Pacto de Estado sobre Cataluña.
Hasta
hoy la estrategia de contención del separatismo catalán por parte de
los sucesivos Gobiernos centrales del PSOE o del PP ha consistido en ir
ampliando las competencias de la Generalitat dentro del marco
constitucional, artículo 150.2 incluido, y mejorando la financiación a
base de ceder un mayor porcentaje de impuestos estatales.
El
Presidente del Gobierno crónico, como le ha calificado un agudo
columnista, ha anunciado cuatro grandes pactos de Estado para la próxima
legislatura, las pensiones, la educación, la financiación autonómica y
el desafío separatista en Cataluña. En cada uno de estos ámbitos,
Mariano Rajoy se propone, según ha declarado, alcanzar acuerdos con
aquellas fuerzas políticas que estén dispuestas al entendimiento con el
fin de buscar soluciones estables y de amplia base parlamentaria a
problemas tan acuciantes.
La intención no puede ser mejor, sobre todo en
un político que no se caracteriza precisamente por la acción ágil y
resolutiva. Dada la endiablada composición del Congreso de los Diputados
surgida de las últimas elecciones no le queda más remedio,
efectivamente, al nuevo Ejecutivo que afrontar cada uno de estos cuatro
desafíos y otros que sin duda aparecerán mediante la articulación de
sólidas alianzas con otros grupos.
La aplicación
práctica de esta loable intención al caso de la ofensiva secesionista
impulsada por los nacionalistas catalanes, que son todos los que se
sientan en el Parlamento autonómico, salvo Ciudadanos y el PP, y estos
dos con energía perfectamente descriptible desde que Inés Arrimadas ha
sido infectada por el virus de la conllevancia, ha tropezado de entrada
con un serio obstáculo, confesado paladinamente por el propio Rajoy: el
flamante Presidente no tiene ni idea de qué hacer ni cómo hacerlo, no
sabe cuál es el procedimiento adecuado para llevar adelante este pacto
ni qué es lo que se debe pactar.
No se puede decir que estemos ante un
buen comienzo, pero así es el actual inquilino de La Moncloa y a estas
alturas de su plácida existencia no es fácil que cambie. Esperemos que
haya alguien en su entorno que sí tenga las ideas claras al respecto
porque de lo contrario el asunto presenta muy mal pronóstico.
Hasta
hoy la estrategia de contención del separatismo catalán por parte de
los sucesivos Gobiernos centrales del PSOE o del PP ha consistido en ir
ampliando las competencias de la Generalitat dentro del marco
constitucional, artículo 150.2 incluido, y mejorando la financiación a
base de ceder un mayor porcentaje de impuestos estatales.
La culminación
de esta valerosa técnica de ir echando carne a la fiera a ver si se
consideraba de una vez ahíta fue el nuevo Estatuto gentilmente concedido
por Zapatero a Artur Mas en una noche de euforia nicotínica. Esta
brillante operación, propia del formidable estadista que siempre ha sido
el hoy cazador de nubes, no solamente no cerró el proceso de progresivo
desenganche de Cataluña de la matriz común española, sino que lo
agudizó hasta el desbordamiento.
Lo que nunca han entendido los dos
grandes partidos nacionales es que las concesiones no son recibidas por
los nacionalistas con agradecimiento y sentido de la reciprocidad, nada
de eso. Sistemáticamente las interpretan como un signo de debilidad de
su enemigo, que es España, y por supuesto utilizan de inmediato los
recursos y los instrumentos que cada intento de frenarlos pone a su
disposición para atacar más eficazmente al Estado.
Si
alguien todavía cree en Madrid que las sanciones penales o las
inhabilitaciones van a detener la marcha acelerada hacia la separación
que está en curso, que Dios le devuelva la vista. A partir del momento
en que los nacionalistas ya no reconocen a los tribunales españoles,
cada sentencia en su contra únicamente avivará el fuego de la rebelión.
Es evidente que la justicia ha de actuar en un Estado de Derecho, pero
su poder efectivo será nulo en el tema que nos ocupa.
El
punto clave en este combate es hasta qué punto el PP, Ciudadanos y el
PSOE están decididos a cerrar filas sin una fisura y a aplicar con toda
contundencia el artículo 155 de la Constitución mediante el uso de los
mecanismos de coacción necesarios. Todo lo demás son juegos florales
para adornar el camino imparable hacia la declaración unilateral de
independencia. Esta patología no admite a estas alturas tratamiento
clínico, exige cirugía mayor. El que no esté dispuesto a recurrir a la
anestesia y al bisturí que se olvide de curar al enfermo.
Por
tanto, el pacto de Estado sobre la cuestión catalana ha de consistir
forzosamente en un frente unido, resistente como el acero, de los
partidos constitucionalistas para hacer caer sobre los subversivos que
se afanan en construir estructuras de estado y que preparan sin descanso
la llamada desconexión, todo el peso de la ley y de la capacidad
disuasoria de una Nación con cinco siglos a sus espaldas y un PIB
superior al billón de euros. Tras la actuación traumática, desagradable y
dolorosa, que extirpe el mal, ha de seguir la cicatrización, la
rehabilitación y el regreso a la normalidad constitucional gracias a la
labor de persuasión, comunicación y convicción que no se ha querido
desarrollar en el pasado con las nefastas consecuencias que ahora
padecemos.
Espero que este análisis sea
útil al Gobierno minoritario que inicia su andadura porque hasta el
momento todo lo que he predicho sobre el problema catalán a lo largo de
las últimas dos décadas se ha ido cumpliendo con precisión de reloj
suizo. Y es que no hay peor sordo que el que no quiere oír.
(Aleix Vidal Quadras/La Gaceta)
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