MUJERES INTELIGENTES.
NO A LA GUERRA.
La periodista Julia Otero publicó
hace unos días un tuit en el que me llamaba "oprimida" y
"cómplice de los opresores". Es cierto que lo hizo
refugiándose en Simone de Beauvoir. Estuve a punto
de reírme de ella y un poco también de mí misma: "¿Oprimida yo? ¡No sabe usted de quién habla!". Pero luego me
acordé de otros presuntos oprimidos/opresores y me contuve.
La acusación de colaboracionismo es
un recurso típico del pensamiento colectivista. Venga: totalitario. Sin ir más lejos,
tampoco de Otero, ahí está el nacionalismo y su señalamiento de los
constitucionalistas catalanes como cómplices de la opresión española.
Incluso como criaturas patológicas, quebradas por el autoodio. "¡Mal
catalán!" "¡Mala mujer!".
El mismo reproche, la misma
perversión ideológica. Como el nacionalismo, como todas las políticas
identitarias, el feminismo de tercera ola pretende anular al individuo. En
este caso, arrebata a las mujeres su capacidad de libre pensamiento y decisión.
Las incrusta en un bloque sentimental y político. Y si discrepan, las
señala, las lincha y hasta les niega la condición de mujer. Porque llamar a una mujer cómplice del machismo es llamarla algo más que
traidora de género. Es llamarla media mujer.
Frente a este nuevo feminismo, agresivo y retro, cabe
volver a reivindicar la más brillante conquista de la modernidad: el
reconocimiento del individuo. Único, singular, ciudadano, con su voz
y voto intransferibles y su igualdad protegida por ley. Y por eso pregunto: si
no aceptamos que un hombre hable en nuestro nombre por el mero hecho de ser
hombre, ¿por qué hemos de aceptar ahora que lo haga una mujer? ¿En
razón de qué? ¿De sus ovarios?
Angela Merkel tiene más en común con Emmanuel Macron que con Cristina Kirchner. Meryl Streep,
con Michael Moore que con Kathryn Bigelow. Julia Otero, con Jordi Évole que conmigo. No somos un colectivo
homogéneo porque ningún colectivo puede serlo.
Al mobbing en las redes y el pressing en las redacciones, este 8-M suma otro ingrediente, que tampoco es
exclusivo de España. Hace ya unos años que el movimiento feminista empezó
a derrapar hacia un victimismo pueril, puritano y paralizante.
Su retórica es puro helio inyectado en la realidad. Casos de mujeres
asesinadas o agredidas son exhibidos como prueba de la violencia intrínseca del
hombre y del sistema.
Se obvia la
posibilidad de que las mujeres queramos trabajar a tiempo parcial, como en la
híperigualitarista Holanda. Las
estadísticas se inflan hasta pintar un infierno laboral, de mujeres explotadas
y humilladas por sus jefes y colegas. ¿Y todo para qué? La exageración no
impulsa el progreso. Y menos cuando su agenda es ideológica.
Lean el informe de FEDEA que ayer citaba El País: en España está prohibido pagar a una mujer
menos que a un hombre por el mismo trabajo desde 1980; la brecha salarial se ha reducido un tercio desde 2002;
hoy las mujeres ganarían un 12% menos que los hombres en «trabajos similares».
Ojo, similares. ¿Qué pasará entonces en los idénticos? Que la brecha será
menor.
Y esa diferencia, ¿a qué se debe exactamente? ¿Sólo a un rancio y estúpido prejuicio machista? ¿Y cómo incide en el
empleo el hecho elemental de la maternidad, inimputable a ningún presunto heteropatriarcado, salvo que la Madre
Naturaleza sea en realidad un Padrastro Tiránico? Y, por cierto, en recuerdo
de Jordan B. Peterson: ¿será verdad, como demuestran la
Psicología Evolutiva y la Biología, que a las mujeres nos interesan más los
trabajos relacionados con las personas y a los hombres más las profesiones
vinculadas a las cosas? Maestra frente a banquero. Psicóloga frente a
ingeniero. Está claro quiénes cobran más.
La murga retrofeminista sería reducible a un bongo más de la orquesta antisistema si no tuviera
consecuencias. Y si esas consecuencias no fueran tan negativas: el
victimismo y la guerra de sexos. Como proclama el manifiesto que un grupo
de mujeres presentamos anteayer, no nacemos víctimas. Y sobre todo no lo
hacemos en España. Piensen medio minuto en la España franquista y
en el Irán contemporáneo, por llamarlo de alguna manera. Comparen luego
el shock que produjo el destape de Marisol y la vida que
llevan hoy sus hijas o vecinas. Y por último miren a su alrededor: a la
política, la cultura, la judicatura o los medios de comunicación.
Las mujeres españolas
han protagonizado una de las más espectaculares revoluciones culturales de
cualquier país y cualquier tiempo. Hoy no sólo viven más años que los
hombres, bendita Biología discriminadora. Fracasan menos en el colegio. Van más
a la universidad. Y tienen una libertad añadida a las que acumulan los hombres:
la de elegir si, además de buenas profesionales, quieren ser madres. Esa libertad tiene un coste, claro. Como toda
libertad. No hay libertad sin responsabilidad. Y sin grandeza.
Las mujeres de hoy tienen una decisión crucial que
tomar. Y la toman en función de su edad, personalidad e intereses. En general, a los 20
años anteponen su carrera a la maternidad. Pasados los 30 empiezan a dudar.
Llegados los 40 algunas se arrepienten, bien de no haber tenido hijos, bien de
haberlos tenido tarde, bien de no haberles dedicado el tiempo suficiente. Es el
coste que asumen, cada vez con más ayudas -los permisos de paternidad, las
jornadas reducidas, la conciliación en casa- pero desde su condición única y
peculiar.
Que no es fruto de
ninguna imposición heteropatriarcal. Que no la inventó Occidente ni el capitalismo
ni Mariano Rajoy. Que simplemente es consecuencia de dos hechos básicos: nosotras parimos y,
sí, nosotras decidimos. Hay mujeres inteligentes, fuertes y formadas que
voluntariamente deciden cuidar de sus niños. Que renuncian a un ascenso. Que prefieren
la felicidad familiar, o cualquier otra cosa, al éxito material y profesional.
Es lo que Susan Pinker ha llamado «el síndrome de la vicepresidenta», cada vez
más extendido.
El retrofeminismo no quiere verlo porque rompe sus esquemas,
que paradójicamente, o no tanto, son
profundamente masculinos. Digámoslo sobriamente: para ser una mujer no hace
falta actuar como un hombre. Ni tampoco llorar como un bebé.
Nada hay más
paralizante, contrario al pleno despliegue del potencial de una mujer, que el
victimismo. Y nada más peligroso para la convivencia y la salud democráticas. El
victimismo es uno de los peores vicios de nuestro tiempo. Está vinculado a la infantilización
del mundo contemporáneo y
su principal efecto político es el populismo. Para un demagogo de medio
pelo o coleta el paraíso son millones de víctimas necesitadas de un salvador.
Sí, de un macho. Y bien alfa.
Y con el populismo, la
polarización. Esta huelga no es a favor de la mujer, sino en contra del hombre.
"¡No, no!", bramarán. Pero, a ver: ¿contra quién si no
protestan? ¿Quién es el culpable de la discriminación? Si no es la Virgen María, será San José. Y eso
que, en su caso, no hubo ni mano en la rodilla. A falta de enemigos reales, el
nuevo feminismo ha decidido librar una guerra contra un espectro. Weinstein es un hombre raro entre los hombres,
porque, ¡incluso entre los hombres!, lo raro es ser un criminal. Un piropo
no es una agresión sexual. Y los sentimientos no son hechos. Esto último lo
digo por la encuesta de El País según
la cual un tercio de las mujeres españolas se han "sentido"
acosadas alguna vez.
El puritanismo nunca
es inocente. Siempre es castrador, de uno u otro sexo. Y en este caso de los
dos. A nadie interesa una guerra de sexos. Y desde luego no nos interesa a las
mujeres. Primero, porque la fuerza no es nuestro fuerte. Salvo que
consigamos emascular a nuestros enemigos, hacerlos a todos peluditos y
suaves como un Platero metrosexual.
Y, segundo, y ahora en
serio, porque necesitamos aliados. Hombres capaces y resueltos con los que
seguir avanzando en el camino de la libertad y la igualdad. Frente a la huelga del 8-M, firmemos la paz sexual. Y
que sea fecunda. Y placentera.
(Cayetana Álvarez de Toledo es portavoz de
Libres e Iguales./ElMundo.)
EL SÍNDROME DEL REBAÑO.
Desde la publicación, con mi firma entre otras, del
manifiesto No
nacemos víctimas, que se distancia de una
corriente "supuestamente feminista que pretende hablar en nombre de todas
las mujeres, imponerles su forma de pensar y retratarlas como víctimas de
nacimiento de lo que llaman el heteropatriarcado", he podido ver
confirmada la justeza de esa y otras afirmaciones que se hacían en el texto.
El carácter coactivo, impositivo, intolerante y contrario a la libertad
de ese supuesto feminismo se ha visto corroborado punto por punto en sus ataques a las firmantes del manifiesto que escapaba a su ortodoxia. E igual en
sus ataques hacia otras muchas mujeres que no aceptaron sumarse a una huelga feminista que esas
dogmáticas sectarias querían de obligado cumplimiento para demostrar que son
ellas –y ellos, no olvidemos a los patriarcas masculinos de este secuestrado
8-M– las que nos dominan a todas.
Como firmante del manifiesto me he enterado estos días, leyendo
a esas supuestas feministas y feministos –que también hay hombrecitos que nos
imparten lecciones de cómo debemos ser las mujeres y qué
debemos pensar y que no– de varias cosas que desconocía sobre mi persona. Una de ellas es que he llegado al poder.
Eso dijeron de nosotras, de entrada, los que se pusieron rabiosos con el
manifiesto. Yo, como comprenderán,
al enterarme de que había llegado al poder lo celebré mucho, sobre todo porque
no era verdad.
Y aún me hizo más gracia que lo dijera un supuesto periodista,
totalmente feministo, que está
en tertulias estrella a las que a mí no me han llevado nunca, a pesar de mis poderes,
aunque también es cierto que en esos programas hay tan poco periodismo y tanta
manipulación que es mejor no ir jamás. Eso sí, allí ese menda lerenda cobrará
mucho más que una periodista de base. Para terminar con él: anunció que se
quedaba con nuestros nombres, ¡qué miedo!
Por suerte no vivimos bajo una dictadura, ni la franquista ni la soviética, así que
aire.
Luego me enteré, siempre por ser firmante del manifiesto, de que
era una mujer de éxito. Albricias. Quién me lo iba a decir. Paren
las máquinas, que lo voy a celebrar a lo grande. Todo son buenas noticias,
qué importa que no sean verdad. Pero no lo decían en plan bien, sino todo lo
contrario. Resulta que, según las
supuestas feministas y feministos,
las mujeres que tienen éxito "en ámbitos masculinos" –definan, por
favor– padecen el síndrome de la abeja reina y no entendemos ni somos bienvenidas en
la sororidad de
las abejas obreras, machacadas por la desigualdad, la precariedad y el
machismo estructural de la sociedad capitalista.
No hace falta que diga quiénes sí están en la lista blanca de
las abejas obreras de la sororidad, pero por si acaso. Están, por
ejemplo, esas
pobres periodistas de éxito, que dirigen o presentan
programas de primera línea en cadenas de tele y radio y llamaron sonoramente a
la huelga y la hicieron, abandonando sus puestos de dirección o
similares. Fruto de su inteligencia política fue que durante la jornada, en no
pocos programas de esas cadenas, salieran sólo hombres. Además de sores, unas
genias.
Algunos programas se suspendieron, lo que privó a las
periodistas que sí querían trabajar de un dinero que, tal como están las cosas
en el sector, es muy necesario. Pero todo sea por las abejitas obreras y su
estafa, pues ni son obreras ni pobres ni sufren brecha salarial ni tienen
problemas de conciliación, que con dinero eso se arregla.
Como el manifiesto se publicó en El País, allí mismo, para
compensar la heterodoxia, nos han dedicado una
pieza, en el suplemento Moda,
¡qué sarcasmo!, donde una periodista que no sé si es abeja obrera o reina por
un día pero que trabaja en el primer periódico de España, un lujazo, hacía el análisis del síndrome que
padecemos –un poco más y nos destinan al
psiquiátrico, como en
otro lugar y otros tiempos– y nos acusaba: de ignorar la brecha salarial,
de negar la realidad de la violencia machista, de ignorar las desigualdades
globales más allá de nuestro "privilegio" y de no tener conciencia de
grupo ni de clase.
Espero que le paguen bien por
poner una tras otra todas esas mentiras. Al menos, que valga la pena por la
pasta.
Sólo una cosa era más o menos verdad: que no tenemos, bueno, no
tengo yo al menos, conciencia de grupo o de clase. Eso
es una mierda comunistoide, para empezar. Y una mierda que ha llevado
siempre a lo mismo: a que un pequeño grupo, que se declara portador de
la conciencia de clase,
quiera imponer su dominio sobre
esa clase. Cuando consigue llegar al poder, la esclaviza. Pues no.
Frente a esa falacia de la
conciencia de clase, frente al intento de imponer una uniformidad de
pensamiento y de conducta, yo defiendo el respeto a la individualidad de las
mujeres y de los hombres, y acuso al feminismo radical de no defender los
intereses de las mujeres, sino los suyos.
La huelga, que fue impulsada desde los grandes medios de
comunicación, generó un clima en el que la disidencia era un pecado y
resultaba obligatorio unirse a ella si no querías ser señalada o
denunciada. Se
trataba de crear un rebaño sumiso y obediente a los dogmas del feminismo radical. Y no,
yo no soy de unirme a rebaños. Nunca
he podido con eso.
Ni cuando en España el rebaño estaba callado bajo la dictadura
ni ahora. Siempre he valorado mi libertad, y no sólo valorado: es un
instinto, algo contra lo que no podría ir aunque quisiera. Someterme, seguir la
corriente, apuntarme a carros ganadores, eso no lo aprendí, no lo sé hacer ni
puedo hacerlo. Por ese instinto de libertad, rechazo ese supuesto feminismo
que quiere imponerse como única manera de ser y pensar de las mujeres.
Por eso no estaré de su lado,
sino enfrente. Y lo hago perfectamente
consciente de que, como siempre ocurre cuando no se entra en el redil, quedarse
fuera significa pagar un precio. Seré abeja, pero no seré oveja.
(Cristina Losada/ld.)
‘El feminismo basa en el odio al varón su razón de ser’.
Agustín Benito (La Gaceta.)
La Vicesecretaría de Acción Social de VOX, Rocío Monasterio, explica las razones por las que no secundará la huelga feminista el 8M.
Una de ellas es la Vicesecretaría de Acción Social de VOX, Rocío Monasterio, que en declaraciones a La Gaceta señala que el paro está basado en planteamientos absurdos y el “odio” al varón. “Quieren imponer la dictadura de la ideología de género, y decretar la muerte civil de todo el que se desmarca de esa doctrina”, dice, antes de asegurar que celebra el Día de la Mujer “todos los días del año salvo uno”. “Y lo hago sin demonizar al hombre y defendiendo la verdadera igualdad”, apostilla.
Asegura además que las feministas “pretenden recortarnos la libertad, controlarnos y ponernos bajo su tutela” y tilda de “humillantes” las cuotas dado que las mujeres “quieren llegar altos puestos ejecutivos por mérito y excelencia”.
En este sentido, manifiesta que son muchas las mujeres que defienden la “igualdad real en derechos y oportunidades” y que “no creen en el odio impulsado por los colectivos feministas y la izquierda, que, a su juicio, se ha quedado sin discurso ideológico y quiere utilizar a las mujeres como “objeto revolucionario”. “Nosotras no somos unas víctimas de la sociedad, no tenemos al varón y al heteropatriarcado como enemigo”, añade.
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