jueves, 11 de octubre de 2018

12 DE OCTUBRE


DECIR ESPAÑA.

Se ha convertido en un lugar común la afirmación de que a España le falta un relato positivo como nación democrática. No se puede negar que sea un tópico cierto en la medida en que la realidad constata una carencia palmaria de un sentimiento común de orgullo, de honor o de estima en torno al concepto de patria.

 Los mitos políticos dominantes responden a falsas teologías identitarias que han dado lugar a turbulentas pasiones excluyentes y a caprichosas quimeras exaltadas. A la convivencia, a la solidaridad, al pacto refundacional de soberanía igualitaria que expresa el título preliminar de la Carta Magna, le ha faltado en verdad el respaldo intelectual y pedagógico que dé valor a sus virtudes y su eficacia. La mejor y más aquilatada etapa de concordia en la historia contemporánea ha perdido, víctima de un complejo colectivo de inferioridad, la batalla de la propaganda.
Ésta es la hora en que la idea de nación de ciudadanos libres e iguales necesita un rescate emocional e ideológico que la rearme frente al pesimismo. Un blindaje de orgullo que la proteja de la sombría leyenda de país fallido, irredimible por el supuesto carácter perdedor de su destino. Una dosis de rebeldía contra el autoderrotismo para contestar a la teoría del fracaso con el reporte objetivo de un avance inédito en los últimos siglos. La sociedad española tiene pendiente la reinvención de un patriotismo moderno, ufano, inteligente y activo que no presuma de valores folclóricos ni de méritos castizos sino que simplemente se encuentre satisfecho de la solidez de sus principios.
 Los que sirvieron para cerrar la zanja del cainismo y le dieron sentido a una sociedad abierta que, con todos sus conflictos, es capaz de integrar bajo la razón de la ley a todo el que no desee sentirse excluido.
Esa reivindicación de España como historia de éxito es imprescindible para contrarrestar la narrativa lúgubre que han escrito sus adversarios internos. Sin dejar de calibrar, por supuesto, el peso de nuestros seculares defectos, tantas veces rémora -incluso sangrienta- de la evolución y del progreso. Pero es menester combatir el mensaje nihilista que enfatiza la frustración como método para proponer la huida o sugerir en nombre del pueblo una distopía de perfiles siniestros. Porque sabemos a dónde conduce todo eso: a la regresión, al enfrentamiento, al pasado tétrico, a la mitología del odio, al retorno de nuestros demonios sempiternos.

La patria no es sólo la palabra, ni el territorio, ni la herencia del pasado, ni la retórica rancia, ni siquiera una expresión de sentimentalidad primaria. La patria somos los ciudadanos constituidos, a través de la Constitución y de su sistema de libertades, en comunidad soberana. Y será lo que todos juntos queramos, no lo que pretenda ninguna minoría iluminada. Por eso tenemos que recuperar la confianza y perder el miedo de decir España.

(Ignacio Camacho/12/10/2018.)




Con motivo del Día de la Hispanidad, nuestros poetas han querido hacer un homenaje a la Nación; con dos enfoques distintos, aunque no excluyentes: Monsieur de Sans-Foy lo ha hecho desde el corazón y Fray Josepho, desde la razón.
Léanlos, si lo tienen a bien.
MIENTRAS TENGA VOZ Y VIDA
por Monsieur de Sans-Foy
Tierra insólita de España,
tierra roja y amarilla:
roja de amapola y sangre
y amarilla de mentiras.
Tu belleza, tan secreta,
no se muestra a quien te mira
buscando en el olmo seco
la mitad que está podrida,
y tu Historia, de tan larga,
es tan pródiga en aristas
que cobija a los mezquinos
que en su casa despotrican
y no ven que, al ofenderte,
lo hacen a su madre misma.
Hoy, tu rojo se ha apagado,
y con él, tu valentía,
pues lo que antes era sangre
es insípida sangría:
gente muda, resignada,
cuando no catastrofista,
siempre al tanto de tus males
y tus horas más mezquinas.
Son tus hijos, pobre España,
no naciones enemigas,
los que no te dan la gloria
ni la paz que merecías.
Dan sepultura a los hechos,
pregonando fantasías.
Del cacique más rupestre
hacen ídolo y Mesías.
Tierra insólita de España,
tierra roja y amarilla.
Cualquiera puede, en el viento,
escuchar tu voz antigua:
un murmullo de romances
con palabras ya perdidas,
palabras que nadie sabe,
o quizá no fueron dichas.
Hoy, el corazón me dice
que te escuche y las escriba.
Y así pienso hacerlo, España,
mientras tenga voz y vida.
ESPAÑA CON RAZÓN
por Fray Josepho
El corazón lo revela.
El corazón lo declara.
El corazón, palpitando,
nos dice: "¡Quered a España!".
Y hay que prestar atención
al corazón cuando habla.
Mas también la inteligencia,
querido Mesié, proclama
las razones poderosas
para amar a nuestra patria.
No somos Españistán,
como algunos nos ultrajan.
Ni somos cárcel de pueblos.
Ni somos Chad o Somalia.
Somos nación europea,
sólida, vieja y compacta.
Y además, desde hace décadas,
somos una democracia.
Democracia con defectos,
inconvenientes y tachas,
con sus más y con sus menos,
pero, al cabo, como tantas.
Somos una nación libre
donde se vive de fábula,
con unas gentes magníficas
(y otras pérfidas y malas,
porque, como en todas partes,
también aquí cuecen habas).
Somos un país moderno
con toques de vieja usanza,
con un clima cojonudo,
con riqueza culinaria,
con paisajes increíbles,
con ciudades milenarias,
con museos, catedrales
y patrimonio a mansalva.
Con una historia imponente
que llevamos a la espalda.
Con tradición cultural,
con escritores de fama,
con pintores eminentes…
y con una lengua hablada
por quinientos milloncejos
de personas, total, nada.
Por estas y otras razones
(tal vez ramplonas y prácticas),
aunque el corazón dijera
que a esta tierra no hay que amarla,
hoy la cabeza me dice
que he de gritar ¡VIVA ESPAÑA!

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