EL FASCIO FEMINISTA.
En 1996 el físico Alan Sokal logró que le publicaran en la revista posmoderna de estudios culturas Social Text, publicada por la Universidad de Duke, un artículo titulado La transgresión de las fronteras: hacia una hermenéutica transformativa de la gravedad cuántica, cuya conclusión es que la gravedad cuántica es un constructo social y que, por lo tanto, basta con no creer en ella para que te deje de afectar. Sokal argumentaba en el artículo que la existencia de "un mundo externo cuyas propiedades son independientes de cualquier ser humano individual" era "un dogma impuesto por la longeva hegemonía de la post-Ilustración sobre el punto de vista intelectual en Occidente".
El mismo día de su publicación, el físico reveló que el artículo era un fraude compuesto por las frases más estúpidas que había podido recopilar de alumnos posmodernistas sobre física y matemáticas. Sokal consideraba que para publicar en una de esas revistas bastaba con disponer de una conclusión ideológicamente correcta (es decir, de izquierdas), un número suficiente de citas a autores como Derrida o Lacan y un uso abusivo de la jerga.
Ahora, el filósofo Peter Borghossian, de la Universidad Estatal de Portland, y el matemático James Lindsay han publicado en la revista Cogent Social Sciences un artículo en el que sostienen que el pene "está detrás de gran parte del cambio climático". Firmando con los nombres ficticios Jamie Lindsay y Peter Boyle, pertenecientes al inexistente Grupo de Investigación Social Independiente del Sureste, el artículo titulado El pene conceptual como un constructo social ha sido publicado por la revista Cogent Social Sciences y revisado por Jamie Halsall, filósofo de la Universidad de Huddersfield, que ahora no debe saber dónde meterse.
Y es que el posmodernismo no desapareció después del escándalo Sokal, que es lo que debería haber sucedido en cualquier mundo intelectualmente sano. Sigue vivo y coleando porque aunque intelectualmente no se sostenga, ideológicamente resulta muy conveniente para la izquierda académica. Uno de los campos donde ha prosperado es el de los estudios de género, donde cualquier estupidez cuya conclusión guste a las feministas puede encontrar acomodo. Y en este caso la estupidez consistía en que "los penes no deben considerarse como órganos sexuales masculinos sino como peligrosas construcciones sociales", tal y como explican en un artículo para The Skeptic.
"Asumimos que si nos limitábamos a ser claros en la implicación moral de que la masculinidad es intrínsecamente mala y que el pene está de alguna manera en la raíz del problema, el artículo sería publicado en una revista respetable", aseguran. Y acertaron. Aunque no fue aceptada por NORMA: International Journal for Masculinity Studies, el rechazo no se debió a que los consideraran la estupidez que es, sino a que pensaron que era más adecuada para su revista hermana Cogent Social Sciences. Así describen sus autores el artículo:
No intentamos hacerlo coherente: al contrario, lo llenamos de argot (con palabras como "discursivo" o "isomorfismo"), tonterías (como argumentar que los hombres hipermasculinos están al mismo tiempo dentro y fuera de ciertos discursos), términos que deberían haber alzado una bandera roja (como "sociedad pre-post-patriarcal"), referencias lascivas a términos de jerga para el pene, referencias insultantes para los hombres (incluyendo la conclusión de que algunos hombres que deciden no tener hijos han sido en realidad "incapaces de coaccionar a una pareja") y alusiones a la violación (afirmamos que el manspreading, la queja contra los hombres por sentarse con las piernas abiertas, es "comparable a violar el espacio vacío a su alrededor"). Después de completar el artículo, lo leímos con cuidado para asegurarnos de que no dijera nada con sentido y como ninguno de los dos fue capaz de determinar de qué iba lo consideramos un éxito.Pero no teman, que este nuevo escándalo no provocará ningún terremoto en el campo de los estudios de género: el statu quo viene muy bien política y académicamente a quienes viven de él. La verdad siempre ha sido una cuestión secundaria para los científicos sociales feministas.
(LD)
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