jueves, 1 de septiembre de 2022

RECRISTIANIZAR LA SOCIEDAD

 

Recristianizar la sociedad

Por Gabriel Le Senne

Huyendo del calor y de la densidad de población típicamente mallorquina en agosto, acabé dando vueltas con la familia por la provincia de León. Objetivo conseguido: dormir tapado con edredón, conducir por carreteras vacías. Y combinar una naturaleza impresionante con el interés cultural: histórico, gastronómico y religioso.

Tras visitar las maravillas de la catedral, San Marcos y San Isidoro en la capital, recorrimos montaña arriba los pueblecitos de las cuencas de tres ríos desconocidos para mí: Curueño, Porma y Esla. Desfiladeros abiertos por el agua entre montañas inmensas; pueblos inundados por embalses, sacrificados junto con sus aldeanos por el interés general; minas abandonadas, por el interés ¿general?

Difícilmente puede hacerse más por despoblar una provincia desde el poder: se les han destruido sus medios de vida. Y aún se ahonda en la herida, porque ahora llegan, o se intensifican, las medidas ecologistas contra la agricultura y la ganadería, junto con la energía a precio de oro y el invierno demográfico fruto de la ‘liberación sexual’. Y vaya si se nota: las ruinas abundan.

En el Museo Etnográfico de La Montaña de Riaño, formado a partir de las donaciones y el esfuerzo de sus gentes, es posible retrotraerse a la vida tradicional en la montaña leonesa, producto del paso de los siglos desde la Reconquista, e incluso antes. La nostalgia exacerbada por la destrucción del pueblo ¡en 1987! se palpa por las paredes, forradas de fotografías de cada casa y cada tienda del viejo Riaño, sepultado por las aguas bajo el actual viaducto.

Pero una idea se alza con fuerza de entre las iglesias trasladadas piedra por piedra para salvarlas de las aguas; de las fotografías de las fiestas y procesiones tradicionales -por ejemplo, la que se celebraba cuando se ordenaba sacerdote un hijo del pueblo: ahí está ¿la última?, con la foto del homenaje, su nombre y apellidos-; de las sencillas y encantadoras iglesias que aún pueden encontrarse en cada minúscula aldea, aunque ya sólo se celebre misa en ellas una vez al mes, con suerte: la idea de la absoluta centralidad del cristianismo en la vida de esas gentes que nos precedieron.

Es frecuente en las redes sociales, en ambientes cristianos, oír hablar de la necesidad de recristianizar la sociedad, de una nueva evangelización. Realmente, si observamos las costumbres de la gran mayoría de españoles hoy, incluso quizás de una mayoría de cristianos, podemos comprobar que en muchos casos la cultura es ya completamente anticristiana, y ello se promueve desde el poder, que se esfuerza en demoler hasta los últimos resquicios, hasta de manera no ya anticristiana, sino contraria a la propia naturaleza humana.

Es frecuente entonces pensar en los primeros cristianos; en sus dificultades en un ambiente pagano totalmente adverso. Entonces las persecuciones eran patentes y cruentas. Hace menos de un siglo tuvimos aquí una de ese tipo, pero hoy son muy distintas: sibilinas, se basan en técnicas de manipulación mental y control del pensamiento. Si atendemos a aquello de “la vida quitarme podéis, pero más no podéis”, quizás éstas sean hasta más peligrosas.

En cualquier caso, lo que bajo ningún concepto debemos permitir es vernos desalentados por las dificultades. En el plano colectivo, Dios es Señor de la Historia, y haremos muy bien en confiar en sus planes. Quiso anunciarnos que tendríamos persecuciones y tribulaciones, y también que habría una gran apostasía. La sociedad se recristianizará o no, o simplemente quedará un resto. Eso no debe preocuparnos, porque no está en nuestra mano.

Pero en el plano individual, nos hallamos en un diálogo constante con Dios, aunque a menudo no nos demos cuenta. Dios pone ante nuestros ojos todo lo que nos acontece. “En Él vivimos, nos movemos y existimos”. Y nos conoce mejor que nosotros mismos: “entra hasta la división del alma y del espíritu, de las articulaciones y de la médula, y descubre los sentimientos y pensamientos del corazón”. Más que esforzarnos en mover nuestra voluntad, se trata de dejar de resistirnos a la suya: somos rebeldes que deben deponer las armas (Newman).

Este comienzo de curso es un gran momento para, en lugar de dejarnos llevar por la melancolía de los atardeceres de estos días que se acortan, al estilo García Cuartango, deponer las armas ante Dios y ponerlas una vez más a su servicio, en una nueva conversión. Empezar por recristianizarnos nosotros mismos avanzando un poco más en el camino espiritual.

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