viernes, 5 de diciembre de 2008

ÉXITO Y DINERO





ÉXITO Y DINERO.

'El éxito y el dinero no me han hecho feliz'. (Esther Cañadas, modelo).


¿Es adecuado preguntarse qué es la felicidad? ¿No es demasiado,
digamos, socrático? Sea como sea, creo que necesitamos alguna noción de felicidad para saber si hemos conseguido ser felices, o hemos fracasado en el intento. ¿O no? ¿O se trata solamente de una sensación subjetiva y no debemos preocuparnos por definir, aunque sea laxamente, qué es la felicidad?

Supondré que todos tenemos una idea intuitiva de lo que es 'ser
feliz'. Normalmente, se suele identificar con 'estar bien' o 'sentirse
a gusto' o ’tener los deseos cumplidos’. Pero no de forma provisional o momentánea, sino con una cierta permanencia. No es lo mismo decir 'he pasado una tarde estupenda' que decir: 'soy feliz'.

No quiero cansar al lector con citas de grandes pensadores, de modo que haré una sola y breve referencia. Kant decía que bajo el nombre de felicidad están el poder, la riqueza, la honra, la salud y el entero bienestar y satisfacción con el propio estado.

Supongamos que Esther tenía poder, riqueza, honra y salud. Lo que no tenía, y así lo dice, es satisfacción con el propio estado. ¿Cuál era su estado? Uno que, entre otras cosas, tenía éxito y dinero. Entonces ¿qué puede producir felicidad a Esther? ¿Lo sabe? Lo ignoro. Lo que sabemos es lo que tiene (éxito y dinero), y no la hace feliz.

No está diciendo que no le gusten el éxito y el dinero. Probablemente no desea prescindir de ninguna de las dos cosas. Pero, suponiendo que sea así, necesita algo más. ¿Qué es? ¿Y si este 'algo más' fuera incompatible con el éxito y el dinero, tomados como objetivos vitales?

Vamos por partes. Voy a suponer que la felicidad tiene que ver, al
menos principalmente, con la realización o el cumplimiento de nuestros deseos más importantes. La expresión 'me siento realizado' tiene que ver con lo que digo. Por tanto, Esther se podría haber realizado con el éxito y el dinero. Pero no ha sido así. Ahora bien, ¿se trata de una rareza de Esther, o se trata de algo normal en los seres humanos? Al menos de los seres humanos del llamado mundo occidental.

Si la felicidad es exclusivamente subjetiva, cualquier cosa podría
darnos la felicidad. Por ejemplo, un asesino a sueldo podría ser
feliz, lo mismo que un narcotraficante. Lo mismo que Teresa de
Calcuta. ¿Tendrían algo en común Teresa de Calcuta feliz y un asesino a sueldo feliz? Parece que tendrían en común que ambos son felices, o dicen serlo. Suponiendo que ambos tipos de personas fuesen felices, ¿se trataría del mismo tipo de felicidad?

Para evitar una completa subjetivización de la felicidad, conviene
acudir al ideal. ¿Y eso qué es? Lo que permite dar sentido a la vida. Y para darle sentido a nuestra vida necesitamos un proyecto vital. Y luego responder de este proyecto ante nosotros mismos, ante nuestra conciencia. Esto supone desarrollar nuestras capacidades y potencialidades hasta donde seamos capaces. También supondré que el proyecto vital de ‘asesinar bien’ no es comparable al proyecto vital de ‘ayudar a los demás’. No todo es relativo.

Prescindiré de las personas que dicen dar sentido a la vida,
exclusivamente, sobre su interés personal y también de los que se centran, exclusivamente, en el sentido trascendental de la vida. No porque los equipare, sino para limitarme a lo que creo que son las opciones mayoritarias. Estas opciones mayoritarias pueden incluir (como un elemento más) el sentido trascendente de la vida. Tales opciones, que supongo mayoritarias, tienen que ver con la preocupación por los demás. Ahora bien, ¿Cómo se exterioriza esta preocupación?

Una de ellas pretende que mantengamos en nuestras sociedades extensas, los vínculos morales propios de las sociedades tribales, o de pequeña dimensión. La otra, por el contrario, dice que la moral propia de las sociedades pequeñas y cohesionadas no es aplicable a las sociedades extensas como las nuestras. En estas últimas, la preocupación por los demás se exterioriza (y así debe ser) en los derechos y obligaciones propios de un ciudadano de una sociedad democrática.

Con otras palabras, la preocupación por los demás se traduciría al
reconocimiento y respeto por los derechos individuales y las personas que son titulares de ellos. Pero hay más. Tratar de aplicar las fuertes exigencias morales propias de las sociedades pequeñas y cohesionadas a las sociedades extensas, produce frustración y limitación de las libertades individuales.


Frustración, porque no podemos conseguir que todos seamos tan desprendidos y generosos con el resto de la sociedad como lo somos con nuestra familia, o los amigos íntimos. O sea, puedo amar a ‘los míos’ pero no puedo hacer lo mismo con ‘todo el mundo’. Limitación de las libertades individuales, porque conseguir tanta bondad a la fuerza, supondría una intolerable intervención y coacción de los poderes públicos. Con el objetivo de hacernos 'buenos' a la fuerza. Que sería, por supuesto, una falsa bondad. Esto es lo que han intentado las grandes utopías. Con un gran y trágico fracaso.

En fin, recordemos para Esther (y para el que quiera) estas palabras de John Stuart Mill: ‘Jamás había dudado sobre la convicción de que la felicidad constituye el punto crucial para todas las reglas de conducta y tampoco sobre el fin de la vida. Pero entonces pensé que tal fin sólo podía esperarse si no se lo convertía en un fin directo. Sólo son felices (pensé) quienes tienen las mentes fijas en algún otro objetivo diferente de la felicidad propia; es decir, en la felicidad de otros, en el mejoramiento de la humanidad, incluso en algún arte o propósito perseguido no como un medio sino como un fin ideal en si mismo. Cuando se apunta de esta manera hacia algo distinto, se encuentra la felicidad en el camino’.

Sebastián Urbina.

(Dedicado a Iván C./Inteligente comentarista de este blog)

4 comentarios:

Anónimo dijo...

"Mi consejo es que, de entrada, no se crean lo que les dicen. Tampoco lo que yo digo, excepto lo que sigue: Reflexionen y busquen con humildad pero con determinación lo verdadero o lo correcto. No digan sin más 'todo es igual'. Si lo hacen, ganarán 'ellos', no usted.

Por favor, no tenga miedo a decir en voz alta lo que cree (si lo ha reflexionado), no tenga miedo a que cualquier sacerdote (laico o no) le diga que es rancio, casposo u otros insultos progres. Se debe respeto a sí mismo, no a estos mequetrefes. Como decía Bertrand Russell: 'Conquistar el miedo es el comienzo de la riqueza". Sebastián Urbina.


Este comentario, que es suyo, tiene diversas virtudes morales. Me gustaría apuntar una: la obligación de ser un sujeto moral, de pensar por uno mismo. Sin eso nos queda muy poco: la tribu y el embrutecimiento fácil.

No deje nunca de compartir lo que piensa.

Iván C.

Anónimo dijo...

Bueno el dinero hace la felicidad, los primeros dias, luego vuelves a lo mismo aunque te da una cierta seguridad en ti, te quita o te compensa bastantes complejos y hay gente que te trata mejor, pero otra peor a causa del dinero.Lo se por experiencia.

Anónimo dijo...

La felicidad dependerá en cada caso de la escala de valores que tenga cada persona.
El problema es que muchas veces nos dejamos influenciar por la escala de valores de la sociedad en la que vivimos, la asumimos como propia, sin darnos cuenta que no es la nuestra.
Sólo desde la reflexión personal, individual, se pueden priorizar unos valores frente a otros. Pero eso implica formación y de eso es de lo que más carece nuestra sociedad.
MELCHOR PALOU

Sebastián Urbina dijo...

Esto es lo que, entre otras cosas, se plantea. Si el torturador, por ejemplo, puede ser feliz como lo puede ser una buena persona.