(La izquierda reaccionaria- entre ellos, Javier Pérez Royo, Victoria Camps o Fernando Vallespín- no descansa.
España es uno de los países más descentralizados del mundo. Además, a diferencia de todos- o casi todos- los países del mundo mundial, no se ve bien ondear la bandera española, o tararear el himno nacional. Es de fachas.
En cambio, ondear la bandera catalana, vasca (o de cualquier otro 'territorio sufriente'), es progresista. Es la típica estupidez de progreso de la izquierda reaccionaria.
Pues bien, en una sociedad tan estúpidamente correcta, estos reaccionarios denuncian estar sufriendo una insoportable 'recentralización'. O sea, lo de los 'Reinos de Taifas' ha sido una broma de mal gusto- derecha extrema- que nada tiene que ver con la realidad.
Además, en vez de enfatizar una sociedad democrática de ciudadanos libres e iguales, estos reaccionarios enfatizan la identidad. ¡Cuadrilla de carcamales medievales!
Mucha razón tiene Alain Finkielkraut: 'La izquierda ya no tiene ideas. Sólo enemigos'.)
DIVERSIDAD IDENTITARIA.
Hay un manifiesto, firmado
por sesenta profesores, catedráticos y juristas, que propone "renovar el pacto constitucional" a fin
de reconocer la "diversidad
identitaria" de España.
Una diversidad, conviene
precisar, que para los firmantes es la que se encarna en las
"reivindicaciones nacionales, catalanas, vascas, gallegas o de otros
territorios con demandas identitarias". Esa diversidad se encontraría ahora doblemente
amenazada. Primero, por la falta de reconocimiento, que vendrá
de lejos, y después, por "una intensa e imparable recentralización"
que se habría producido en España a raíz de la sentencia del TC sobre el
Estatuto catalán, de la "pésima gestión de la crisis catalana" y de
la crisis económica.
A mí me ha interesado la combinación de aquella propuesta y este
diagnóstico. Dice el manifiesto, como resumen de los efectos de la
recentralización, que, "salvo en aspectos simbólicos y organizativos
puntuales, las comunidades autónomas carecen de facultades para desarrollar
políticas públicas propias".
Esto es llamativo, porque
las comunidades autónomas han seguido legislando e impulsando políticas públicas propias como
si no se hubieran dado por enteradas de que ya no tienen facultades. Una
recentralización brutal y, sin embargo, ahí están los gobiernos y parlamentos
autonómicos comportándose como gobiernos y parlamentos autonómicos, erre que
erre. Eso sí, lo que puede que no tengan muchos de ellos es el
dinero que tuvieron antes de la crisis. Pero eso nos ha pasado a (casi) todos.
La mejor paradoja aparece cuando uno mete en la mezcladora el resbaloso asunto de las identidades.
Porque hay un tipo de políticas
públicas a las que se ha dedicado antes y ahora, de forma
constante, con tesón, esfuerzo y recursos, un significativo plantel de
comunidades autónomas. Ese tipo de política en el que se han distinguido y
empeñado, por encima de cualquier otro, es la política identitaria. Lo han
hecho con unos partidos y con otros en el Gobierno.
Lo han hecho esas que los firmantes llaman "comunidades
históricas", pero no sólo. El tirón
de lo identitario sirve tan bien a los intereses de las clases políticas
y clerecías locales
que han arrastrado a otras. La consolidación y cierre de identidades
diferenciadas, a ser posible con el broche y la barrera de paso de la lengua propia, es el rasgo más
común –algo común tenía que haber– que se puede encontrar en la política
autonómica española.
La obsesión identitaria es una apisonadora de la identidad
individual, de la
idea de ciudadanía y de la propia diversidad. Eso que proponen
reconocer en el manifiesto, las partes que componen la tal "diversidad
identitaria", son las identidades nacionalistas. Son las identidades verdaderas, identidades
colectivas a las que uno pertenece sólo si cumple determinadas condiciones, y
que se definen en contra: contra otros. Verdaderas,
porque uno es sólo un auténtico catalán, vasco, gallego, valenciano, balear o
lo que corresponda cuando tiene las creencias políticas, las opciones
lingüísticas y los sentimientos –incluido el sentimiento de ser nación– que dan
cuerpo a esa identidad.
Es una identidad cuyos promotores y constructores consideran, por supuesto, natural. Cualquier otra cosa la
tienen por antinatural, por lo que no admiten otras identidades ni otras formas
de entender la identidad. Es, en fin, nacionalismo en estado puro.
Donde la "diversidad identitaria" está amenazada en
España es en el seno de una serie de comunidades autónomas en las que la verdadera identidad somete a
los ciudadanos a presión y hostilidad: donde no tener una identidad
nacionalista está penalizado de muchas y distintas formas. Cuando
los firmantes del manifiesto en cuestión escriban algo en defensa de la
diversidad identitaria en esos lugares, que me avisen. Porque es allí donde más
lejos está de realizarse esa "España
en libertad" donde puedan "convivir los
diferentes" por la que dicen estar.
(Cristina Losada/ld.)
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