sábado, 12 de noviembre de 2022

LIBERTAD, DIVINO TESORO

 

Libertad, divino tesoro

Por Gabriel Le Senne

Más que la juventud, que es pasajera, la libertad es divino tesoro. Divino, por ser característica esencial del ser humano, y por tanto, para los creyentes, don de Dios. Tesoro, porque más vale morir libre que vivir como esclavo. En palabras del Quijote:

“La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida, y, por el contrario, el cautiverio es el mayor mal que puede venir a los hombres”.

Cada 9 de noviembre se conmemora la destrucción, que no caída, del Muro de Berlín. Van tan solo 33 años de aquello. Pero conviene recordarlo, porque muy probablemente las nuevas generaciones lo desconocen: tras la Segunda Guerra Mundial, Alemania se dividió en dos mitades.

Una permaneció con Occidente: se implantó una democracia liberal y un mercado libre que permitió prosperar rápidamente a los alemanes occidentales, hasta volver a situarse entre las naciones más desarrolladas.

La otra mitad, la oriental, permaneció en la órbita de la Unión Soviética. Se implantó un régimen socialista (o comunista, si se prefiere), y, pese a que se la denominó República Democrática Alemana (RDA), de democrática no tuvo nada, porque la libertad de sus ciudadanos fue completamente suprimida. Su economía se fue deteriorando inexorablemente, empujando a su población al exilio, hasta el punto de que en 1961, el régimen levantó el Muro para impedir que la población continuara escapando.

Hasta 1989, en que, como nos recuerda Diego Sánchez de la Cruz en el Semanal del Covarrubias, la confluencia de Ronald Reagan, Margaret Thatcher y San Juan Pablo II logró terminar con la pesadilla, y finalmente, liberar toda Europa Oriental, y hasta hacer caer hasta a la Unión Soviética.

Sin embargo, 33 años después, no podemos decir que hayamos ganado la batalla: la libertad se bate en retirada en muchísimos frentes. En el económico, por supuesto: los impuestos se incrementan; la actividad está cada día más asfixiada por el exceso de regulación; la clase media mengua como consecuencia, pues es la que realmente soporta la presión fiscal.

La libertad de pensamiento, la de expresión, la libertad educativa, desaparecen a marchas forzadas. Son eliminadas por los nuevos “delitos de odio” que se emplean como subterfugio para la censura. Hasta se imponen versiones oficiales (falsificadas y favorables al socialismo) de la historia por ley. Los comunistas se nos presentan como luchadores por la democracia y la libertad.

Admitámoslo: el socialismo ha vuelto, quizás incluso más fuerte que nunca. Es una nueva variante, o quizás dos: se trata del neomarxismo y el posmodernismo, que ya describimos aquí, y que, de no tratarse adecuadamente, acabarán con el sistema liberal que hemos conocido; el que ha permitido las más altas cotas de libertad y bienestar personales en la historia de la humanidad.

Desde esos años ochenta de nuestra infancia en que fuimos realmente libres, tenemos que aceptar que vamos marcha atrás. Retrocediendo. No porque todo lo que se ha hecho sea malo, porque hay que reconocer que algunas de las causas -si no todas- tienen un fondo de verdad. Pero no podemos permitir que se empleen como tapadera para terminar con los principios básicos de nuestro sistema: vida, libertad, propiedad privada, igualdad ante la ley, división de poderes.

La libertad funciona. La democracia liberal y la economía libre, funcionan. Lo demuestra el que la gente siempre escapa de los países socialistas hacia los países más libres; nunca al revés.

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