(La izquierda antiespañola negocia con racistas y lo que haga falta. Aunque haya que trocear España. ¡Qué más da!
¡Somos la izquierda!)
NEGOCIAR CON RACISTAS.
Josep Borrell no entiende que se diga que no hay que negociar ni acordar nada
con los separatistas catalanes de cara a la moción de censura. El
histórico dirigente del PSOE dijo en una entrevista en televisión que no
entendía muy bien que algunos barones socialistas hubieran señalado esas líneas rojas. Le parecía, además, que en la advertencia de "¡Cuidado, no se
negocie con independentistas!" sonaba, digamos, la misma música fantasmal
que había sonado en 2016.
Borrell se refería a
las acusaciones que afrontó Pedro Sánchez, después de la repetición electoral,
de estar dispuesto a pactos que rompieran
España, por decirlo resumidito. Una acusación que sustentó el golpe palaciego que lo apartaría de la
Secretaría General.
Está bien que Borrell haya dicho eso, porque da pie a plantear
la pregunta sobre la negociación con los independentistas, y tanto en el caso
concreto de esta moción de censura como en general. Pues es una constante de la
política española de los últimos decenios que los partidos mayoritarios no
vean ningún problema en negociar con nacionalistas e independentistas siempre
que, como aseguraba Borrell para el asunto de actualidad, no se negocie "nada que esté fuera del marco
constitucional".
Antes conviene aclarar una cosa.
Borrell hablaba de la situación en 2016 para trazar una analogía con aquel
fantasma de los pactos espurios. Pero entonces el fantasma
era más fantasmagórico que ahora. Por una potente razón: en 2016 los
independentistas catalanes no habían consumado su golpe al orden constitucional.
El problema de fondo de cualquier negociación con los separatistas
catalanes hoy es que
significa negociar con quienes dieron un golpe contra la nación, la
Constitución, la ley, la soberanía nacional y, last but not least, contra la mitad de los ciudadanos
de Cataluña.
Ya por eso hay que descartarlos
como compañeros de viaje y aliados circunstanciales. Los que
dan golpes contra la legalidad democrática no pueden estar sentados a la mesa
de la transacción política en una democracia.
Vale, que no van a negociar la moción. Eso es lo que dice el
PSOE. Pero el problema persiste. Cualquier conversación política para
sondear su voluntad respecto a la moción –y ya sabemos qué significa conversar en ese contexto– es
una conversación con golpistas.
Y si el término les parece
discutido y discutible a los socialistas, lo pondré de otra forma: son
los que montaron una rebelión (entiéndase en su significado habitual, no
jurídico), con apoyo de fuerza policial armada, para separar a Cataluña de España.
Esto es, para arrebatar a varios millones de ciudadanos la ciudadanía española.
A Borrell entre ellos, si continúa residiendo y votando en Cataluña.
Es verdad: no puede evitar el PSOE que los partidos del golpe
voten a favor. Pero tenía que haber evitado cualquier aproximación. Tenía
que evitar incluso lo que ha calificado de llamada de cortesía. ¿O es que fue
una broma lo de octubre? ¿Ya ha quedado zanjado y perdonado? ¿Los
independentistas catalanes vuelven a ser como antes: un poquito desleales pero
no del todo? ¿Es gente con la que puedes hablar tranquilamente de cómo echar abajo un Gobierno de España y poner otro?
¿En qué planeta político están Sánchez y
por lo visto Borrell, que parece mentira? ¿En el de los Hare Krishna?
Luego hay un problema de forma. De congruencia. Hace nada,
cuatro días, Pedro Sánchez dijo de Quim Torra: "No es más que un racista al frente de la
presidencia" de Cataluña. Ni más ni menos. La
elección de Torra había "destapado las vergüenzas racistas del
secesionismo". Y Torra, continuó, es "el Le Pen de la política
española".
Dicho todo esto, ¿cómo puede
llamar siquiera a los partidos que eligen y apoyan al Jean-Marie Le Pen de la
política española? ¿Cómo puede hablar con los que designan a un Torra al que
acaba de calificar y definir, correctamente, como racista? Porque
no se trata de hablar del tiempo en el ascensor ni de fútbol en los pasillos
del Congreso. Se trata de hablar de una moción de censura y de una alternativa
de Gobierno.
Es incomprensible que Sánchez hable, llame, sondee o negocie con
los partidos que han puesto en la presidencia catalana a un hombre que él mismo
considera un xenófobo, un racista y un Le Pen. Bueno, incomprensible no
es. Es un horror y un tremendo
error.
(Cristina Losada/ld.)
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