Empieza Fernando Savater su reflexión de esta guisa:
Los apellidos -Rufián, Fachín, Tardá...- son mala suerte, claro: pero ciertos comportamientos no ayudan. Después de la diatriba de Rufián en el Parlamento, con recitado de mal cómico de la telebasura, los de Podemos se enfadaron porque desde Ciudadanos se les acusó de apoyar a los terroristas y no a sus víctimas. Errejón pidió a Villegas que se excusara "porque ellos tenían cinco millones de votos". Qué tendrá que ver, eso es una desgracia, no un argumento.Recuerda que:
Si vamos a los hechos ("el hecho cruel y vengativo, / brutal engendro de la ciencia atea", clamaba Núñez de Arce), Errejón e Iglesias dirigieron el escrache contra Rosa Díez, luchadora antiterrorista en el País Vasco; Iglesias aparece en la web fraternizando con los batasunos y elogia la perspicacia política de ETA; al primer líder de Podemos en Euskadi le cesaron porque se negó a suscribir que Otegi es un hombre de paz, dogma oficial del partido; y en el Parlamento aplauden al de Bildu, pero no a quien recuerda a los socialistas asesinados y ofendidos... Además, nunca se les vio en ningún acto a favor de las víctimas en los tiempos difíciles. Les vote quien les vote, allá cada cual con su conciencia, su queja sobra.Y sentencia de manera contundente:
Como les gusta apelar a sus abuelos heroicos, mencionaré otro más cercano. Hace días murió nonagenario Vidal de Nicolás, primer presidente del Foro de Ermua. Fue un republicano exiliado en Francia, estuvo allí en un campo de concentración, volvió a España y se afilió al PCE, se pasó dos años en la cárcel, fue poeta social del grupo de Blas de Otero y Gabriel Aresti... Esa es la izquierda de verdad, la que se enfrentó al terrorismo y apoyó a las víctimas. ¿Ven? De Vidal nadie podrá decir que se portó como un rufián.
(Periodista Digital)
EL CAUDILLAJE DE IGLESIAS.
Este artículo de Luis María Anson, publicado en el diario El Mundo el martes pasado se convirtió en trending topic y fue reproducido o comentado en periódicos impresos, hablados, audiovisuales y digitales. Lo incluimos hoy en esta sección Al aire libre.
“Solo me debo al honor de mi patria, no al Parlamento. Esa es la frase que convirtió a Hitler en dictador de Alemania; a Mussolini en duce de Italia; a Franco en caudillo de España; a Fidel Castro en tirano de Cuba; a Hugo Chávez en tiranozuelo de Venezuela. Lenin acuñó la idea y Stalin la exacerbó. Pablo Iglesias lo tiene bien claro: no cree en la democracia pluralista de las naciones europeas ni en la soberanía nacional tal y como ellas la entienden.
Está contra el sistema y se mofa de la Constitución española, la que en 1978 selló la concordia y la conciliación entre los españoles y devolvió al pueblo la soberanía nacional secuestrada en 1939 por el Ejército vencedor de la guerra incivil. Desde su exilio de cuarenta años frente a la dictadura de Franco eso es lo que propugnó Don Juan III de Borbón, el hijo de Alfonso XIII, el padre de Juan Carlos I, el abuelo de Felipe VI. La Monarquía de todos ha presidido uno de los periodos de mayor prosperidad de la Historia de España. Y el de máxima libertad.
Pablo Iglesias, que brilla en el Congreso no por las provocaciones sino porque es más inteligente y mejor dialéctico que casi todos los líderes políticos, sabe muy bien lo que quiere: derrumbar el edifico de la Transición, construido con tanto esfuerzo y tanta generosidad por los cuatro hombres clave de aquellos años decisivos: el Rey Juan Carlos, que tenía la fuerza del Ejército; el cardenal Tarancón, que tenía la fuerza de la Iglesia; Marcelino Camacho, que tenía la fuerza de las masas obreras; Felipe González, que tenía la fuerza de los votos.
En un régimen agotado y en descomposición, que no ha sabido hacer la imprescindible reforma constitucional para sumar al sistema a las nuevas generaciones, la fórmula de futuro de Pablo Iglesias no es una utopía sino una posibilidad cierta, aunque con escaso porcentaje de probabilidades de que la realidad termine por confirmarla. Y ello no por la oposición de un Partido Popular hedonista, de un PSOE desvencijado, de un Ciudadanos virgen, de unas instituciones macilentas o moribundas. Lo que librará a España de la embestida podemita es, como en Grecia, la Europa unida del euro, la libertad y los derechos humanos.
Si se hubiera levantado la piel de la sociedad española en los años setenta del siglo pasado, se habrían encontrado escritas sobre la carne viva estas dos palabras: libertad y Europa. Conquistada la libertad por el colosal acierto político de la Transición, Europa es el refugio que puede resolver el desmoronamiento de un régimen que padece la mediocridad de la clase política española, el cínico egoísmo de los partidos y la corrupción lacerante.
“Solo me debo al honor de mi patria, no al Parlamento. Esa es la frase que convirtió a Hitler en dictador de Alemania; a Mussolini en duce de Italia; a Franco en caudillo de España; a Fidel Castro en tirano de Cuba; a Hugo Chávez en tiranozuelo de Venezuela. Lenin acuñó la idea y Stalin la exacerbó. Pablo Iglesias lo tiene bien claro: no cree en la democracia pluralista de las naciones europeas ni en la soberanía nacional tal y como ellas la entienden.
Está contra el sistema y se mofa de la Constitución española, la que en 1978 selló la concordia y la conciliación entre los españoles y devolvió al pueblo la soberanía nacional secuestrada en 1939 por el Ejército vencedor de la guerra incivil. Desde su exilio de cuarenta años frente a la dictadura de Franco eso es lo que propugnó Don Juan III de Borbón, el hijo de Alfonso XIII, el padre de Juan Carlos I, el abuelo de Felipe VI. La Monarquía de todos ha presidido uno de los periodos de mayor prosperidad de la Historia de España. Y el de máxima libertad.
Pablo Iglesias, que brilla en el Congreso no por las provocaciones sino porque es más inteligente y mejor dialéctico que casi todos los líderes políticos, sabe muy bien lo que quiere: derrumbar el edifico de la Transición, construido con tanto esfuerzo y tanta generosidad por los cuatro hombres clave de aquellos años decisivos: el Rey Juan Carlos, que tenía la fuerza del Ejército; el cardenal Tarancón, que tenía la fuerza de la Iglesia; Marcelino Camacho, que tenía la fuerza de las masas obreras; Felipe González, que tenía la fuerza de los votos.
En un régimen agotado y en descomposición, que no ha sabido hacer la imprescindible reforma constitucional para sumar al sistema a las nuevas generaciones, la fórmula de futuro de Pablo Iglesias no es una utopía sino una posibilidad cierta, aunque con escaso porcentaje de probabilidades de que la realidad termine por confirmarla. Y ello no por la oposición de un Partido Popular hedonista, de un PSOE desvencijado, de un Ciudadanos virgen, de unas instituciones macilentas o moribundas. Lo que librará a España de la embestida podemita es, como en Grecia, la Europa unida del euro, la libertad y los derechos humanos.
Si se hubiera levantado la piel de la sociedad española en los años setenta del siglo pasado, se habrían encontrado escritas sobre la carne viva estas dos palabras: libertad y Europa. Conquistada la libertad por el colosal acierto político de la Transición, Europa es el refugio que puede resolver el desmoronamiento de un régimen que padece la mediocridad de la clase política española, el cínico egoísmo de los partidos y la corrupción lacerante.
A las nuevas generaciones les
produce asco el parasitismo de la vida política y la crecida de las
corruptelas, cada día más alarmante, porque el fruto sano se zocatea
enseguida cuando permanece inmóvil junto al que está cedizo. Me aseguran
que el CNI dispone de un arsenal de irregularidades y vergüenzas del
líder podemita. Sería mejor no tener que exhibirlas y que Pablo
Iglesias, con la Cruz de Borgoña a cuestas, se mese la coleta, embride
su ego desbocado y se integre en el sistema que gobierna a los países
todos de la Europa unida”.
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