WOODY ALLEN, USTED YO.
(Matemos a Woody Allen)
No conozco a Woody
Allen. No sé cómo es. No sé quién es. No sé si es un padre
atento o descuidado, no sé si tiene animales, si hace favores o los evita, si
los pide, si madruga o remolonea por las mañanas. No sé si es leal a su agente
o le miente. No sé si es egoísta, miserable; si es afable y generoso. O afable,
pero egoísta. O generoso, pero mal padre. Con animales. No sé nada de él. Y tal vez usted tampoco.
No sé nada de Woody
Allen ni puedo saberlo, que es lo que le pasa al planeta entero.
Puedo hacer como que le conozco por sus películas, si decido practicar un
ejercicio de voluntarismo que otros llamarían adivinación; puedo amarlo u
odiarlo por ellas, pero no puedo saber quién es. Puedo psicoanalizar sus
escenas para un semanario de información general o para un programa de
televisión, si me pagan lo suficiente. Si me gusta que me miren y me gusta
escucharme. Puedo reducir a certeza cada indicio y labrar en mármol
conclusiones a partir de cada línea de diálogo que sepa seleccionar y se ajuste
a lo que querría creer de él. Como usted, como cualquiera. Pero no sé nada de
él. Usted y yo podemos creer que sí y la realidad
seguirá su curso inalterable, ajena a nuestra certidumbre.
Si creo que Woody
Allen es víctima de una esposa despechada y sañuda es porque he decidido
hacerlo. Si pienso que abusó de forma innombrable de una niña de siete años es
porque, entre dos presunciones posibles, he escogido la segunda. Porque no
puedo saber nada. Los servicios de bienestar infantil de Nueva York y el hospital Yale New Haven de Connecticut
investigaron las denuncias y concluyeron, por separado, que no hubo abuso.
Pero pudieron errar.
A veces suceden cosas que luego no pueden probarse. A veces alguien se libra
injustamente de la condena que merece. Tales cosas pasan. Como a veces alguien
acaba acusado por motivos espurios.
Soy director de
cine. No es mucho ni es poco. Trabajo con actores. No
sé cómo son en casa. Intento encontrar al más adecuado para cada personaje,
porque esa es mi responsabilidad como director, ese es mi trabajo. Pido
profesionalidad y compromiso, y no puedo ni debo pedir mucho más, porque mi
oficio es el de tratar de convertir una película en la mejor versión posible de
sí misma, manejar del mejor modo las voluntades diversas de varias decenas de
profesionales y llegar al final de la jornada sin rebasar el presupuesto. Si
puede ser. Quizá una de las actrices sea profundamente inmoral y tenga
aterrorizados a sus padres. Espero que no. Quizá uno de los actores sea
atrozmente injusto con sus hijos y esté llenando sus almas de fantasmas.
Ojalá no sea así,
espero de verdad que no. Prefiero, como todos preferimos, trabajar con gente
buena. Pero no puedo estar seguro de que nadie de verdad lo sea, ¿cómo podría
estarlo? A ninguno le pido -ni puedo pedirle, ni debería poder pedirle-
un certificado de conducta sancionado por sus
vecinos, ni me entrevisto con sus familiares y conocidos. Porque soy director
de cine y ellos son profesionales, y mi competencia afecta a su
conducta en el set, igual que ellos no pueden saber si trafico
con drogas por las noches o si dono la mitad de lo que gano a la beneficencia:
su deber en el set no es el de asegurarse de que yo sea una persona intachable
en todos los órdenes, aunque ninguno aguantaría de mí, allí, un comportamiento
improcedente.
No es función de la
policía determinar la ubicación de la cámara, ni la mía -por fortuna para
todos- averiguar quién transgrede la ley. La sociedad deposita en un juez funciones
que ningún individuo debería soportar por sí solo. Un abogado tiene
su propio mandato, como lo tiene el fiscal. Ninguno puede creer nada, la ley no
se lo permite, no es su atribución hacerlo. Debe, en cambio, investigar. Averiguar. Determinar. Y probar.
Así que puedo -si
quiero- creer cuanto desee creer, como puede hacerlo usted, de Woody Allen o de
cualquiera, ¿quién va a impedírmelo? Lo que me pregunto es lo siguiente: ¿estoy
dispuesto a hacerme responsable de lo que crea de él, esté a favor o en contra;
a hacerme plena y completamente responsable de ello? ¿Firmaría un documento que
me obligara a hacerme cargo de las consecuencias exactas
derivadas de mi opinión, si la anuncio, a modo de juicio sumario
-por miedo a la prensa, por miedo a la sangre, por miedo al señalamiento, por
inconsciencia-, a los cuatro vientos? Yo, que no soy abogado, que no soy juez. Que no soy Dios. Que soy, quizá, director,
articulista, panadero. Presentador estrella. Bailarina. Actriz. Actor. ¿Lo
haría? ¿Debería hacerlo?
Si un músico no
desea trabajar con un productor porque le da mala espina o una directora
prefiere no contratar a un maquillador porque no le gusta lo que alguien le ha
dicho de él, uno y otra pueden muy bien seguir su criterio. Con ponderación,
espero, ojalá que de forma discreta si no tienen la plena certeza de estar en
lo cierto. Con la elemental prudencia que su inteligencia les otorgue. Todos en
nuestras vidas tomamos a diario decisiones y tratamos de emplear de la forma
más juiciosa nuestro discernimiento.
Pero si yo mismo, actor, directora,
maquillador, músico, periodista estrella, opinadora, estoy dispuesto a acusar a alguien de forma irreparable y
pública, a contribuir, con mis palabras, con mi actitud propaladora, a acabar
con una carrera -¿una vida?-, a alentar una cacería sin ojos, o con miles de
ellos, sin forma ni cerebro, sin gobierno, instintiva, justiciera, arrogándome
una prerrogativa que la sociedad no me ha dado, fundándome en algo tan difuso y
frágil como mi parecer, más me vale estar dispuesto a hacerme responsable,
auténticamente responsable, personalmente responsable, de cuanto con mis actos
provoque.
U optar por esa quimera que ya nadie
considera, la que ya nadie contempla: la de no tener opinión. La de no
tener por qué tenerla. La de rechazar la obligación de blandir una
siempre, como un estilete. La de ser prudente.
Desconozco si Woody
Allen es un hombre bueno. Lo ignoro. Quizá lo sea. Tal vez sea un monstruo.
Entre un millón de cazadores. ¿Lo sabe usted? ¿Puede saberlo? ¿Qué es lo que
usted y yo sabemos?
(Rodrigo Cortés/ABC/21/1/2018.)
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