VIVIR Y MORIR.
Este mundo sería distinto si
la gente pensara más en la muerte. Si la tuviéramos más presente, los humanos,
o mejor dicho los mortales, como dirían los griegos, no malgastaríamos nuestra
vida en trabajos insulsos, no nos enfadaríamos por gilipolleces, o perderíamos
el tiempo en bobadas.
Todo carece de importancia
cuando la muerte está asomando la nariz. Voy a repetir curso, me ha dejado la
novia, estoy gorda, me estoy quedando calvo, no me han seleccionado para este
puesto... todo son memeces si las comparamos con la muerte.
Pensar en la muerte te lleva
inevitablemente a pensar en la vida y a ser consciente de que tienes que
aprovechar cada día porque mañana puede que ya no estés aquí para contarlo. La
maceta en la ventana nos acecha a todos y es el azar el que decide quién va a
ser el siguiente. No tenemos control sobre nuestro destino de ahí que lo más
razonable sea aprovechar intensamente cada momento. La vida no es más que un
instante.
Dicen que los niños se creen
inmortales y es la conciencia de la muerte la que nos hace madurar. Pero miro a
mi alrededor y son muy pocos los que se toman en serio a la muerte, son muy
pocos los que dejan de ser niños. La mayoría de gente se cree inmortal, o actúa
como si lo fuera.
Sólo cuando la muerte nos
mira de frente o pasa por nuestro lado le dedicamos nuestros pensamientos y
actuamos en consecuencia. Es entonces cuando pensamos seriamente en la vida.
Y si es tan importante ¿por
qué no se habla más de ello? ¿Por qué la sociedad se empeña en ocultarla?
¿Quieren que nos olvidemos de que somos mortales? ¿Quieren que malgastemos
nuestro tiempo estúpidamente?
Aunque es un tema muy serio
en el que nos va la vida, es comprensible que la gente prefiera no pensar en
ella. La muerte nos provoca miedo, pánico, nos tiene aterrorizados. Como nadie
ha vivido para contarlo es tremendamente misteriosa y los mortales hacemos lo
que podemos para consolarnos, o no pensar en ella. Unos se hacen religiosos,
otros se hacen adictos a algo para no pensar en ello, o se evaden de variadas
maneras. Son pocos los valientes que se atreven a mirarla a la cara.
Sin embargo, la inmortalidad
parece que no es tan atractiva, o por lo menos eso dicen los vampiros. El hecho
de que nuestra existencia tenga un final hace que la valoremos más. La no vida
hace que disfrutemos la vida. Todo es tan mágico y azaroso que no es raro que
se compare la vida con un sueño. Un juego donde el azar determina la suerte que
hemos tenido algunos de poder participar.
Como dice Albert Camus, sólo
hay un problema filosófico realmente serio y es el de juzgar si la vida merece
ser vivida. Pero, tal vez haya más de un problema filosófico serio. Uno de
ellos es el que dice Camus. Pero hay otros. ¿Quién soy? ¿Qué debo hacer? Son
otras importantes cuestiones a reflexionar.
Pero, en todo caso, es cierto que la gran
mayoría de la gente vive al ‘margen’ de la muerte. Creo que esto tiene que ver
con Jeremy Bentham. Decía el fundador del utilitarismo que somos esclavos de
dos señores: el placer y el dolor. Queremos el placer y rechazamos el dolor.
Por eso miramos para otro lado cuando se nos aparece la muerte. Estoy de
acuerdo con Bentham, aunque no completamente. Pero esto, para otra ocasión.
En una película de Woody Allen (Hanna y
sus hermanas), el protagonista (él mismo) tiene dolores de cabeza y decide
visitar al médico. Después de las oportunas revisiones le dicen que está bien
pero que es posible que haya algo… Aunque el médico no le da importancia.
Pero Woody se aterroriza y cree que la muerte
está al caer. Todo pierde sentido ante la cercanía de la muerte. Incluso
abandona su trabajo en una televisión. Visita diferentes confesiones religiosas
porque no quiere seguir sufriendo. Espera que alguna religión le dará consuelo
y podrá entrar, en paz y sosiego, en la casa de la muerte.
Pero no. No lo encuentra. Y no lo encuentra
porque no es posible. Porque los humanos podemos planificar racionalmente el
logro de algunas cosas (como ser un buen carpintero, por ejemplo) pero no
otras, que Jon Elster llamó ‘subproductos’.
Los subproductos no se consiguen con un
esfuerzo de voluntad acompañado de una planificación racional. Por ejemplo. No
puedo decir: ‘Mañana me enamoraré de Pepita’’, o bien,
‘Tendré autoestima el mes que viene’. Estas cosan no dependen de
mí. Y, por ello, son subproductos.
Y volviendo a la muerte ¿qué deberíamos hacer
con ella? Creo que no deberíamos tenerla presente todo el rato. ‘Vivo sin
vivir en mí, y tan alta vida espero, que muero porque no muero’. Lo
respeto, pero es demasiado. No todo el mundo puede ser Teresa de Ávila. Tampoco
me interesa una constante preocupación laica por la muerte. En el otro extremo,
están los que no quieren saber que somos seres mortales, y que la muerte
acecha. En cualquier parte, en cualquier momento. Esconden la verdad y tratan
de engañarse a sí mismos.
Yo trato (y respeto lo que hagan los demás
para sobrellevar la carga) de vivir sabiendo que, tal vez, mañana sea el día.
Procurando no agobiarse. Pero hablemos, brevemente, de las diferentes
reacciones ante el anuncio de una cercana muerte. Al respecto, recuerdo una
película del director Kurosawa (Vivir). El protagonista, un oscuro funcionario
japonés, va al médico y le dice que morirá de cáncer en pocos meses. ¿Qué hará
en lo que le queda de vida? ¿Qué significa ‘aprovechar el tiempo’?
¿Hincharse a comer gambas, juerga a destajo y sexo a tope?
El que fuera profesor de Harvard, Robert
Nozick, decía que aprovechar el tiempo, en el sentido que estamos comentando,
es dar lo mejor de nosotros mismos.
Parece la mejor despedida.
Sebastián Urbina.
(Publicado en ElMundo/Baleares/4/Noviembre/2016.)
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