(Da gusto presentar a mujeres inteligentes y valientes como la que ven en la foto. El mundo sería mejor con más mujeres así.)
MUJERES INTELIGENTES Y VALIENTES.
Fanny Ardant (Saumur, 1949) no es tanto
una actriz como una forma de estar en el mundo. Ella misma se explica. «Un
actor no existe fuera del escenario o de la pantalla. En cuanto se apagan las
luces... No me gusta la actitud de ésos que se creen estrellas las 24 horas
del día. Es tan ridículo». Queda claro. Embutida en un vestido
floreado, manos perfectamente ensortijadas desde el meñique al pulgar y con una
sonrisa abierta de par en par que hasta ofende, da la mano y se presenta.
Enérgica y hasta feliz. Es ella. No hay duda, Fanny Ardant sólo puede ser Fanny
Ardant.
Le trae a Madrid la que es su última
película, Lola pater, de Nadir Moknèche, y que se estrena el 13 de julio. En
ella, la intérprete que trabajó con Truffaut, Scola o Gavras; la protagonista
de La mujer de al lado, Vivamente el domingo o La familia; el mito, en definitiva, del cine europeo
que es, juega a refutarse, a negarse a sí misma y, ya puestos, a echar por
tierra cada uno de los lugares comunes que la habitan.
«Me molestan los clichés. Y eso
es precisamente lo que me atrajo de esta película. Estamos a
acostumbrados a pensar que una mujer musulmana no puede ser blanca, no puede
ser profesora de piano... no puede ser una transexual. Pues bien, ¿por qué?».
Y en la pregunta deja su protesta. Su
forma de estar en el mundo. «A veces me preguntan qué me han dejado cada uno de
los grandes directores con los que he trabajado. Truffaut, una hija (se ríe). Y
todos, la pasión.
Si algo une a los genios es precisamente
su confianza en la vida, su fuerza creativa, su capacidad para fundar universos
nuevos... Eso es la pasión. Y a eso
no se renuncia nunca», comenta entre el entusiasmo y la más simple declaración
de principios.
Cuenta Fanny Ardant que huye de las
cosas y las películas evidentes; insiste en que sólo le seduce lo que exige
pelea, lo que demanda por fuerza algo de sangre, aunque sólo sea un poco, y, a
poco que se le presione, acaba por declararse fanática de la provocación. «Sí,
es la única manera de que todo se mueva un poco, de que nos hagamos preguntas»,
comenta divertida y bien dispuesta para lo que sabe perfectamente que viene a
continuación.
- ¿Cómo se sitúa con respecto al feminismo?
-
Nunca he razonado en términos de categorías. No me planteo la vida
encorsetada entre los hombres de un lado y las mujeres del otro; los españoles
y los franceses; los extranjeros y los que no lo son. No, me niego. Cada destino particular es lo que me parece un auténtico
privilegio. Lo que me interesa de la vida es su riqueza... Y
tiene que haber sitio en ella para el diferente.
Me interesa la complejidad y ésta es
siempre contradictoria.
Y ahí, sin renunciar un sólo segundo ni
a la sonrisa ni a las flores estampadas ni a las sortijas, lo deja.
O no del todo.
A
poco que se le dé pie, sigue: «Vivimos
un momento de reivindicación que es necesario. Pero que no debería durar,
porque no haría más que reproducir la injusticia de los hombres. Creo que
hay un momento de exageración en toda revolución y ahí estamos.
El reparto de idiotas es igual entre hombres y mujeres. Pero cuidado. Esa permanente acusación de machismo, que viene de América, a
cualquier discurso está creando una sociedad basada en el miedo. La dictadura de los hombres es tan
aborrecible como la dictadura de las mujeres».
Lo dicho, Fanny Ardant es, sobre todo,
una manera violenta e irrefutablemente única de estar en el mundo.
(El Mundo/Junio/2018.)
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