SE ACABÓ EL TXOLLO.
En el momento en que está usted leyendo estas líneas es probable que el grueso del PNV, con Arzallus e Ibarreche abriendo la marcha cogidos del brazo, ande camino de Santoña para pasar al exilio voluntario y, de paso, recordar tiempos pasados en que otros esforzados nacionalistas hicieron el mismo trayecto, si bien con un resultado más bien discreto en términos bélicos e históricos.
La tragedia acaecida sobre los peneuvistas tras la toma de posesión de Francisco López como lehendakari debe estar provocándoles una sensación similar a la que experimentaba D. Sabino cuando veía a un maketo bailando con una moza del Goierri en la romería. Y es que verse desalojados del poder por unos advenedizos cuyo papel, desde la transición, se limitaba a actuar de coartada seudodemocrática de un régimen totalitario y, eventualmente, caer bajo las balas y las bombas de los "violentos", no es algo que estuviera previsto ni siquiera por los padres constitucionales, cuya visión de futuro no fue precisamente la mayor de sus virtudes.
El nacionalismo, por definición, es un régimen inasequible a la alternancia, en tanto que la aceptación de sus postulados constituye el único rasgo definitorio de la legitimidad para gobernar. Cuando la raza, la lengua, la historiografía amañada y el folcklore se sitúan como ejes de la acción política a despecho de la moderna tradición estatal de raíz democrática, el perder en unas elecciones tiene que verse forzosamente como una agresión injustificable que no puede quedar sin respuesta.
Y sin embargo nada hay más saludable para un pueblo que la renovación de su casta dirigente. En este caso, además, no porque los nuevos lo vayan a hacer mucho mejor en términos económicos o de bienestar ciudadano, sino porque es difícil que alguien lo pueda hacer peor que el PNV en materia de decoro político y libertades civiles.
La elección de López como lehendakari no va a solucionar los graves problemas a los que se enfrenta la comunidad vasca, como el resto del planeta, pero al menos va a tener la virtud de desalojar parcialmente del poder a una casta recogenueces que por primera vez en su vida va a experimentar esa sensación que los ciudadanos normales definen con el verbo "trabajar". Sólo por eso ya merece la pena el cambio. Si López tiene además la gallardía de dejar sin virtualidad el terrible vaticinio con que lo saludó en su día la madre de Joseba Pagazaurtundúa, la sensación general será muy aproximada a eso que llamamos felicidad. Con eso es suficiente. (Pablo Molina/LD)
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