jueves, 16 de marzo de 2017

ERROR DE PLANTEAMIENTO


 (Incluso una persona culta e inteligente como Carrascal comete el error habitual. El problema de fondo no es inmigración sí, o no.


Es un error. El problema de fondo es ¿cuánta inmigración? En una ciudad de 100.000 habitantes, recibir mil inmigrantes no plantea serios problemas. En cambio, recibir 25.000 inmigrantes sí los plantea. O sea, hay límites, aunque sean imprecisos. Pero no se habla de esto.

El segundo gran problema es de la cultura de los inmigrantes. No es un problema si se trata de una cultura diferente, dispuesta a respetar las normas básicas, de convivencia, de la sociedad de acogida. El problema aparece cuando se trata de una cultura contraria a la del país de acogida. O sea, la cultura islamista.

Si no se tienen en cuenta estos dos aspectos, la inmigración es un bomba de relojería. Hay que ser ciego para no verlo. Y querer suicidarse. Por eso- entre otras razones- aumenta la llamada 'derecha alternativa'.

Sus votantes no son fachas- aunque pueda haberlos- sino que son ciudadanos que se dan cuenta de la deriva suicida en que nos han metido los políticos tradicionales. Su miedo a ser desplazados del poder- y su 'buenismo' progresista- se ve en las informaciones mediáticas. Repiten con gran frecuencia, 'racista', 'xenófobo', 'ultraderecha' y similares. Ya lo hicieron con Trump.

Hay que asustar a la gente para que nos quedemos satisfechos con el PP/PSOE y similares europeos.)





LUCES Y SOMBRAS DE LA INMIGRACIÓN.

Cuando usted lea esta Tercera de ABC, conocerá si Geert Wilders va camino de convertirse en primer ministro de Holanda o no, con repercusiones en Francia y Alemania, donde la derecha ultranacionalista también ha hecho importantes avances y tendrán lugar las próximas elecciones. Lo que quiere decir que todos los europeos nos jugamos algo, o mucho, en esos comicios. Lo que no sabremos es cómo terminará el cruce de invectivas entre los Gobiernos turco y holandés. Y menos todavía sabremos cómo va a terminar el problema de fondo, la inmigración, tal vez por no tener otra salida que la ofrecida por el tiempo que, dicen, lo cura todo, el amor incluido. ¿Y la aversión?

Pues se trata de eso, de la oleada de inmigrantes asiáticos y africanos que huyen de las condiciones de vida en sus países hacia lo que para ellos es un paraíso de bienestar y seguridad: Europa. Ha sido también el detonante de esta crisis: el presidente turco Erdogan, interesado en una reforma constitucional que le da poderes casi absolutos, envió a Holanda a dos ministros para promoverla entre los turcos que allí residen. 

El Gobierno holandés se lo impidió. La reacción de Erdogan fue llamarle "nazi fascista" y advertirle de que "lo pagará caro", aunque una ley turca, firmada por él, prohíbe hacer propaganda electoral en el extranjero. Pero se ha traspasado la línea de la diplomacia e incluso de la política. El liberal Mark Rutte, primer ministro holandés, le ha respondido que "no se someterá al chantaje", ganando respaldo popular. Si ello le salva en las urnas lo sabrán, como dije, ustedes.

Pero de lo que quería hablarles era del problema de fondo, uno de los más acuciantes de nuestro tiempo: el de la inmigración masiva, que afecta a todos los países europeos, incluidos los hasta ahora exportadores de emigrantes, que han sido todos, el nuestro incluido, en un momento u otro de su historia. Y, para empezar, expongo sin ambages mi opinión sobre el asunto: considero positiva la inmigración. 

Trae nueva sangre, nuevos brazos, nuevas perspectivas a un país y a sus habitantes. Lo renueva, le saca de la rutina y de la molicie. Los países y pueblos que se han encerrado en sí mismos han terminado en la endogamia física y mental, en el ombliguismo improductivo, en el desconocimiento del mundo y de su evolución, lo que les condena al fracaso en la escena mundial. Hay infinidad de ejemplos en la historia y tal vez el más sonado sea el de Esparta, que pese a sus victorias bélicas, no pudo competir en creatividad y herencia con una Atenas infinitamente más abierta. 

También lo fue Roma, que de un villorrio al lado del Tíber se convirtió en paradigma de los imperios, pues no sólo se expandió por buena parte del mundo conocido, sino también lo civilizó, le dio un derecho que aún se estudia y, lo más importante, la ciudadanía romana a sus habitantes, algo que no ha hecho ningún otro imperio. Y ya que hablamos de Roma, lo aprovecho para abordar la otra cara de la inmigración. He expuesto sus ventajas, su modernidad, su impulso. Pero nada hay perfecto en este mundo. There is no free lunch, no hay almuerzo gratis, dicen los norteamericanos, hay que pagar por todo, la inmigración incluida. Tienen que pagar tanto los inmigrantes como quienes los acogen. 

Estos, aceptando gentes distintas; aquéllos, adaptándose al país de acogida. Fue san Ambrosio, originario de Milán, quien sentenció Si fueris Romae, romano vivito more, Cuando estés en Roma, vive al modo romano, que la tradición y el uso han convertido en "En Roma, sé romano". Sin duda alguna, los inmigrantes deben gozar de los derechos que tienen los ciudadanos del país de acogida, cualquier discriminación será no ya inmoral, sino punible. Tienen también derecho a continuar sus usos y costumbres en el ámbito privado. Lo que no pueden, pienso, es intentar cambiar las normas de la sociedad en la que se han instalado. Ni, menos todavía, violarlas. No ya por ser ilegal, sino por llevar indefectiblemente al choque entre los autóctonos y los foráneos. 

Que es lo que está ocurriendo en buena parte de los países europeos, sobre todo en los pequeños, cuya población teme ser aplastada por el tsunami que llega. Piensen que en la pequeña Holanda hay 400.000 turcos. A los que hay que añadir el resto de los llegados de El Magreb y el Oriente Medio. Cuando oí de un partido xenófobo en Holanda me extrañó, al tratarse de una de las naciones con mayor tradición de acogida en Europa. Piensen que hasta Descartes se refugió allí cuando temía que sus opiniones podían traerle problemas con las autoridades eclesiásticas francesas. 

Hoy, sin embargo, Geert Wilders puede ser su primer ministro. Como Marine le Pen en Francia. Incluso en Alemania, donde el recuerdo de Hitler frena partidos de este tipo, crece una Alternativa para Alemania, de corte claramente xenófobo. Y no hablemos ya de Europa Oriental, cuyos gobiernos no se han andado con chiquitas y cerrado herméticamente sus fronteras a la oleada de refugiados.

(José Maria Carrascal/ABC.)

1 comentario:

METAL dijo...

joder carrascal, vive todavia!!!!!!!!!!!!!!!
menudo gilipollas!!!!!!!!!!!!!