lunes, 8 de abril de 2024

LA VERDAD EDUCADA Y LA MENTIRA GRITONA

El discurso a gritos de la ministra de Igualdad que la obligó a disculparse  con un diputado del PP

LA VERDAD EDUCADA Y LA MENTIRA GRITONA.

Un amigo que quiere hacerme sufrir me envía un vídeo de la añorada La Clave de 1985 en el que intercambiaron pareceres Gonzalo Fernández de la Mora, exministro de Franco, y Alfonso Guerra, vicepresidente del primer gobierno de Felipe González. 

Para no faltar a la verdad, el que intercambió educadamente sus pareceres fue el franquista, ya que el socialista se limitó a interrumpirle a gritos.

 Por ejemplo, cuando aquel le recordó que los grandes intelectuales españoles –Baroja, Marañón, Azorín, Menéndez Pidal, Zubiri, Ortega…– huyeron de la República, Guerra replicó fuera de sí:

Pero ¡qué dice! ¡Esto es la repera! ¡Esto es la falsificación de la historia! ¡Toda la intelectualidad española huye de la llegada del ejército de Franco, por favor! ¡Es intolerable oír eso hoy aquí! ¡Eso es sencillamente falsificar la historia! ¡Es mentir la historia! ¡Hay que estar loco!

E incluso llegó a pontificar que Unamuno murió asesinado por los nacionales:

–Lo mataron. ¡Muera la inteligencia! ¡Viva la muerte! Se metió y no salió de la cama.

Pero desde su enfrentamiento con Millán-Astray, tan novelado sobre todo por Luis Portillo, hasta su fallecimiento transcurrieron dos meses y medio durante los que nadie le molestó en la Salamanca de Franco. Una semana antes de su muerte recibió a un corresponsal del lisboeta Diário de Noticias, a quien le declaró que consideraba a las «hordas rojas» unos «fenómenos patológicos, malhechores, expresidiarios, criminales natos de tipo lombrosiano que procuran satisfacer las ruines pasiones que abrigan en sus instintos de bestias feroces».

 Y en cuanto al bando nacional, le indicó tanto su disgusto por los partidos agrupados en él como su adhesión a Franco, «un buen hombre y un gran general».

Por lo que se refiere a Ortega, basta con leer lo que su hijo Miguel escribió sobre aquellos días, el Epílogo para ingleses que añadió a una nueva edición de La rebelión de las masas o la alegría con la que recibió la victoria final del bando nacional, enviando, por ejemplo, un telegrama a Marañón expresando su «alborozo y felicitación» por la entrada de Franco en Madrid.

Marañón, por su parte, explicó a Le Petit Parisien (21 de febrero de 1937) los motivos por los que había huido de Madrid:

«Me sabía en peligro. Una mañana leí, en el periódico de Largo Caballero, estas líneas destacadas en letras enormes: Si queréis saber los antecedentes de Gregorio Marañón, buscadlos en las listas fascistas. ¡Era una sentencia de muerte! Esta hoja oficial publica, en efecto, bajo esta forma, sus órdenes de ejecución (…) Todos aquellos a quienes he visto señalados de este modo han sido asesinados unas horas después de la salida de la edición (…)

 Los intelectuales que han tenido la suerte de encontrarse en territorio controlado por los nacionales no han visto amenazadas sus vidas ni se han visto obligados a exiliarse. Compruébelo usted mismo: en los hoteles de París y otras ciudades francesas podrá encontrar refugiados políticos españoles. Todos han escapado de la España roja. Ninguno ha tenido que escapar de la España nacional».

Menéndez Pidal, espantado por los asesinatos, se refugió junto a otros intelectuales en la Residencia de Estudiantes por sugerencia de su director Alberto Jiménez Fraud. Pero la persecución también alcanzó a los allí alojados, entre ellos a Ortega postrado en cama, a Dámaso Alonso y al exministro liberal Prieto Bances, que escapó in extremis por el bosque. Pidal, escondido tras un árbol, oyó decir a los milicianos: «¿Dónde estará el otro pájaro?». «¿Seré yo el otro pájaro?», se preguntó. Así que decidió escapar cuanto antes; y con toda su familia, para evitar represalias.

En resumen: Fernández de la Mora dijo educadamente –o al menos intentó decir– la verdad, pero la escasez de sus votos la hicieron pasar por mentira. Guerra impuso a gritos la mentira, pero sus abundantes votos la hicieron pasar por verdad. En eso consiste el naufragio universal: en contar las opiniones, gritos incluidos, no en pesar los argumentos.

Guerra concluyó con estas arrogantes palabras:

–Yo de verdad me atrevo a darle un consejo. Ese esfuerzo gástelo usted en otra causa, porque en esa causa no le va a creer nadie.

Profecía autocumplida de Guerra. Ya se encargaron los gobernantes socialistas y medios afines de sembrar la mentira por doquier. Y así hemos llegado a la España de hoy, mayoritariamente fiel al evangelio izquierdista en el que hay que creer aunque las evidencias lo desmientan tanto en lo que se refiere a la historia como a los hechos actuales. Eso son las creencias: convicciones a las que no se llega por la razón y el conocimiento.  

La hegemonía política, social, cultural y sentimental de la izquierda necrófila demuestra el éxito de aquel evangelio sembrado a gritos hace medio siglo por Guerra, González y demás socialistas hoy tan admirados por el Partido Popular.

 

(Jesús Laínz/La Gaceta/8/4/2024.)

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