¡VIVA TABARNIA!
El libro «¡Viva Tabarnia!», de Albert
Boadella, que se lee de una sentada, es una pequeña joya que ayuda a entender
el peligro que representa el nacionalismo para la libertad de todos. El
propio Boadella vivió en sus primeros años en Cataluña «el placer y el
privilegio de recrearse en este sentimiento irracional de pertenencia al
terruño», y por eso denuncia al nacionalismo como fundamentalmente xenófobo.
En su estrategia totalitaria, los nacionalistas no pueden dejar de
mentir. En eso se parecen a los colectivistas de toda laya, y también en la degradación que suele aquejarlos –hemos asistido
estupefactos al despropósito de la alcaldesa de Barcelona, que llamó «facha» al
almirante Cervera–. Pero el autor es
también crítico con los demás partidos que se desentendieron de Cataluña:
«cuando necesito los votos cierro los ojos, no miro lo que pasa y el que venga
detrás ya se apañará, y así se han ido pasando el muerto de unos a otros,
porque el muerto realmente existía ya desde los inicios: el problema comenzó a existir desde que Pujol empezó a gobernar…ese
desentendimiento ha sido mortífero».
Ningún partido es inocente, porque todos sabían lo que sucedía en los
colegios y en la televisión pública, pero callaron, incluido Aznar, que se plegó a las exigencias del siniestro Pujol cuando necesitó sus
votos en 1996.
Boadella se centra en los nacionalistas y en el desastre que han
perpetrado con sus tres grandes armas: la lengua, la educación y los medios. Es revelador que el sesgo nacionalista en la educación empezó en
Cataluña durante la dictadura franquista, es decir, lo mismo que sucedió con el
auge del antiliberalismo en la educación en toda España. El libro despelleja a los próceres del nacionalismo y denuncia la
cobardía cómplice del «mundo de la cultura». Pero no es pesimista. La gente
ha salido a la calle el 8 de octubre, arropando a la mitad silenciada de
Cataluña.
Y ha surgido Tabarnia, que no es un partido sino un ejemplo del uso
antitotalitario del humor. Allí los nacionalistas
pierden, porque no son divertidos y propenden a la cursilería. «Son
enormemente cursis en su discurso, un discurso entre buenista y progre
sentimental, para camuflar un fondo impresentable».
Cabe terminar como Albert Boadella: «¡Viva Tabarnia!, que es lo mismo
que decir: ¡Viva España!».
(Carlos Rodriguez Braun/La
Razón.)
1 comentario:
Es una forma de hacer publicidad y ganar un dinero sacando algún libro. Saben que lo que defienden es inviable.
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