Denúncielo al policía más próximo.)
(Otro ejemplo de machismo provocador. Es que no tienen perdón. ¡Guardia, deténgalo!
SI USTED NO ES UN FACHA, YA LO SABE. EL HOMBRE SIEMPRE ES EL AGRESOR. LA MUJER SIEMPRE ES LA VÍCTIMA. ¡A POR ELLOS!
(MUJERES HONESTAS. PENÉLOPE CRUZ.)
Yo estoy dentro de [el movimiento] 'Time's Up', una acción concreta que genera una ayuda concreta, y no por ello dejo de creer que cada caso tiene que ser juzgado, porque cada caso es único. Y la prensa debe tener mucho cuidado con señalar a alguien.
Cada caso merece su tiempo y su investigación. Si no, ¿para qué están las leyes? No todo vale, creo en la justicia", ha explicado en conversación con 'El País' sobre lo compatible de defender, por un lado, la presunción de inocencia y, por el otro, el derecho de las víctimas a ser escuchadas y valoradas.
(El MUndo.)
VICTIMISMO E HIPOCRESÍA SOCIAL.
Como es bien sabido, la sexualidad es
terreno escurridizo. Lo que hace unas décadas era motivo de preocupación
social, escándalo o incluso delito (relaciones prematrimoniales,
homosexualidad, pornografía...) hoy la sociedad española lo contempla con la
mayor indiferencia. Somos, como bien sabemos, una sociedad en la que
rige la ley del péndulo: tradicionalmente hemos sido los más conservadores
e intransigentes en cuestiones de moral social, mientras que ahora, para no
quedarnos atrás, hemos pasado a
convertirnos en una de las sociedades más liberales (y libertinas) del mundo.
Nuestra mentalidad pendular arrasa. Cuando
dominaba el conservadurismo moral, al discrepante se le demonizaba o
directamente se le encarcelaba. En el medio liberal-libertino
actual, al discrepante se le ridiculiza, estigmatiza o simplemente se le
ignora. Tenemos una fuerte tendencia al pensamiento único.
Cuando se impone una lógica social, del signo que sea, al discrepante se le
silencia. Por eso es tan peligroso la entrada de una nueva moda cultural en
España, pues puede barrer con cualquier atisbo de crítica o discernimiento.
No ocurre así en EEUU, de donde ya importamos no solo el Burguer King,
el UPS y el Halloween, sino también, y cada vez más, sus llamadas guerras
culturales. Una de ellas, quizás la más encarnizada, es la que se libra en
torno al comportamiento sexual.
Las feministas radicales, cuya biblia son los libros de Catharine MacKinnon
y la ya desaparecida Andrea Dworkin entre otras, en extraña alianza con la
América puritana, llevan años promoviendo una exitosa campaña internacional
contra el hombre. No contra el machismo, sino contra el hombre. En sus escritos, Dworkin afirma repetidamente que está en la naturaleza
sexual del hombre el deseo de aterrorizar y someter a las mujeres. También
afirma que las mujeres que consienten en algunas actividades sexuales con los
hombres están siendo objeto de sometimiento y abuso sin ellas mismas saberlo.
Hace años, a petición de autoridades locales
del estado de Minnesota, Dworkin y MacKinnon redactaron varias proposiciones de
ley según las cuales cualquier mujer que hubiera participado en una producción pornográfica,
incluso si había firmado voluntariamente un contrato y había recibido dinero a
cambio, podía posteriormente denunciar al productor por abuso sexual. Tales
propuestas, con el apoyo de las fuerzas conservadoras, llegaron a convertirse
en ley en algunos casos, si bien fueron después recurridas y anuladas
por los tribunales. En el caso de Canadá y otros países, las feministas
radicales (nombre por el que es conocido el movimiento) han logrado que se
impongan fuertes limitaciones legales para la producción y difusión de material
pornográfico.
El feminismo radical ha sido duramente
criticado por otros sectores feministas por promover una
mentalidad de victimismo en las mujeres, y por reducirlas al papel de niños que
no saben lo que hacen, incluso cuando voluntariamente firman un contrato. Ejemplo de las
reacciones que está provocando el puritanismo victimista es el manifiesto hecho
público en Francia firmado por Catherine Deneuve y otros intelectuales nada
sospechosos de machismo o connivencia con violadores.
Tácticamente asociada a esos planteamientos
del feminismo radical hay una América puritana, cuya base es el protestantismo
militante y tradicionalmente anticatólico, que mantiene viva (y cada vez más
activa) su cruzada contra el movimiento de liberación sexual. Dentro
de esta cruzada se han hecho frecuentes los maratones de virginidad, que llegan
a reunir en grandes estadios a decenas de miles de jóvenes de ambos sexos que
prometen colectivamente mantenerse vírgenes hasta el matrimonio.
Dentro de este marco cultural, la
justicia norteamericana tiene ya larga experiencia cuando se presentan
denuncias de tinte victimista. Son
muchos los estudios psicológicos que se han realizado sobre este asunto,
precisamente a raíz de los excesos del feminismo radical. El concepto
de regrets desempeña un papel importante a la hora de
juzgar estos casos.
Los sentimientos de regret (lamento, deseo de echar marcha atrás en lo
ya se ha hecho por no ajustarse a la idea que queremos tener de nosotros
mismos), son frecuentes tanto en hombres como en mujeres, y en el caso de
las mujeres a veces pueden derivar en acusaciones injustificadas de abuso
sexual. A ello se une frecuentemente
el argumento, absolutamente infranqueable, del bloqueo ("colaboré en
el acto sexual porque tenía miedo y me bloqueé"), argumento que en algunos
casos es legítimo pero en otros, dudoso.
Aquí en España, como
colonia cultural que somos de EEUU, nos llegan determinados productos
culturales que absorbemos de modo acrítico, como una moda
más, una moda ideológica, cultural, sin conciencia de las coordenadas que
dieron lugar a dicho producto originariamente. Y ello entraña graves peligros.
Un país en cuyas playas está prohibido
ir sin sujetador y en el que, en los medios de comunicación, y en particular en los canales
de televisión, se censuran sistemáticamente imágenes o alusiones de carácter
sexual y se anula con un pitido electrónico cualquier palabra malsonante o
alusiva al sexo, y en el que hasta la prensa escrita sustituye esas palabras
por asteriscos, es un país que al menos se toma en serio su puritanismo.
Ese tipo de sociedad está muy lejos de
la española, en que no hay ningún tipo de restricción en televisión al lenguaje
obsceno o de carácter sexual, y en la que se muestran desnudos e imágenes
intensamente eróticas en el denominado horario infantil (baste ver algunos de
los anuncios navideños de colonias para hombre).
Más aún, incluso en la conservadora
España de antaño las relaciones intergeneracionales entre adultos y
adolescentes no eran motivo de especial preocupación. Pensemos por ejemplo en Antonio Machado, que a sus 34 años se casó con Leonor
Izquierdo, de 15 años, la que sería el gran amor de su vida, y
con quien mantenía noviazgo desde un año antes de la boda.
En España los adolescentes de ahora, y
desde hace décadas, tienen fácil acceso, y están abiertamente expuestos en
muchos casos, a material erótico o pornográfico en internet, en los medios y
hasta en la vía pública. Están
acostumbrados a la idea, culturalmente asumida, de que en
el sexo todo es divertido y que es cosa de retrógrados de otras épocas poner
objeciones en ese campo.
¿A qué viene, pues, rasgarse las vestiduras y
poner el grito en el cielo cuando descubrimos que los jóvenes y adolescentes
hacen precisamente aquello a que se les está continuamente incitando? Por mucho que la ley
establezca ahora los 16 años como edad de consentimiento, sabemos, por
estudios, que muchos adolescentes españoles de ambos sexos tienen relaciones
sexuales cada vez desde edades más tempranas.
En EEUU se podrán rasgar hipócritamente
las vestiduras y estigmatizar para toda la vida a un joven de 20 o 24 años años
por haber tenido relaciones consentidas con una chica de menos de 18. Pero
es que allí, insisto, al menos toman medidas serias para proteger esa inocencia
o supuesta inocencia de sus adolescentes.
En España, a estas alturas no
podemos importar esas actitudes sociales y jurídicas, como si de un Halloween
más se tratara. Aquí las coordenadas culturales, para bien o para
mal, son otras. Una adolescente o una joven de 15 o 18 años que voluntariamente se
posiciona en situaciones y contextos claramente conducentes a una actividad
sexual, llamémosla explosiva (y más aún cuando lo hace con otros jóvenes con
los que se lleva muy poca diferencia de edad) podrá sentir regrets por lo que ha hecho, pero eso no la
convierte en víctima de abuso.
¿Vamos
a sumirnos ahora en la rigidez puritano-feminista y sistemáticamente
estigmatizar y poner en un registro policial para toda la vida a todo el que se
ve denunciado por una joven que habiendo mostrado pleno consentimiento a
las relaciones sexuales -e incluso habiéndolas buscado con clara determinación-
ahora, arropada por el victimismo feminista y por un repentino
puritanismo social, dice haber sido objeto de abuso?
Ese victimismo feminista puede destruir la vida de unos chicos jóvenes y
sus familias por haber hecho lo que tantos jóvenes y adolescentes llevan haciendo desde
hace décadas en la ultraliberal sociedad española, ante la más absoluta
indiferencia social.
Ni que decir tiene que en algunos
casos puede producirse auténtico abuso, y ahí habrá que actuar con
firmeza. Pero hay que
saber discernir muy cuidadosamente antes de dejarse arrastrar por las
corrientes del nuevo puritanismo victimista y estigmatizar y arruinar
injustamente la vida de unas personas jóvenes.
Juan A. Herrero Brasas es profesor de
Ética y Políticas Públícas en la Universidad Estatal de California en
Northridge./El Mundo.
(Da gusto que haya mujeres así. Sólo un añadido. Honra a Penélope que hable de presunción de inocencia, pero los hombres no la tienen desde la Ley de Violencia de Género de 2004. Esto en democracia. Se supone.)
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