(Querida Inés- y perdona la confianza-, no dudes de que la inmensa mayoría de españoles sabemos distinguir entre catalanes y catalanistas.
Sabemos admirar y querer a personas como tú, y tantos otros, que defendéis la libertad, la convivencia pacífica y el pluralismo en circunstancias muy adversas.
Y sabemos reconocer a los sembradores de odio, que han obligado a emigrar a muchos catalanes y que tratan de enfrentarnos. Que dividen entre buenos catalanes- los independentistas- y los otros. Los 'traidores'.
Y lamentamos mucho que Rajoy no tenga talla de estadista y no sepa defenderos como os merecéis.
Pero estamos a vuestro lado. Somos compatriotas. No podría ser de otro modo.
¡Ánimo!
Con cariño y admiración.
Sebastián Urbina.)
S.O.S. ESPAÑA.
Sin duda, además de la económica, la principal consecuencia negativa del separatismo catalán es la confrontación social que genera entre los catalanes.
En Cataluña desgraciadamente este es un hecho que cada vez es más palpable. Les aseguro que este año muchas cenas de Navidad se verán amargadas por las discrepancias políticas; y me refiero a algo que va mucho más allá de lo que puede ocurrir en cualquier sitio.
Pero si eso es algo que los que vivimos en Cataluña lo tenemos más que comprobado, lo que tenemos que evitar también ahora es la confrontación con el resto de ciudadanos de España.
Entiendo que cuando un andaluz, un asturiano o un madrileño escuchan determinadas declaraciones de Artur Mas, de Oriol Junqueras, de algunos tertulianos de la televisión pública catalana o de otros miembros del separatismo oficial (del tipo: España nos roba, España nos asfixia, Estado opresor, maltrato fiscal a Cataluña, maltrato cultural, etc.), sientan cierto resquemor. E incluso que cuando vean, a título de ejemplo, que CiU lanza un cartel que dice textualmente "La España subsidiada vive a costa de la Cataluña productiva" a alguien le pueda entrar ganas de soltar un improperio.
Pero lo que no podemos permitir es que este tipo de comentarios o campañas lanzadas desde el separatismo catalán hagan perder la perspectiva a nuestros compatriotas del resto de España.
Cataluña no es el separatismo. Debemos distinguir la Cataluña oficial (falsamente homogénea) de la real (absolutamente plural). Distinguir a los gobernantes de Cataluña (y todas sus herramientas) del conjunto de los ciudadanos catalanes.
Esa imagen que pretenden vender de "El pueblo catalán no se siente español y ansía la independencia" es falsa. Nosotros, los ciudadanos de Cataluña que también nos sentimos españoles y que queremos seguir siéndolo, somos también Cataluña.
En el resto de España se escucha a Mas, a Junqueras o a Duran i Lleida, pero no llega el relato de personas catalanas anónimas que reconocen que no se hablan desde hace un año con su cuñado por este asunto; que no les han renovado en su empresa por estar en Ciutadans o profesores universitarios que no darán clase el año que viene tras participar en actos de los partidos que defendemos la unión. O peor, padres que nos vienen escandalizados con las cosas que a sus hijos les enseñan en el colegio.
Y esas personas, también catalanas, piden ayuda y lanzan un simbólico S. O. S.
Ante los continuos desafíos secesionistas de los sucesivos Gobiernos de la Generalitat, muchos ciudadanos de otros lugares de España piden al Gobierno central que reaccione y que no mire para otro lado, como está haciendo hasta ahora, pensando que el problema se va a solucionar solo. Hasta ahí estamos totalmente de acuerdo.
Ahora bien, esa reacción puede ser de diferente tipo.
Antes de apostar por una solución piensen que lo que le ocurra a Cataluña lo pagará el conjunto de los ciudadanos catalanes.
Por poner un ejemplo: somos conscientes de que Cataluña es la comunidad autónoma que más dinero ha recibido del Fondo de Liquidez Autonómico y, por supuesto, estamos de acuerdo en un mayor control del dinero enviado por parte del Gobierno de España para que no se gaste en alimentar al separatismo. Yo tampoco quiero que todos los españoles den dinero a la Generalitat para mantener organismos públicos duplicados o televisiones públicas carísimas que son instrumentos políticos mientras se cierran quirófanos. Y tampoco quiero que en Cataluña no se cumplan sentencias mientras se exige buena parte del pastel.
Pero no quiero que los servidores públicos, o que los autónomos y las empresas que han trabajado para la Administración, no puedan cobrar; que se cierren hospitales, que no haya material escolar ni profesores o que se deje de atender a la población que realmente lo está pasando mal.
El separatismo catalán no es solo un problema de Cataluña, ni de los catalanes, es un problema de toda España y de todos los españoles.
No caigamos en su juego. Esto no es "España contra Cataluña". Porque les aseguro que aquí nos habrán ganado ellos por experiencia, convicción y fullería. Al separatismo le interesa también dar visibilidad a esta confrontación en ambos sentidos porque así alimentan la idea de "Nos queremos ir de España porque, además de robarnos, nos odian".
Cataluña, como el resto de España, vale mucho la pena. Maravillosa tierra y maravillosa gente. Solo así se entienden nuestras ganas de seguir viviendo aquí cuando prácticamente somos el enemigo a batir.
Los que estamos acostumbrados en Cataluña a defender también al resto de España, nos encontramos últimamente con que allí tenemos que defender también a Cataluña y a los catalanes.
No nos dejen solos, no nos abandonen; nosotros, los que nos sentimos catalanes y españoles, somos Cataluña pero ojo, que también somos España.
Escribiendo esto me surge una última reflexión. El órgano censor del Consejo del Audiovisual de Cataluña (CAC) intenta coartar nuestra libertad de expresión y a los diputados de Ciutadans nos incluye en listas negras por supuestamente "fomentar el odio hacia Cataluña"; pues que sepan que tenemos el firme propósito de seguir fomentando el amor, el respeto y el cariño hacia Cataluña. Mal que les pese.
Sabemos admirar y querer a personas como tú, y tantos otros, que defendéis la libertad, la convivencia pacífica y el pluralismo en circunstancias muy adversas.
Y sabemos reconocer a los sembradores de odio, que han obligado a emigrar a muchos catalanes y que tratan de enfrentarnos. Que dividen entre buenos catalanes- los independentistas- y los otros. Los 'traidores'.
Y lamentamos mucho que Rajoy no tenga talla de estadista y no sepa defenderos como os merecéis.
Pero estamos a vuestro lado. Somos compatriotas. No podría ser de otro modo.
¡Ánimo!
Con cariño y admiración.
Sebastián Urbina.)
S.O.S. ESPAÑA.
Sin duda, además de la económica, la principal consecuencia negativa del separatismo catalán es la confrontación social que genera entre los catalanes.
En Cataluña desgraciadamente este es un hecho que cada vez es más palpable. Les aseguro que este año muchas cenas de Navidad se verán amargadas por las discrepancias políticas; y me refiero a algo que va mucho más allá de lo que puede ocurrir en cualquier sitio.
Pero si eso es algo que los que vivimos en Cataluña lo tenemos más que comprobado, lo que tenemos que evitar también ahora es la confrontación con el resto de ciudadanos de España.
Entiendo que cuando un andaluz, un asturiano o un madrileño escuchan determinadas declaraciones de Artur Mas, de Oriol Junqueras, de algunos tertulianos de la televisión pública catalana o de otros miembros del separatismo oficial (del tipo: España nos roba, España nos asfixia, Estado opresor, maltrato fiscal a Cataluña, maltrato cultural, etc.), sientan cierto resquemor. E incluso que cuando vean, a título de ejemplo, que CiU lanza un cartel que dice textualmente "La España subsidiada vive a costa de la Cataluña productiva" a alguien le pueda entrar ganas de soltar un improperio.
Pero lo que no podemos permitir es que este tipo de comentarios o campañas lanzadas desde el separatismo catalán hagan perder la perspectiva a nuestros compatriotas del resto de España.
Cataluña no es el separatismo. Debemos distinguir la Cataluña oficial (falsamente homogénea) de la real (absolutamente plural). Distinguir a los gobernantes de Cataluña (y todas sus herramientas) del conjunto de los ciudadanos catalanes.
Esa imagen que pretenden vender de "El pueblo catalán no se siente español y ansía la independencia" es falsa. Nosotros, los ciudadanos de Cataluña que también nos sentimos españoles y que queremos seguir siéndolo, somos también Cataluña.
En el resto de España se escucha a Mas, a Junqueras o a Duran i Lleida, pero no llega el relato de personas catalanas anónimas que reconocen que no se hablan desde hace un año con su cuñado por este asunto; que no les han renovado en su empresa por estar en Ciutadans o profesores universitarios que no darán clase el año que viene tras participar en actos de los partidos que defendemos la unión. O peor, padres que nos vienen escandalizados con las cosas que a sus hijos les enseñan en el colegio.
Y esas personas, también catalanas, piden ayuda y lanzan un simbólico S. O. S.
Ante los continuos desafíos secesionistas de los sucesivos Gobiernos de la Generalitat, muchos ciudadanos de otros lugares de España piden al Gobierno central que reaccione y que no mire para otro lado, como está haciendo hasta ahora, pensando que el problema se va a solucionar solo. Hasta ahí estamos totalmente de acuerdo.
Ahora bien, esa reacción puede ser de diferente tipo.
Antes de apostar por una solución piensen que lo que le ocurra a Cataluña lo pagará el conjunto de los ciudadanos catalanes.
Por poner un ejemplo: somos conscientes de que Cataluña es la comunidad autónoma que más dinero ha recibido del Fondo de Liquidez Autonómico y, por supuesto, estamos de acuerdo en un mayor control del dinero enviado por parte del Gobierno de España para que no se gaste en alimentar al separatismo. Yo tampoco quiero que todos los españoles den dinero a la Generalitat para mantener organismos públicos duplicados o televisiones públicas carísimas que son instrumentos políticos mientras se cierran quirófanos. Y tampoco quiero que en Cataluña no se cumplan sentencias mientras se exige buena parte del pastel.
Pero no quiero que los servidores públicos, o que los autónomos y las empresas que han trabajado para la Administración, no puedan cobrar; que se cierren hospitales, que no haya material escolar ni profesores o que se deje de atender a la población que realmente lo está pasando mal.
El separatismo catalán no es solo un problema de Cataluña, ni de los catalanes, es un problema de toda España y de todos los españoles.
No caigamos en su juego. Esto no es "España contra Cataluña". Porque les aseguro que aquí nos habrán ganado ellos por experiencia, convicción y fullería. Al separatismo le interesa también dar visibilidad a esta confrontación en ambos sentidos porque así alimentan la idea de "Nos queremos ir de España porque, además de robarnos, nos odian".
Cataluña, como el resto de España, vale mucho la pena. Maravillosa tierra y maravillosa gente. Solo así se entienden nuestras ganas de seguir viviendo aquí cuando prácticamente somos el enemigo a batir.
Los que estamos acostumbrados en Cataluña a defender también al resto de España, nos encontramos últimamente con que allí tenemos que defender también a Cataluña y a los catalanes.
No nos dejen solos, no nos abandonen; nosotros, los que nos sentimos catalanes y españoles, somos Cataluña pero ojo, que también somos España.
Escribiendo esto me surge una última reflexión. El órgano censor del Consejo del Audiovisual de Cataluña (CAC) intenta coartar nuestra libertad de expresión y a los diputados de Ciutadans nos incluye en listas negras por supuestamente "fomentar el odio hacia Cataluña"; pues que sepan que tenemos el firme propósito de seguir fomentando el amor, el respeto y el cariño hacia Cataluña. Mal que les pese.
Inés Arrimadas, diputada de Ciudadanos (C’s) en el Parlamento de Cataluña.
(ld).
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CATALUÑA DEBE SABER LO QUE CUESTA EL SEPARATISMO.
Réplica a Inés Arrimadas 2013-12-23.
No es cómodo ser antipático. Pero, a veces, hay que serlo; aunque tras leer un artículo tan emotivo y de sólida apariencia como el "S.O.S. España" de Inés Arrimadas, diputada de Ciudadanos, cueste un poco más.
Sin embargo, creo que si el llamado "problema catalán" ha llevado a España a la situación extrema que hoy vemos y que, sin duda, hemos de ver empeorar, es porque desde hace años venimos utilizando un argumento que está equivocado de raíz. Lamento ser tan desagradable, pero lo que plantea la diputada de Ciudadanos no es distinto, en sus consecuencias, de lo que viene consiguiendo Convergència i Unió desde hace tres décadas.
Por supuesto, hay una diferencia moral: Inés Arrimadas plantea con sinceridad un argumento político: no podemos dejar solos a los catalanes españoles, muchos tan admirables como los de Ciudadanos. Pero ese sentir nacional supone un argumento de favor económico: todos los catalanes, y muy especialmente los unionistas, no deben pagar los desafíos separatistas.
Lo que plantea Durán, como antes Pujol o el PSC, es lo contrario: somos separatistas, despreciamos España, vamos a romperla y a destruirla, pero, de momento, no lo haremos si nos dais un trato de favor económico.
Es decir, que bien porque una parte importante de Cataluña, la no oficial, se siente española, bien porque otra parte, la mayoritaria y oficial, odia a España, los españoles debemos aceptar que los catalanes tengan una serie de privilegios económicos -los 27.000 millones de euros del FLA que cita en su artículo Inés Arrimadas-. Hay que pagar por lo que nos quieren y hay que pagar por lo que nos odian. Yo no sé si eso es amor, pero, desde luego, me reconocerá la diputada de Ciudadanos que es muy mal negocio.
Insisto en que no establezco un paralelismo entre CiU y Ciudadanos. Pocas cosas me producen tanta repugnancia como el separatismo catalán y muy pocas me parecen tan admirables, tan formidables y tan emocionantes como el unionismo catalán y español que representa Ciudadanos. Pero el resultado de políticas tan opuestas es –hoy por hoy– muy semejante.
Claro que con Rivera en vez de Mas al frente de la Generalidad las cosas serían distintas. El sistema vigente, que tiene como pilar esencial la desigualdad de los españoles, siempre en favor de los separatistas, desaparecería. Pero lo que nos vienen diciendo los voceros políticos y mediáticos de Pujolandia –ente fantasmal pero también real, no en balde y gracias a su fuerza en las urnas representa oficialmente a Cataluña desde hace más de tres décadas– es que para conservar el Estado que alberga a la nación española debemos renunciar a la base misma de la nación como ser político, que es la igualdad de todos los ciudadanos ante la ley.
Y ello, porque los que no se sienten españoles sólo aceptan el Estado a costa de su vaciado nacional y sólo admiten la legalidad constitucional reservándose el derecho a no aplicarla. O sea, que aceptamos la cáscara de la legalidad española a cambio de que la yema de las leyes y la clara de los reglamentos quede a cargo de unos cocineros que hacen del odio a España el plato único de su gastronomía.
Nada quisiera yo menos que ofender a Inés Arrimadas, y encima en Nochebuena, pero lo que nos plantea Ciudadanos es que, por amor a la nación o a nuestros connacionales más asediados –los catalanes– debemos mantener esa política de Estado que, desde 1978, consiste en dar privilegios económicos a cambio de plazos políticos. Y eso es lo que hoy supone no intervenir la autonomía pese a su deliberada incapacidad para reducir el déficit, cuyo coste recae sobre el común de los españoles, y no anular una Generalidad golpista que se ha situado abiertamente fuera de la Ley.
Yo entiendo que a un partido político, aunque sea Ciudadanos, le sea difícil defender en plena campaña electoral –la que vive y vivirá Cataluña– el fin de la ayuda económica del Estado. Tampoco es imposible. UPyD ha defendido desde el principio que, por coherencia nacional, hay que acabar con el Concierto Económico Vasco y Navarro. Y, salvo en Cataluña, la votan.
Si no se entiende que lo que cabría llamar Desconcierto Económico Catalán es el fruto del chantaje que alimenta y engorda al separatismo no acabaremos nunca con los chantajistas y con sus cómplices de Madrid. No es posible separar de modo finalista las partidas presupuestarias, de forma que al pagar los quirófanos y la Seguridad Social se pagan también TV3 y la Catastassi o CAC. Sólo interviniendo la Autonomía podría el Estado, en rigor España, pagar las nóminas de los funcionarios y no las de los sicarios.
Cuando una sociedad se hace adicta al opio del nacionalismo, como Alemania en los años 30 y, en términos más banales pero no menos letales, Cataluña en los últimos treinta años, temo que sólo la dureza de la derrota, el batacazo de una sociedad, convencerá a los adictos de que la droga mata.
La enfermedad nacionalista, el separatismo como excusa para todo, el odio como herramienta de cohesión social, lo pagará esa sociedad catalana que disfruta mayoritariamente de su enfermedad moral. Si sirve de consuelo, no será la única. Igual que viene pagando el chantaje separatista, pagará y muy caro la sociedad española su abulia y su vagancia con la quiebra nacional. Unos, advertidos, lo vivirán con melancolía; otros, ahora felices, se darán contra el suelo de la realidad, donde las ideas siniestras terminan su vuelo gallináceo.
Como toda España, Cataluña deberá aprender lo que cuesta jugar a destruir Estados y a inventar naciones. Me gustaría que lo que cuesta el separatismo lo aprendiera antes –o sea, ahora– y no después. Por eso creo que hay que intervenir cuando el escarmiento resulta instructivo, no cuando sólo puede trasladar al sentimiento la evidencia de la calamidad.
Pero esta reflexión no es ya de Nochebuena. Felices Pascuas, Inés, y Próspero Año Nuevo a todos los compatriotas de Ciudadanos en Cataluña.
(ld).
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CATALUÑA DEBE SABER LO QUE CUESTA EL SEPARATISMO.
Réplica a Inés Arrimadas 2013-12-23.
No es cómodo ser antipático. Pero, a veces, hay que serlo; aunque tras leer un artículo tan emotivo y de sólida apariencia como el "S.O.S. España" de Inés Arrimadas, diputada de Ciudadanos, cueste un poco más.
Sin embargo, creo que si el llamado "problema catalán" ha llevado a España a la situación extrema que hoy vemos y que, sin duda, hemos de ver empeorar, es porque desde hace años venimos utilizando un argumento que está equivocado de raíz. Lamento ser tan desagradable, pero lo que plantea la diputada de Ciudadanos no es distinto, en sus consecuencias, de lo que viene consiguiendo Convergència i Unió desde hace tres décadas.
Por supuesto, hay una diferencia moral: Inés Arrimadas plantea con sinceridad un argumento político: no podemos dejar solos a los catalanes españoles, muchos tan admirables como los de Ciudadanos. Pero ese sentir nacional supone un argumento de favor económico: todos los catalanes, y muy especialmente los unionistas, no deben pagar los desafíos separatistas.
Lo que plantea Durán, como antes Pujol o el PSC, es lo contrario: somos separatistas, despreciamos España, vamos a romperla y a destruirla, pero, de momento, no lo haremos si nos dais un trato de favor económico.
Es decir, que bien porque una parte importante de Cataluña, la no oficial, se siente española, bien porque otra parte, la mayoritaria y oficial, odia a España, los españoles debemos aceptar que los catalanes tengan una serie de privilegios económicos -los 27.000 millones de euros del FLA que cita en su artículo Inés Arrimadas-. Hay que pagar por lo que nos quieren y hay que pagar por lo que nos odian. Yo no sé si eso es amor, pero, desde luego, me reconocerá la diputada de Ciudadanos que es muy mal negocio.
Insisto en que no establezco un paralelismo entre CiU y Ciudadanos. Pocas cosas me producen tanta repugnancia como el separatismo catalán y muy pocas me parecen tan admirables, tan formidables y tan emocionantes como el unionismo catalán y español que representa Ciudadanos. Pero el resultado de políticas tan opuestas es –hoy por hoy– muy semejante.
Claro que con Rivera en vez de Mas al frente de la Generalidad las cosas serían distintas. El sistema vigente, que tiene como pilar esencial la desigualdad de los españoles, siempre en favor de los separatistas, desaparecería. Pero lo que nos vienen diciendo los voceros políticos y mediáticos de Pujolandia –ente fantasmal pero también real, no en balde y gracias a su fuerza en las urnas representa oficialmente a Cataluña desde hace más de tres décadas– es que para conservar el Estado que alberga a la nación española debemos renunciar a la base misma de la nación como ser político, que es la igualdad de todos los ciudadanos ante la ley.
Y ello, porque los que no se sienten españoles sólo aceptan el Estado a costa de su vaciado nacional y sólo admiten la legalidad constitucional reservándose el derecho a no aplicarla. O sea, que aceptamos la cáscara de la legalidad española a cambio de que la yema de las leyes y la clara de los reglamentos quede a cargo de unos cocineros que hacen del odio a España el plato único de su gastronomía.
Nada quisiera yo menos que ofender a Inés Arrimadas, y encima en Nochebuena, pero lo que nos plantea Ciudadanos es que, por amor a la nación o a nuestros connacionales más asediados –los catalanes– debemos mantener esa política de Estado que, desde 1978, consiste en dar privilegios económicos a cambio de plazos políticos. Y eso es lo que hoy supone no intervenir la autonomía pese a su deliberada incapacidad para reducir el déficit, cuyo coste recae sobre el común de los españoles, y no anular una Generalidad golpista que se ha situado abiertamente fuera de la Ley.
Yo entiendo que a un partido político, aunque sea Ciudadanos, le sea difícil defender en plena campaña electoral –la que vive y vivirá Cataluña– el fin de la ayuda económica del Estado. Tampoco es imposible. UPyD ha defendido desde el principio que, por coherencia nacional, hay que acabar con el Concierto Económico Vasco y Navarro. Y, salvo en Cataluña, la votan.
Si no se entiende que lo que cabría llamar Desconcierto Económico Catalán es el fruto del chantaje que alimenta y engorda al separatismo no acabaremos nunca con los chantajistas y con sus cómplices de Madrid. No es posible separar de modo finalista las partidas presupuestarias, de forma que al pagar los quirófanos y la Seguridad Social se pagan también TV3 y la Catastassi o CAC. Sólo interviniendo la Autonomía podría el Estado, en rigor España, pagar las nóminas de los funcionarios y no las de los sicarios.
Cuando una sociedad se hace adicta al opio del nacionalismo, como Alemania en los años 30 y, en términos más banales pero no menos letales, Cataluña en los últimos treinta años, temo que sólo la dureza de la derrota, el batacazo de una sociedad, convencerá a los adictos de que la droga mata.
La enfermedad nacionalista, el separatismo como excusa para todo, el odio como herramienta de cohesión social, lo pagará esa sociedad catalana que disfruta mayoritariamente de su enfermedad moral. Si sirve de consuelo, no será la única. Igual que viene pagando el chantaje separatista, pagará y muy caro la sociedad española su abulia y su vagancia con la quiebra nacional. Unos, advertidos, lo vivirán con melancolía; otros, ahora felices, se darán contra el suelo de la realidad, donde las ideas siniestras terminan su vuelo gallináceo.
Como toda España, Cataluña deberá aprender lo que cuesta jugar a destruir Estados y a inventar naciones. Me gustaría que lo que cuesta el separatismo lo aprendiera antes –o sea, ahora– y no después. Por eso creo que hay que intervenir cuando el escarmiento resulta instructivo, no cuando sólo puede trasladar al sentimiento la evidencia de la calamidad.
Pero esta reflexión no es ya de Nochebuena. Felices Pascuas, Inés, y Próspero Año Nuevo a todos los compatriotas de Ciudadanos en Cataluña.
(
F. Jiménez Losantos/ld).
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Yo no había extraído estas consecuencias del artículo de Inés, pero si así fuera, estoy de acuerdo con Jiménez Losantos.
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