EL ENGAÑO DEL MULTICULTURALISMO.
Preguntemos en primer
lugar, ¿qué es el multiculturalismo? Algunas de las respuestas más
habituales son las siguientes:
‘Coexistencia de
diferentes culturas en una sociedad o país’.
O bien, ‘doctrina
norteamericana que pone en duda la hegemonía cultural de los grupos blancos
dirigentes respecto de las minorías’.
Cualquier persona
con sensibilidad y respeto hacia los demás tenderá a ver con simpatía esta
corriente política y cultural. No solamente porque defiende la coexistencia
entre culturas, lo que sería propio de demócratas y de bien nacidos.
Es que, además,
quiere terminar de una vez con la injustificada supremacía blanca sobre otros
grupos minoritarios, que han sido tratados con desprecio. Y, a veces, peor.
Dicho esto ¿por
qué afirmo que el multiculturalismo es un engaño? Diré más, es un peligroso
engaño.
Empecemos por la
primera frase: ‘El multiculturalismo defiende la coexistencia de diferentes
culturas en una sociedad o país’. ¿Hay algo más bonito que esto? ¿No somos
todos iguales?
Si tenemos en
cuenta las dos frases a la vez, la ahora citada, y la segunda: ‘doctrina
norteamericana que pone en duda la hegemonía cultural de los grupos blancos
dirigentes respecto de las minorías’, nos daremos cuenta de que no se trata
de cualquier tipo de coexistencia. Se trata de una coexistencia entre iguales.
Con otras palabras, no se admite una hegemonía cultural de unos grupos sobre
otros porque nadie es mejor.
El siguiente paso
es de carácter fáctico. Es decir, no se trata de lo que se opina sobre el
multiculturalismo sino de cuáles han sido los resultados prácticos derivados de
aplicar la doctrina multiculturalista a diversas sociedades europeas.
Por ejemplo, en Alemania, durante mucho tiempo se impuso un veto no
escrito para no tratar críticamente el problema del multiculturalismo. ¿Por
qué?
Seguramente no se sorprenderá si le digo que por influencia y presión del
pensamiento ‘políticamente correcto’. Digo que no se sorprenderá porque en
España pasa algo parecido. Si usted dice ciertas cosas es un ‘facha’. Y la
mayoría de la gente se calla porque tiene miedo al ‘mundo de la cultura’ y a
los ‘intelectuales orgánicos’, que dominan en los medios de difusión. O sea,
radio, prensa, redes sociales y televisión. Y sistema de enseñanza.
Tal vez
usted se acuerde de un artículo escrito por el que fue Ministro de Economía del
Presidente Zapatero, Miguel Sebastián, el 6 de Abril de 2008, en Mercados de El
Mundo, ‘España no se rompe’. En él se reía de la idea, por lo visto ‘de derechas’,
de que España se rompe. Con la que está cayendo en Cataluña, con una
declaración de independencia en el propio Parlamento catalán, no parece que el
ministro socialista estuviese acertado.
¿Por qué ha
pasado tanto tiempo en reconocer el grave peligro representado por los
separatistas, antes ‘nacionalistas periféricos’?
Porque la opinión pública y
publicada es mayoritariamente progresista. Y el progresismo hispano, o
antihispano- según se mire- siempre ha tenido simpatía por estos nacionalismos
y desconfianza- o desprecio- por el nacionalismo español. Recordemos que a
finales del mes de Noviembre de 2015, la alcaldesa de Madrid, la señora Carmena,
dijo públicamente que le preocupaba el nacionalismo español porque era ‘facha’.
Literal.
Pues bien,
algo parecido sucedía en Alemania, hasta que en 2010, el economista Thilo Sarrazin, un
político alemán miembro del SPD, que fue senador de finanzas por el Estado de
Berlín y miembro de la Junta Directiva del Deutsche Bundesbank, se atrevió a
denunciar la situación, publicando un libro, ‘Alemania se desintegra’, que fue
un éxito de ventas. ¿Y cuál era la
situación? El fracaso
del proceso de integración de las comunidades de origen musulmán.
También se
ha producido este fracaso en Francia y en el Reino Unido, pero ahora la
pregunta es ¿a qué se debe este fracaso? Este
fracaso de debe a la idea multiculturalista de que todas las culturas son
iguales y merecen el mismo respeto. Esta errónea y peligrosa idea está
vinculada al relativismo. ¿Qué dice el relativismo?
Veamos un ejemplo. Para
algunas gentes, sajar el clítoris a las niñas es ‘natural’. Para otras, ahorcar
a los homosexuales también es ‘natural’, o cortar las manos a los ladrones.
¿Debemos aceptar estas conductas como ‘moralmente buenas’? Una respuesta habitual,
nos dice que ‘todo es igualmente respetable’.
La idea del relativismo
normativo, es que todas las tradiciones son igualmente respetables desde un
punto de vista moral. Por tanto, la perniciosa creencia relativista y,
supuestamente, progresista, ha hecho creer a millones de personas y a la
mayoría de políticos que lo realmente guay es respetar todas las culturas por
igual.
¿Cuál ha sido la
consecuencia? Que al respetar todas las culturas se ha respetado que, por
ejemplo, se sajara el clítoris a las niñas, se las obligara a casarse con
adultos, y un largo etcétera de salvajadas. Es decir, se ha permitido que se
crearan guetos en los que los ‘jefes’ imponen normas antidemocráticas a los
miembros de su grupo.
El último ejemplo- entre cientos- lo
tenemos en el barrio de Bruselas, Molenbeek, en pleno centro de la
ciudad. El ministro del Interior belga, Jan Jambon, anunció abiertamente que se iba
a implicar de forma personal en la rehabilitación de esta zona, donde reconoce
que las instituciones han perdido el control.
¿Qué significa que han ‘perdido
el control’? Que ni los no musulmanes, ni la propia policía belga entran en el
barrio. Esto es un gueto. Y se imponen las leyes y costumbres de procedencia.
Es decir, no rigen las leyes democráticas belgas. ¿Quién sufre esta imposición
antidemocrática? Principalmente los más débiles. Niños y mujeres.
En vez de
defender la libertad y dignidad de las personas de carne y hueso, los gobiernos
europeos, erróneamente, defienden la igualdad de las comunidades culturales.
La
consecuencia es que, en algunas de ellas, se viola la libertad y la dignidad de
las personas. Y muchos europeos, autoridades incluidas, callan por miedo a que
les llamen racistas o xenófobos. Repugnante y culpable cobardía. Políticamente
correcta, eso sí.
Sebastian Urbina.
(Reposición.)
EUROPA Y LA EXISTENCIAL AMENAZA ISLAMISTA.
Aún antes de conocer la identidad del terrorista que atentó este miércoles en el corazón de Londres y de Gran Bretaña, todo el mundo sospechaba que se trataba de un fanático islamista, a pesar de las tradicionales advertencias en contra de la progresía y la extrema izquierda. Por supuesto, una vez más la realidad ha venido a destrozar el ridículo montaje de los que prefieren hablar de "terrorismo internacional" y de los que corren a alertar sobre la supuesta islamofobia pero pasan por alto el peligro real que representa el islamismo.
Porque lo que dejan en clamorosa evidencia Londres, Berlín, Niza, Bruselas y París es que Europa tiene un tremendo problema con el islamismo, una ideología fanática que no sólo es incompatible con la democracia y el Estado de Derecho, sino que aspira precisamente a acabar con ellos y con las libertades.
Tratar de esconder el problema con eufemismos ridículos no ayuda en nada; tratar de ocultar la realidad de que prácticamente el 100% de los que atentan actualmente en Europa son musulmanes y lo hacen en nombre de Alá no va a evitar los próximos crímenes; tratar de reducir el terrorismo a motivaciones económicas no sólo es abundar en una falsedad, sino que es un insulto a los más humildes.
El islamismo es una amenaza existencial, a la que hay que enfrentarse con decisión. Esto no es islamofobia, sino sentido común. Como lo es advertir de que en estas condiciones admitir una oleada descontrolada de inmigrantes procedentes de países con graves problemas de terrorismo islámico al grito de "¡papeles para todos!" es una insensatez suicida.
Una vez reconocido el problema viene la compleja tarea de abordarlo, y hay que hacerlo siendo plenamente conscientes de que es extremadamente difícil evitar ataques como el de este miércoles, y de que sí hay medidas –empezando por las policiales, aunque algunos apóstoles de la izquierda lo nieguen– que pueden contribuir a limitar su alcance y recurrencia.
Medidas que obviamente tienen que ir más allá, a la raíz del problema, que es esa ideología fanática y cómo se promueve desde determinadas mezquitas, en las que no hay que tener reparo alguno en intervenir: no se ha de consentir que el discurso del odio criminógeno se esparza impunemente. Y medidas de las que tienen que ser partícipes las comunidades musulmanas que no quieran verse identificadas con los fanáticos y los asesinos que atentan en nombre del islam: porque la mejor manera de evitar que crezca la islamofobia es, precisamente, demostrar que la mayoría de los musulmanes no está por el terror, y eso sólo lo pueden hacer ellos.
Europa y todos los europeos que quieren seguir viviendo en paz y con libertad han de asumir que contra esta amenaza –la amenaza del terrorismo islamista, no "internacional"– no ha servido de nada el multiculturalismo, que tantos guetos al margen de la ley ha dejado crecer en capitales como París, Bruselas o la propia Londres.
En su lugar, ha de proclamarse la superioridad de los principios y valores que han hecho de Europa un artífice fundamental del mundo civilizado. Toca luchar con firmeza y contundencia por las libertades individuales, el Estado de Derecho y la igualdad de todos ante la ley.
(Edit. ld.)
EUROPA Y LA EXISTENCIAL AMENAZA ISLAMISTA.
Aún antes de conocer la identidad del terrorista que atentó este miércoles en el corazón de Londres y de Gran Bretaña, todo el mundo sospechaba que se trataba de un fanático islamista, a pesar de las tradicionales advertencias en contra de la progresía y la extrema izquierda. Por supuesto, una vez más la realidad ha venido a destrozar el ridículo montaje de los que prefieren hablar de "terrorismo internacional" y de los que corren a alertar sobre la supuesta islamofobia pero pasan por alto el peligro real que representa el islamismo.
Porque lo que dejan en clamorosa evidencia Londres, Berlín, Niza, Bruselas y París es que Europa tiene un tremendo problema con el islamismo, una ideología fanática que no sólo es incompatible con la democracia y el Estado de Derecho, sino que aspira precisamente a acabar con ellos y con las libertades.
Tratar de esconder el problema con eufemismos ridículos no ayuda en nada; tratar de ocultar la realidad de que prácticamente el 100% de los que atentan actualmente en Europa son musulmanes y lo hacen en nombre de Alá no va a evitar los próximos crímenes; tratar de reducir el terrorismo a motivaciones económicas no sólo es abundar en una falsedad, sino que es un insulto a los más humildes.
El islamismo es una amenaza existencial, a la que hay que enfrentarse con decisión. Esto no es islamofobia, sino sentido común. Como lo es advertir de que en estas condiciones admitir una oleada descontrolada de inmigrantes procedentes de países con graves problemas de terrorismo islámico al grito de "¡papeles para todos!" es una insensatez suicida.
Una vez reconocido el problema viene la compleja tarea de abordarlo, y hay que hacerlo siendo plenamente conscientes de que es extremadamente difícil evitar ataques como el de este miércoles, y de que sí hay medidas –empezando por las policiales, aunque algunos apóstoles de la izquierda lo nieguen– que pueden contribuir a limitar su alcance y recurrencia.
Medidas que obviamente tienen que ir más allá, a la raíz del problema, que es esa ideología fanática y cómo se promueve desde determinadas mezquitas, en las que no hay que tener reparo alguno en intervenir: no se ha de consentir que el discurso del odio criminógeno se esparza impunemente. Y medidas de las que tienen que ser partícipes las comunidades musulmanas que no quieran verse identificadas con los fanáticos y los asesinos que atentan en nombre del islam: porque la mejor manera de evitar que crezca la islamofobia es, precisamente, demostrar que la mayoría de los musulmanes no está por el terror, y eso sólo lo pueden hacer ellos.
Europa y todos los europeos que quieren seguir viviendo en paz y con libertad han de asumir que contra esta amenaza –la amenaza del terrorismo islamista, no "internacional"– no ha servido de nada el multiculturalismo, que tantos guetos al margen de la ley ha dejado crecer en capitales como París, Bruselas o la propia Londres.
En su lugar, ha de proclamarse la superioridad de los principios y valores que han hecho de Europa un artífice fundamental del mundo civilizado. Toca luchar con firmeza y contundencia por las libertades individuales, el Estado de Derecho y la igualdad de todos ante la ley.
(Edit. ld.)
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