unos por acción y otros por dejación.

Lo hispano gana posiciones en el mundo, aprovechando unas circunstancias históricas muy positivas. En algún momento, no sé cuándo, seremos capaces de poner la casa en orden y de reincorporarnos plenamente a la comunidad de naciones iberoamericanas. Las viejas políticas ya son anacrónicas y para entonces lo serán mucho más. Habrá que establecer una nueva agenda… pero ahora "lo que toca" es ocuparnos del propio suelo, refundar un sistema político que se ha venido abajo por la traición y deslealtad de quienes debían protegerlo y de muchos españoles que de forma irresponsable aplaudieron sus actos.
 
Unos por prejuicios ideológicos, otros por arteras intenciones, aplaudieron políticas inconsistentes, inmorales y estúpidas, que nos abocaron a la situación en que nos hallamos. Toca reconstruir la casa común, desde los cimientos hasta la azotea.

(Florentino Portero/ld)

1 comentario:

Arcoiris dijo...

Son dos millones escasos. Catalanistas que quieren imponer sus normas y un Parlament que las aplique sobre una compleja sociedad pluricultural, son algo menos de dos millones y no todos ellos querrían ser independientes con todas sus consecuencias. No creo que sea difícil el cálculo ni creo errar apenas en su estimación: basta con valorar las sucesivas votaciones para el Parlament o el resultado de las para el Estatut d’Autonomia del 2006. En esta ocasión optaron por el Sí tantos como 1.882.533 ciudadanos; por el No, 528.745; hubo 135.982 votos en blanco y otros 22.996 nulos. Se pronunciaron, en definitiva, 2.570.256 personas… para un censo electoral total de 5.201.715 almas. Ganó, como siempre en Cataluña, repito, SIEMPRE, la abstención: un 50,6% es decir, 2.631.459 criaturas consideraron que no merecía el tema la molestia de mover su culo del sillón. Sin duda, no eran catalanistas. Uno se imagina que éstos proceden como una sola voluntad y responden fielmente a la voz que les reclame a participar o a manifestarse. (Es lo que se conoce como actuar por "una nimiedad", ¿no?). Son muchos pero no son todos, ni de lejos. Responden masivamente a todas las citas y se les desplaza con prontitud y eficacia, así que parecen más, que estén en todas partes y que ocupen todas las grandes alamedas (“… por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor…”, como diría Allende), algo así como los “abertzales” vascos, cuando habríamos de recordar las palabras del personaje de Blasco Ibáñez en “El intruso”: “… Nuestra empresa es algo difícil por la continua inmigración de gentes, que traen con ellas las malas costumbres de España. Lo peorcito de cada casa, que viene aquí a trabajar y hacer fortuna. Son intrusos que toman por asalto el noble solar de Vizcaya. Cada vez son más: en Bilbao hay que buscar casi con candil los apellidos vascongados. Todos son Martínez o García, y se habla menos el vascuence que en Madrid…” Esto, escrito y firmado a principios del siglo pasado.
Sólo son, ahora, casi dos millones. Sin embargo, algunos de ellos han de ser tan poderosos que los sucesivos gobiernos de España se les han rendido y les han cumplido todos sus caprichos. Ya va siendo hora, como avisa algún potencial joven líder, de que los indiferentes, los acomodados, los poco informados, aquellos que no se sienten suficientemente representados por nuestros políticos y sus partidos, la mayoritaria abstención catalana, en definitiva, pongamos pies en pared y revirtamos la actual coyuntura política y recuperemos un Parlament que debe de legislar para todos los ciudadanos de esta tierra. Porque sería lo más justo. Y porque somos más.