LA GENTUZA DE PODEMOS.
Dos concentraciones de signo contrario, una de opositores al gobierno venezolano y otra de apoyo al presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, coincidieron este viernes en la Puerta del Sol, aunque unos frente a otros, separados por la Policía.
Bajo el lema "A por la constituyente: paz y soberanía", el Movimiento Solidaridad con la Revolución Bolivariana, que agrupa a varias asociaciones españolas, se ha concentrado en apoyo al tirano venezolano.
Los convocantes, entre los que estaba Izquierda Unida o el Partido Comunista de Madrid, se habían concentrado con carteles en los que se podía leer "El pueblo es sabio y valiente, quiere la constituyente", "Quien se mete con la revolución bolivariana se mete con la juventud castellana" o "No a las guarimbas en Madrid".
Al mismo tiempo, decenas de personas opositoras al Gobierno de Nicolás Maduro se han manifestado al otro lado de la carretera, a las puertas de la Real Casa de Correos. Los grupos han comenzado a lanzarse insultos y a increparse, y han sido separados por un cordón policial.
La periodista venezolana Maria Alesia ha compartido en su cuenta de Twitter un vídeo en el que un chavista podemita increpa a una opositora. "Qué pena que no te hayan matado a ti también", dice, antes de que la turba de extrema izquierda exija a la opositora la eliminación del vídeo.
(La Gaceta)
LA
DEMOCRACIA SOY YO.
La moción de
censura que ayer registró Pablo Iglesias en el Congreso de los Diputados no va
contra Rajoy, ni contra el PP, sino contra el régimen parlamentario del 78. No
hay otra forma razonable de interpretar sus actos. A las pocas horas de poner
en marcha el único mecanismo de reprobación parlamentaria que sí tiene efectos
vinculantes, y a sabiendas de que va a quedar más solo que la una en la
votación, pastoreó una manifestación en la calle para que fueran los ciudadanos
del común, al grito de «hay que echarles», quienes pusieran voz a lo que los
representantes de la soberanía popular se niegan a decir.
La
manifestación de hoy recuerda mucho a las acampadas del 15-M en las que se
alzaba el clamor del «no nos representan». La diferencia es que por aquel
entonces Podemos no se había presentado a las elecciones y dirigía ese grito de
deslegitimación contra los representantes de una casta endogámica, vetusta,
corrupta y adocenada que había dejado de sintonizar, según ellos, con las inquietudes
del pueblo. Todo cambiaría, nos decían, cuando los electores tuvieran la
oportunidad de llevar a las instituciones democráticas a los intérpretes de la
nueva política.
Pero no ha
sido así. Al parecer, el Congreso surgido de las últimas elecciones tampoco nos
representa. Ni nos representaba cuando Podemos le plantaba cara desde el
«speaker’s corner» de la Puerta del Sol, ni nos representa ahora, con Podemos
convertida en la tercera fuerza parlamentaria. Y mucho me temo que, en opinión
de Pablo Iglesias, no nos representará hasta que él tenga la posibilidad
aritmética de hacer lo que le de la gana.
Los que
enarbolan hoy las pancartas del «hay que echarles» no están señalando a Rajoy,
sino a los diputados que se niegan a arrojarle a las tinieblas exteriores. En
el fondo no es una manifestación contra la corrupción del PP, sino contra la
negativa del Parlamento a sustituir a un presidente que hiede a mangancia por
el único líder inmarcesible que es capaz de hacer de la cosa pública un lugar
decente.
Su arrogancia
le delata. Las manifestaciones para derribar gobiernos son propias de las
dictaduras. Allí donde no hay cauces democráticos para clamar contra los
sátrapas, la calle se convierte en el escenario alternativo de la censura. A
Maduro, por ejemplo, no se le puede derribar en la Asamblea Nacional de
Venezuela porque cuando la Asamblea lo intenta, Maduro la disuelve. Pero España
no es Venezuela.
De hecho, hasta donde alcanza mi memoria, aquí jamás se había
producido antes una manifestación cuya única reivindicación fuera mandar a su
casa a un Gobierno legítimo. En una democracia, esa batalla es propia del
Parlamento, no de la algarada vocinglera de unos agitadores que se creen por
encima de las urnas.
El mensaje
que acaba de mandar Iglesias a la sociedad española no es muy distinto, en el
fondo, del que manda a diario su amigo de Caracas: el Parlamento está bien
mientras sirva para lo que yo quiero, pero si se opone a mi voluntad, la lucha
debe trasladarse de sitio. La democracia soy yo. El Parlamento sólo será
representativo cuando diga amén a lo que yo demando. De lo contrario será el
reflejo cóncavo, achatado e infiel, de una voluntad popular que el espejo
obsoleto y rancio del viejo régimen es incapaz de reproducir fielmente.
Lo que
pretende conseguir Iglesias con la moción de censura que registró ayer en el
Congreso es enfrentar dos legitimidades reñidas: la de unos diputados que jamás
representarán a los ciudadanos mientras no hagan lo que él les diga y la del
clamor de los manifestantes que le vitorean.
Pincho de tortilla y caña a que, a
su juicio, las cosas sólo se arreglarán cuando la segunda sea capaz de torcer
la voluntad de la primera. La democracia representativa ha muerto. Viva la
política asamblearia. No se trata de que unos cuantos piensen por nosotros,
sino de que unos pocos nos digan cómo tenemos que pensar. La voz de su
amo.
(Luis
Herrero/ABC)
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