(¿Es bueno para las mujeres que haya cuotas femeninas?
Una vez que- al menos en las sociedades occidentales- se haya conseguido un aceptable nivel de igualdad de oportunidades, lo importante ha de ser el mérito, no el sexo.
PD. Reconozco que el término 'aceptable' es vago, pero no elimina la propuesta.
PD. Recuerdo que en clase- hace ya bastantes años- expuse el problema con motivo del tema 'igualdad'. La noticia- del día- en Prensa era que en Suecia se habían impuesto cuotas femeninas en algunas, o todas, las Universidades. Les pregunté a las alumnas- que eran mayoría en clase- si les gustaría ser profesoras universitarias de cuota. Todas ellas dijeron que NO. Que se sabían capaces de lograr sus objetivos sin la ayuda de cuotas.
Es una de las veces en las que me sentí orgulloso de mis alumnas. Un soplo de optimismo. )
CUOTAS NECESARIAS.
Se ha dicho que Dolors
Montserrat, ministra de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad,
es parte de la cuota
catalana y femenina del Gabinete de Rajoy. Pero en una entrevista con Nuria Ramírez de
Castro en ABC sólo
aceptó lo de la cuota catalana, "pero no por ser mujer". Entonces
la periodista le preguntó si es partidaria de las cuotas, y esta fue su
respuesta:
No creo en las cuotas, pero
todavía son necesarias para llegar a la igualdad real.
La idea de que las políticas
intervencionistas pueden ser una necesidad solo temporal
tiene una larga tradición, y una apariencia legítima, como la de una curación
que puede tener efectos colaterales nocivos pero al cabo del tiempo restituye
la salud al organismo.
En economía, un ejemplo muy
conocido es el llamado argumento
de la industria naciente, que se remite a Alexander Hamilton, a
finales del siglo XVIII, y fue muchas veces repetido después, hasta nuestros
días, como lo prueba la frase de la ministra Montserrat.
El argumento sostiene que si no
hay proteccionismo la industria nacional nunca podrá
desarrollarse, porque lo impedirá la competencia de las industrias ya
consolidadas de otros países. Es como los cuidados que demandan durante un
tiempo los niños para poder crecer.
El argumento, defendido incluso
por economistas liberales, tiene en realidad flancos débiles, reconocidos desde
hace mucho. Por ejemplo, las llamadas infant industries pueden permanecer décadas en
la infancia, obligando
a los ciudadanos a pagar más por sus productos de lo que pagarían en
condiciones de mercado
libre; el proteccionismo
puede convertirse en una excusa para petrificar privilegios de los grupos
de presión; también puede animar guerras arancelarias, etc.
La propia idea de proteger hasta un punto esconde problemas
variopintos: ¿quién fija ese punto? Y si se desarrolla la industria,
o logra la igualdad real entre mujeres y hombres (también
difícil de definir), y la protección o las cuotas desaparecen, ¿qué hacer si la
industria nacional decae o la desigualdad resurge?
Estos matices son ignorados por
los intervencionistas, como doña Dolors, siendo el caso que le ocupa igualmente
falaz, puesto que la promoción
de las mujeres gracias a sus propios esfuerzos es una realidad
en nuestra época, y desde bastante antes de la creación de los absurdos y
onerosos ministerios de Igualdad. Pero hay algo más, que revela una realidad
del intervencionismo que sus partidarios rara vez admiten paladinamente: su
desdén hacia la gente.
En efecto, la frase de la señora
ministra exhibe una sensación de supremacía que está generalizada entre las mujeres intervencionistas, a saber, quieren las cuotas, pero nunca para ellas.
Y hacen bien, porque las cuotas incorporan un ingrediente nocivo
que cuestiona
el mérito de las mujeres para avanzar en sus carreras
laborales y profesionales. Y a ninguna persona le gusta prosperar por
imposiciones en vez de por méritos.
Pero si a la señora ministra no le agrada que le digan que ha
logrado ese alto honor por cuota femenina, ¿por qué piensa que las cuotas
satisfarán a las demás mujeres?
(Carlos Rodriguez
Braun/ld.)
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