(Es muy improbable que la autora del primer artículo, Lola Sampedro, sea tonta. Escribe artículos en periódicos y puede enterarse, fácilmente, de que sus afirmaciones son falsas. Algunas ofensivas.
Hay, aunque menos que las mujeres, hombres muertos por sus parejas femeninas. Y también maltratados. Claro que, por ser hombres, no tiene importancia.
Aparte de que la Ley de Violencia de Género es una injusta y vergonzosa ley que no respeta la igualdad ante la ley, de hombres y mujeres, ni la presunción de inocencia para los hombres.
¿Qué diríamos si se tratara así a blancos y a negros? Escándalo mayúsculo. Pero no pasa nada porque se trata de los hombres. Es decir, los verdugos. Así,en plural.)
ROCIO MONASTERIO, LA ABEJA REINA DE VOX.
Las mujeres somos para Vox el principal objetivo a batir. Nos detestan más que a los inmigrantes, más que a los homosexuales y a los catalanes.
El partido de Santiago Abascal va contra la mitad de la población española, da igual que se declaren feministas o no, su discurso y sus exigencias atentan contra todas las de este país. Es la furia del machismo cuando se quita la careta, cuando deja de esconderse entre eufemismos y excusas.
Todo el discurso antifeminista de Vox se apoya en anécdotas y falacias. Ayer mismo este diario publicaba una entrevista-perfil de Rocío Monasterio, su musa antifeminazis. El artículo arranca contando cómo ocho mujeres aprovecharon el 8M para reivindicar que nosotras también maltratamos a los hombres, los apaleamos y los matamos igual. Sólo en 2018, 47 mujeres y tres menores fueron asesinadas por sus parejas o ex parejas.
No hay cifras oficiales de hombres asesinados por sus mujeres o ex mujeres, y no las hay por una sencilla razón, porque ese problema social no es real, existe sólo en las mentes de Vox. Ocho mujeres se manifestaron por esa alucinación, entre cientos de miles de personas que salieron a la calle para denunciar la auténtica realidad: son ellos los que violan y matan. Ocho mujeres ciegas, eso ni siquiera es una anécdota, es sólo una triste parodia. Que Vox esté consiguiendo extender ese delirio es, además de triste, peligroso.
Supongo que Monasterio es el arquetipo de la abeja reina, mujeres acomodadas y de cierto éxito que niegan la desigualdad social entre hombres y mujeres. Con esa negación engordan aún más su ego y sus logros. «Si yo he podido, las demás también podrían».
Lo peor de las abejas reina como Monasterio es su soberbia, se lo toman como un piropo, cuando el significado de esas palabras apela a su ceguera y a su falta de solidaridad y empatía con las mujeres que sufren a diario las consecuencias del machismo. Que tú hayas tenido suerte o seas una privilegiada (la mayoría, además, proviene de familia adinerada) no quita que puedas entender que muchísimas se encuentran con obstáculos laborales y sociales por culpa del machismo que aún corre por las venas abiertas de este país. «Que yo lo haya conseguido, no significa que todas puedan». «Que yo sea una excepción, no me hace mejor que ellas».
Las abejas reina buscan la aprobación masculina, porque vale más que la femenina. Ellas son la excusa perfecta para los hombres machistas, que las utilizan como escudo. Las ponen a la vanguardia de la batalla mientras les dejan sólo las sobras. Las demás no queremos esos restos ni sus palmaditas en la espalda. Tampoco planeamos dominar el mundo, sólo exigimos que dejen de hacerlo ellos solos.
(Lola Sampedro/ElMundo/7/1/2019.)
LA CARA OCULTA DE LA VIOLENCIA DE GÉNERO.
El alud de
críticas que levantó recientemente el magistrado del Tribunal Supremo Antonio
Salas por atreverse a cuestionar el pensamiento único, la
verdad revelada por la todopoderosa progresía patria, acerca de las causas que
originan la mal llamada "violencia de género" vuelve a poner
de manifiesto la terrible dictadura de lo políticamente correcto que, por
desgracia, se ha instaurado en España. Todos aquellos que osen poner en duda
ciertos dogmas ampliamente extendidos, aunque no por ello veraces, deben ser
sacrificados en la pira del escarnio y la burla pública.
¿El delito
de Salas? Señalar que el machismo no es, por sí solo, el único factor que
explica el maltrato y los asesinatos cometidos en el ámbito de la pareja,
así como criticar la desigualdad jurídica que instauró la Ley contra Violencia
de Género aprobada por el Gobierno del PSOE en 2004. ¿La reacción de la opinión
pública y publicada? Blasfemo, hereje, fariseo, machista, misógino… ¡A la
hoguera!
Pero el
"machismo" no es, ni de lejos, el único mantra que la izquierda, en
general, y el feminismo, en particular, han logrado colar, tan hábil y
sibilinamente, en el imaginario colectivo de los españoles. Así, en esta
materia existen, al menos, tres verdades políticamente incorrectas poco
difundidas y aún menos conocidas por el conjunto de la población.
1. España, a la cola en violencia de género.
La primera
y, quizá, más importante es que, a diferencia de lo que pudiera parecer, España
es uno de los países con menor tasa de "feminicidios" del mundo
(muertes violentas de mujeres). La violencia en las relaciones de pareja
existe, sin duda, y, desde luego, constituye un grave problema que es preciso
combatir, pero ello no quita que su incidencia real en España se sitúe a una
gran distancia de la inmensa mayoría de países, incluidos los europeos.
El último Informe
Internacional sobre la Violencia contra la Mujer que elaboró
el Centro Reina Sofía arroja varios datos relevantes al respecto. "España
es uno de los lugares más bajos en el ranking internacional sobre violencia en
general y sobre violencia contra la mujer en particular". Así, la tasa
media de feminicidios cometidos por cualquier agresor superó los 19 por millón
de mujeres en 2006 para el conjunto de los 44 países analizados, pero España
ocupa el puesto 36, con 5,15 mujeres asesinadas, la mitad que en la UE
(11,66) y ocho veces menos que en América (39,6).
El resultado
es similar si se acota el análisis a los feminicidios cometidos en el ámbito de
la pareja: la tasa media de los 35 países analizados se reduce, en este caso, a
5,04 por millón de mujeres mayores de 14 años, mientras que en la UE se
sitúa en 3,94, lo cual contrasta con las 2,81 muertes por millón que registra
España (puesto 24), a la cola de los países europeos.
Cabe
recordar que en 2006 ya había entrado en vigor la famosa Ley contra la
Violencia de Género ¿Cómo ha evolucionado esta problemática desde entonces?
Para ello se puede acudir a la macroencuesta
que publicó en 2014 la Comisión Europea. Una vez más, los datos,
correspondientes a 2012, son significativos: el 12% de las españolas mayores
de 15 años reconoce haber sufrido "violencia física" al menos en
una ocasión por parte de su pareja a lo largo de su vida, lo cual es terrible,
pero la cuestión es que se queda lejos del 20% de media existente en la UE.
De hecho, España ocupa el último puesto del ranking europeo en esta categoría,
asociada directamente con el maltrato.
Lo más
curioso de este estudio, sin embargo, es que cuando se pregunta a los
encuestados acerca de la percepción que tienen sobre la violencia de
género en sus respectivos países, España se sitúa entre los primeros puestos,
ya que el 53% piensa que este problema es "bastante común" y el
31% "muy común", frente al 51% y el 27% de media que presenta la
UE, respectivamente. De este modo, la apreciación social acerca de este drama
es casi inversamente proporcional a su incidencia real. Pese a que la violencia
contra las mujeres en España es baja, la sensación general de la opinión
pública es que es muy alta; mientras que en los países del norte de Europa,
donde la violencia es alta, su percepción es muy inferior.
¿A qué se
debe esta divergencia? Tal y como recordaba el catedrático José Sanmartín
Esplugues en el citado informe del Centro Reina Sofía, "los medios de
comunicación no sólo pueden inducir imitación o insensibilización ante la
violencia real, sino también -y sobre todo- lo que pueden hacer es sesgar la
visión de la realidad, haciendo que se perciba, por ejemplo, más violenta de lo
que ya es de por sí". Pero más allá del papel de los medios, también es
muy posible que este particular sesgo al alza tenga que ver con la mayor
concienciación y sensibilización que, hoy por hoy, tiene la sociedad
española con respecto al maltrato hacia las mujeres. En todo caso, sean cuales
sean las causas de esta mayor percepción, los datos objetivos demuestran que el
problema, aun siendo grave, es menos común de lo que se piensa.
2. La violencia de género permanece estable.
De hecho, si
se amplía la perspectiva histórica hasta el inicio de la democracia, que es
cuando se instaura expresamente en España el principio jurídico esencial de
plena igualdad ante la ley entre hombres y mujeres, se descubre que la
denominada violencia de género -antes, violencia doméstica- ha permanecido
más o menos estable a lo largo de las últimas décadas. Así al menos lo
demuestran las macroencuestas específicas sobre esta materia elaboradas
periódicamente por el Gobierno.
En 1999, el
12,4% de las
mujeres mayores de 18 años declaraba haber sufrido "frecuentemente" o
"a veces" algún tipo de violencia familiar, desde reproches o hacer
oídos sordos, hasta insultos, desprecios, enfados sin llevar razón o maltrato
propiamente dicho, tanto físico como psicológico. En esta categoría se
encuadrarían las denominadas maltratadas "técnicas", aquellas
que, pese a padecer una situación de mayor o menor sometimiento en el ámbito
familiar, no se consideran a sí mismas como maltratadas. Su número ascendía en
esa fecha a algo más de 2 millones de mujeres. Por otro lado, el porcentaje que
sí reconocía abiertamente haberse sentido maltratada por algún familiar
o pareja durante el último año se reducía al 4,2%.
Hasta 2006,
su incidencia se redujo ligeramente hasta el 9,6% y 3,6%, respectivamente. Aunque en 2011
cambia en algunos aspectos la metodología de la encuesta, la problemática se
mantiene en términos similares: el 9,7% de las mujeres de 18 o más años
(1,9 millones) se encontraba en situación de maltrato técnico y el 3% se
reconocía maltratada por su pareja o expareja (unas 590.000).
En la última
encuesta disponible, la correspondiente a 2015, vuelve a cambiar la
metodología, pero siguen sin observarse grandes variaciones en los resultados.
Así, del total de mujeres de 16 o más años residentes en España, el 12,5%
sufrió algún tipo de violencia física y/o sexual de sus parejas o exparejas en
algún momento de su vida; y el 2,7% (540.000) admitía haber sufrido
violencia física y/o sexual de sus parejas o exparejas en el último año. Son
datos muy similares a los que refleja la encuesta de la Comisión Europea de
2012 citada anteriormente.
Hasta 2006,
los datos se refieren a violencia doméstica y mujeres de 18 o más años en el
último año; en 2011, a violencia por parte de parejas o exparejas en el último
año; en 2015, a mujeres de 16 o más años que hayan sufrido violencia en el
ámbito de la pareja alguna vez en su vida (maltrato técnico) o en el último año
(maltrato reconocido).
Así pues, a
pesar de los cambios metodológicos, se observa que la incidencia de la
violencia contra la mujer en el ámbito familiar o de pareja a lo largo de las
últimas dos décadas oscila entre el 9% y el 12% si se alude a cualquier tipo de
sometimiento o agravio, y entre el 2,7% y el 4% a maltrato explícito y
reconocido por parte de la afectada en el último año. Así pues, este problema
permanece más o menos estable a lo largo del tiempo e incluso desciende cuando
se circunscribe al maltrato expresamente reconocido.
Algo similar
sucede cuando se analiza la evolución de mujeres víctimas mortales por
violencia de género, cuyo número, por desgracia, ha oscilado entre los 60 y
70 casos anuales desde 1999, sin que la polémica Ley contra la Violencia de
Género, cuya entrada en vigor se produjo en 2005, haya logrado reducir esta
lacra.
Fuente:
Asociación de Mujeres Juristas Themis (hasta 2001, aunque los datos oficiales
de Interior son incluso inferiores), Ministerio del Interior y Ministerio de
Sanidad.
3. Incentivos para presentar denuncias falsas.
La gran
discrepancia, sin embargo, llega cuando se atiende el número de denuncias por
maltrato. Según los datos oficiales, su evolución se mantuvo más o menos
estable en los años 80 y 90, oscilando
entre las 15.000 y las 20.000 denuncias anuales durante todo este período. Sin
embargo, se disparan por encima de las 70.000 a principios de la pasada
década para, posteriormente, casi
volver a duplicarse a partir de 2005, coincidiendo con la puesta en marcha de la Ley contra la Violencia de
Género.
Fuente:
Instituto de la Mujer; Ministerio del Interior; Poder Judicial
El primer
salto tiene una explicación lógica y clara, ya que en junio de 1999
se aprobó una reforma que cambia varios artículos del Código Penal y de la Ley
de Enjuiciamiento Criminal en cuestiones referidas a los malos tratos. Así, por
primera vez, se contempla como delito el maltrato psicológico, que es
una forma de violencia mucho más habitual que la física. Además, a diferencia
de lo que sucedía hasta entonces, el delito de violencia contra la mujer se
extiende también a los casos de exparejas, que antes se consideraban
como una falta o delito ejercido por cualquier otro tercero.
La inclusión de estos dos cambios se materializa en un aumento sustancial de las denuncias por violencia de género, ya que los casos de maltrato psicológico y por parte de exparejas empiezan a contabilizarse como tales.
La inclusión de estos dos cambios se materializa en un aumento sustancial de las denuncias por violencia de género, ya que los casos de maltrato psicológico y por parte de exparejas empiezan a contabilizarse como tales.
Sin embargo, no sucede lo mismo con el salto que se registra en 2007, cuando las denuncias pasan de 70.000 en 2005 a más de 126.000, tras la aprobación de la Ley contra la Violencia de Género. La naturaleza de este cambio legal no consiste tanto en la recalificación de actos o comportamientos delictivos como en el pionero sistema de prevención y castigo a los maltratadores y el amplio régimen de protección y ayudas a las víctimas. Y ello, en base a un principio que vulnera de forma flagrante la igualdad ante la ley: la famosa "discriminación positiva". La idea consiste en aplicar penas distintas en función de si el delito lo comete un hombre o una mujer, así como en conceder todo tipo de ayudas económicas y ventajas jurídicas a las denunciantes, antes incluso de que se dicte sentencia.
La norma ha sido criticada por numerosos y prestigiosos juristas, incluido el propio Consejo General del Poder Judicial, que en 2004 elaboró un informe muy crítico sobre la ley por introducir el principio de discriminación positiva a favor de la mujer, pero el Tribunal Constitucional acabó avalándola en 2008, aunque por escaso margen (siete votos a favor y cinco en contra). Entre otras medidas, crea tribunales exclusivos para resolver este tipo de delitos e invierte la carga de la prueba, presuponiendo la culpabilidad masculina, hasta que se demuestre lo contrario, con la mera denuncia de la presunta víctima.
Según señala
la Asociación Europea de Abogados
de Familia, uno de los resultados más perversos de su aplicación
es que "las acusaciones por malos tratos planean sobre la mayoría de
los procesos de separación, y muchos
abogados se han especializado en introducirlos como elemento de presión".
Y añade que los incentivos para caer en este tipo de prácticas son
numerosos:
- Con una simple denuncia, el expediente de separación pasa del Juzgado de Familia, civil, a Violencia de Género, penal.
- Se aplican
una serie de medidas cautelares desproporcionadas, que van desde la
orden de alejamiento a la salida inmediata del domicilio, la suspensión del
régimen de comunicación y estancias con sus hijos. Todo esto antes de haber
sido juzgados.
- La mujer
que denuncia obtiene a los tres días una resolución en la que se le reconoce
prácticamente al 100% de los casos la custodia de los hijos y una pensión
alimenticia, así como el uso de la vivienda.
- La mujer
que denuncia, aunque tenga medios económicos sobrados, puede beneficiarse de un
abogado pagado por la Administración.
- Incluso
sin denuncia, el uso torticero de esta Ley como instrumento de coacción influye,
de manera determinante, en muchos de los acuerdos que se adoptan.
"Cualquiera
que esté en contacto con la terrible realidad de las rupturas matrimoniales,
los pleitos de divorcio, los pleitos por la custodia de los menores, los
pleitos por la liquidación del régimen económico de gananciales, sabe hasta qué
extremos la ley ha envilecido cualquier afecto conyugal", indican desde la
entidad. En la actualidad, "una de cada cuatro separaciones
matrimoniales o de pareja va acompañada de denuncia por malos tratos, y
en las que no, la amenaza de denuncia suele estar presente", concluyen.
Los abogados
de familia no son los únicos que denuncian este tipo de prácticas ilegales,
perversas e inmorales. Las asociaciones de padres que reclaman la custodia de
sus hijos, los hombres afectados por la Ley de Violencia de Género y hasta el
Sindicato Independiente de la Policía coinciden
en que existe un grave problema con el tema de las denuncias
falsas, pero rara vez son escuchados y aún menos atendidas sus reclamaciones.
El Poder Judicial,
por el contrario, alega que el número de denuncias falsas es marginal, puesto que apenas supone el 0,008%
del total, pero este dato se refiere exclusivamente a los pocos casos que,
según los criterios de la Fiscalía, son incoados por denuncia falsa y probados
como tales. La cuestión, sin embargo, es que este mismo argumento se podría
aplicar a las denuncias por violencia de género.
Así, según los propios datos del
Consejo General del Poder Judicial, de las 129.000 denuncias presentadas en 2015, tan solo 29.000 acabaron en sentencia
condenatoria, el 22% del
total, mientras que el resto fueron sobreseídas o archivadas
por falta de pruebas -el 12% fueron retiradas por las propias denunciantes-.
Así pues, siguiendo este mismo criterio, también se podría decir que el 78% de las denuncias son falsas.
Así pues, siguiendo este mismo criterio, también se podría decir que el 78% de las denuncias son falsas.
La verdad es
que ni una cosa ni otra. Ni las denuncias falsas son testimoniales como
pretende vender la Fiscalía ni casi todas las que se presentan son falsas.
Entre las cerca de 100.000 denuncias anuales que quedan exentas de condena por
falta de pruebas habrá de todo, pero resulta bastante razonable pensar que una
parte no pequeña de éstas son falsas como consecuencia de los perversos
incentivos que introduce la ley. Sólo así se explicaría el repentino y
sustancial incremento de denuncias entre 2005 y 2007.
Un ley injusta, inútil y dañina.
A la vista de estos y otros datos,
se pueden alcanzar una serie de conclusiones que, si bien son relevantes, son
desconocidas para el gran público. En primer lugar, que, pese a la opinión generalizada
que existe al respecto, España es uno de los países con menor tasa de
feminicidios y de violencia de género del mundo.
En segundo lugar, que este problema, pese a ser grave, se ha mantenido más o menos estable a lo largo del tiempo, si bien es cierto que la concienciación social y política sobre esta cuestión ha aumentado mucho, propiciando con ello cambios legales para endurecer las penas a los maltratadores y ampliar la protección a las víctimas.
En segundo lugar, que este problema, pese a ser grave, se ha mantenido más o menos estable a lo largo del tiempo, si bien es cierto que la concienciación social y política sobre esta cuestión ha aumentado mucho, propiciando con ello cambios legales para endurecer las penas a los maltratadores y ampliar la protección a las víctimas.
Ahora bien,
dicho esto, también es evidente que la Ley contra la Violencia de Género aprobada por el PSOE en 2004 y mantenida
por el PP desde entonces constituye un engendro jurídico de
naturaleza profundamente injusta e
inconstitucional, puesto que vulnera
el derecho fundamental de igualdad ante la ley. Un engendro que,
además, ha resultado del todo punto inútil para reducir el número de víctimas.
Y lo peor es que, por el camino, ha
generado toda una serie de incentivos perversos para presentar denuncias falsas
con el fin de sacar rédito, ya sea económico o personal, dejando a su paso todo un reguero
de víctimas masculinas invisibles, cuyas libertades básicas y derechos
fundamentales están siendo pisoteados de forma absolutamente despreciable y
vergonzosa. Las injusticias jamás se combaten con otras injusticias.
(Manuel Llamas/LD/27/1/2017.)
MUCHOS
HOMBRES BUENOS.
Fue en mi
primera clase de Derecho Penal cuando escuché hablar de Lombroso y su Teoría
del delincuente nato, que define un perfil del delincuente potencial en
función de rasgos fisonómicos constantes e identificables en la mayoría de
criminales. Recuerdo con nitidez el debate suscitado: primero, consenso frente
a la idea de que anticipar la predisposición de un individuo a la comisión del
delito anulaba cualquier tipo de derecho a la presunción de inocencia
(axioma en la disciplina); segundo, la incredulidad que me provocaba,
personalmente, la conclusión de que dicha potencialidad delictiva se
asociaba, siempre, al sexo masculino.
No he podido
evitar recordarlo en un agosto fatídico no sólo por los episodios de violencia
vividos, sino por su descarnada instrumentalización gracias a ciertas
formaciones políticas. Unas urgen pactos de Estado mientras conservan en sus
filas a cargos condenados en firme por maltrato y se niegan rotundamente a la
cadena perpetua para delitos vinculados. Otras instan a reacciones inmediatas
pero respaldan a féminas que asaltan capillas católicas y evitan pronunciarse
respecto de otras confesiones donde las mujeres están profunda y evidentemente
discriminadas. Demagogia y oportunismo en su grado máximo.
Condeno
siempre cualquier tipo de violencia en cualquier ámbito. Condeno de forma
tajante cualquier asesinato. Lo que me sorprende es que ese mismo rechazo que
nos provocan ciertos comportamientos humanos deplorables, deleznables e
inimaginables para una sociedad sana, no lo suscite la utilización
electoralista de los mismos. Presuponer que en virtud de su sexo una persona es
potencialmente criminal, me van a permitir que les diga, resulta absoluta e
insoportablemente retrógrado. Y si añadimos que la ley lo ampara, además,
ilegítimo.
No hay nada
más discriminatorio y estigmatizante en España que la vigente Ley de
Violencia de Género, que anula la presunción de inocencia del hombre y
alberga un efecto perverso, permitiendo situaciones de abuso al no definir
adecuadamente el maltrato en su texto. Fruto precipitado de presiones de la ideología
de género –esa que determina que ser hombre o mujer no es cuestión
biológica sino cultural, en virtud de la cual no se nace hombre o mujer, sino
que uno se hace hombre o mujer, sin base empírica que lo respalde–, incurre en
una violación del derecho más básico. Si su objeto debiera ser la protección de
las víctimas de la violencia en el ámbito familiar –extensión que no contempla,
al no ser recíproca ni idéntica para hombres y mujeres y descuidar a los
menores–, en la práctica y con el tiempo demuestra una ineficacia manifiesta.
Sobran
argumentos. Si los culpables no merecen piedad, tampoco los inocentes ser
prejuzgados. Ni toda violencia contra la mujer es violencia de género, ni toda
violencia de género afecta exclusivamente a la mujer. Ningún ordenamiento
jurídico debería amparar discriminación ni condena por razón de sexo, y es
deplorable cualquier adoctrinamiento entorno a ello. No se puede colectivizar
la culpa. Hablamos de acciones personalizadas. Cada individuo, como cada
individua, es distinto y tiene idénticas posibilidades para elegir libremente
cómo actuar y comportarse.
El falso
debate del marxismo de género, que enfrenta dos clases en virtud
de su sexo, pretende imponer de forma totalitaria y subyacente –incluido el
ataque a cualquiera que se atreva a contradecirlo– la idea de que todos los
hombres son iguales: maltratadores potenciales. Como si las mujeres no fuésemos
capaces de hacer exactamente lo mismo que un hombre, incluido lo negativo (y
aquí tenemos un ejemplo claro con el terrorismo).
La defensa
de la igualdad no la ostentan en exclusiva, ni siquiera correctamente, los
observatorios y los feministas. La única posibilidad de conquistarla
supone potenciar la igualdad real de derechos y oportunidades entre hombres y
mujeres, que, desde sus diferencias (complementarias), y aprovechando sus
sinergias, construyan sociedades más libres y mucho más humanas, llenas
de muchos (muchísimos) hombres buenos. Por fortuna, la mayoría.
(Maria Jamardo/LD/25/8/2015.)
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