LA PRECIOSA ESPAÑA.
Ayer, mientras el tractorio que
gracias a los podemitas preside el Parlamento catalán cobardeaba en tablas y
acreditaba en un discurso de flatulencia digna de Méndez el formidable valor
pedagógico de la cárcel, tenía lugar en una preciosa ceremonia la imposición,
en el cumpleaños del Rey, de la Orden del Toisón de Oro a la Princesa de
Asturias.
Desde que su padre
encabezó en los Juegos de Barcelona de 1992 la delegación olímpica española
llevando la bandera nacional no ofrecía la España institucional y legítima una
imagen estética tan extraordinaria.
El encanto, el candor, la
belleza, la seriedad, eso que toda la vida se ha llamado la formalidad de la
niña eran tan apabullantes que de inmediato le saltaron al cuello con los
cuchillos cachicuernos de Twitter el famoso defraudador de la Seguridad Social Echeminga Dominga y su amo Pablenín el
Caraqueño, que como torvo cinéfago no pudo soportar esas
imágenes que ni en cien vidas podrían facturar, naturalmente en negro, él y su
banda de chequistas lerdos.
«El rey no votado», decía Pablenín,
flatulento como su pupilo tractorio,
como si -de conocer la historia del país que odia- echara en falta a aquellos
reyes visigodos, que se votaban y apuñalaban entre sí como él a sus
errejoncillos. Qué fea patulea, que turbia ambición, qué resentimiento, qué
odio al jabón.
La Monarquía constitucional
española representa -debe hacerlo de forma ejemplar, porque su función es
política, ética y estética- la milenaria Historia de España. Podría
hacerlo la República de haberlo merecido, pero no ha sido así y ni el
alevín de Lenin, ni Echeminga ni tractorio cambiarán esa tendencia. El Rey
es hoy, en todas las encuestas, el personaje más valorado por los españoles y
Pablo Iglesias, el que menos.
Y eso, por una razón que en su lanuda cabecita no cabe y se llama
España. Mientras él apoyaba a los golpistas catalanes para destruirla,
el Rey salía en televisión, solo, a defenderla. Y de inmediato, millones
de españoles, que se sentían abandonados por los partidos, se echaron a la
calle con su bandera, que no es la de Pablo Iglesias, a defender lo que, al
fin y al cabo, es obra del pueblo español a lo largo de los siglos: la
soberanía nacional. Podemos
y la ETA están con los golpistas de Tractoria. La mayoría de los españoles estamos
encantados con Leonor.
(ElMundo/F. Jiménez Losantos.)
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