Barriendo calles
Por Álvaro Delgado
La suciedad de las calles de Palma
constituye una de nuestras actuales señas de identidad. Tenemos una
ciudad turística deslucida por su manifiesta falta de limpieza, por
grafitis infames que emborronan fachadas históricas y por una triste
sensación de dejadez en buena parte de sus barrios. Pero nuestro
inquieto Ayuntamiento, en lugar de barrerlas físicamente -como sería
deseable visto lo que cobran por ello, incluso a negocios que llevan un
año cerrados sin generar basuras- decidió recientemente barrer sus
nombres. O algunos de ellos, bajo un ataque de antifranquismo
retrospectivo y de presunta “normalización democrática”.
Comprendiendo el derecho del Ayuntamiento a
actualizar el callejero de la ciudad, evidente en cualquier democracia,
conviene reflexionar sobre si la decisión adoptada está debidamente
justificada y si, además, resulta pertinente en tiempos de pandemia y
crisis económica, cuando los palmesanos merecemos un mejor destino para
los impuestos recaudados en nuestro municipio.
Empezando por lo segundo, cambiar los
nombres de ciertas calles no resulta un acto intrascendente. Aparte del
coste de sustituir bastantes placas de mármol -tradicional sistema de
rotulación en la capital balear- muchos particulares y negocios
domiciliados en las calles afectadas experimentan molestias
inconvenientes en momentos como éste. Cambios de domicilios mercantiles y
de documentación bancaria o administrativa, problemas de mensajería y
entrega de correspondencia, material de papelería inservible, rótulos de
negocios obsoletos... Poco importa a quienes nos gobiernan. Ellos
siguen combatiendo a Franco 45 años después de morir en su cama,
abominando de actitudes totalitarias que acaban reproduciendo iguales.
Conociendo que el fascismo apareció en la
Italia de Mussolini en 1919, y el franquismo en 1936, resulta ridículo
tachar de “fascistas” o “franquistas” a personajes históricos de los
siglos XVIII o XIX. Sepan que Gravina (embajador de España en París y
agente de inteligencia con misiones en medio mundo, elogiado por
Napoleón) y Churruca (también astrónomo, matemático y geógrafo) fueron
héroes navales en la batalla de Trafalgar (1805). Y que Cervera fue
héroe en las batallas de Cuba y Filipinas (1898), y senador real.
Grandes hombres, de espíritu renacentista, que hicieron notables
aportaciones a la historia de España, cuando los fascistas del siglo XX
no eran ni proyectos de espermatozoides en los nonatos escrotos de sus
padres.
Reducir a Juan March Ordinas, nacido en
1880 -creador de un Hospital, un Banco y una Fundación que aún prestan
servicios sanitarios, financieros y culturales a todos los ciudadanos- a
personaje del franquismo es considerar a Amancio Ortega como un
producto del zapaterismo o del rajoyismo, durante cuyos mandatos sus
empresas alcanzaron la cumbre de la economía mundial. March, con sus
luces y sombras –como todo ser humano- fue el mayor emprendedor que ha
dado jamás nuestra tierra, y su legado trascenderá mucho más de lo que
cualquier mindundi resentido pueda ahora decretar.
Qué decir del Bisbe Planas, palmesano y
Obispo de Ibiza, que impulsó Cáritas o Radio Popular. De Josep D’Oleza,
reconocido arquitecto de notables edificios baleares. O de Gabriel
Rabassa, creador de la Escuela de Hostelería de Palma y de Quito, Premio
Ramón Llull del Govern Balear en 1998, cuya calle inauguró José Hila
como concejal en 2009, diciendo que “hay motivos de sobra para ponerle
esta calle a su nombre”.
Pero el mayor bochorno de alcance nacional
lo han producido las justificaciones del Alcalde ante las críticas del
Académico Arturo Pérez-Reverte, quien le llamó directamente “idiota” y
“pastelero” entre una cascada de zascas históricos. Hila justificó los
cambios de nombre “por unos buques de la Armada franquista en cuyo
homenaje rotularon esas calles”. Y mintió, demostrando ignorancia o una
caradura sideral, por lo que debería dimitir de inmediato. Porque el
acta municipal de 1 de mayo de 1942 -que varios tuiteros y ARCA han
publicado- demuestra que la justificación para nombrar esas calles fue
“poner el nombre de Almirantes y marinos” y no de buques de guerra. Por
eso llevaban el término “Almirante”, cuando dos de esos buques (el
“Cervera” sí) nunca lo llevaron.
Y, ya para recochineo general, en varios
trabajos de investigación -como el del profesor de la UNED Pedro Manuel
Egea Bruno, titulado “Contribución al estudio de la flota republicana
durante la Guerra Civil”- constan inventariados al servicio de la
Segunda República los destructores “Churruca” y “Gravina” (sin
referencia a su grado de Almirante, como explicó en Twitter
Pérez-Reverte, cartagenero ilustre criado junto al Arsenal base dichos
buques). Se han publicado también recortes de prensa -especialmente uno
de septiembre de 1936- donde aparece una fotografía de la botadura del
“Gravina” con su marinería saludando a la cámara puño en alto. Extraña
manera de hacer un saludo franquista.
En definitiva, como han manifestado Javier
Nart o el historiador Daniel Aquillué, el Ayuntamiento de Palma cometió
un error histórico quitando calles a marinos ilustrados y a buques
republicanos. Memorables han sido los tuits del periodista de COPE
Baleares Jordi Jiménez, quien se preguntó si cambiarían el nombre del
archipiélago por existir un crucero franquista llamado “Baleares”. Y qué
añadir sobre la eliminación de ”Belchite”, “Alfambra” o “Castillo de
Olite” (con “Toledo” parecen recular, tras quejarse su Alcaldesa
socialista), localidades que poca culpa tendrán de la memez de nuestros
regidores actuales.
Esto viene a demostrar que la “Memoria
Histórica” no pretende “avances democráticos”, sino consumar una
revancha ideológica difuminando más de 500 años de historia común con
España. Es la misma línea que siguen eliminando el castellano o atacando
a la Monarquía. Por ello dedican calles a Frederica Montseny o Aina
Moll, cuyo mérito para ocupar nuestro callejero resulta de su
adscripción al catalanismo oficial. No entienden que la historia de un
país, como la de una familia o la de cualquier persona, siempre debe
abarcar su totalidad. Con sus esplendores y sus miserias, que precisan
ser conocidas, especialmente éstas últimas, para evitar repeticiones
trágicas.
Ya escribió el científico alemán Georg
Christoph Lichtenberg que “cuando los que mandan pierden la vergüenza,
los que obedecen pierden el respeto”.
Lo peor en esta vida no es ser tonto. Ni siquiera sectario, vengativo, mentiroso o indocumentado. Es contárselo orgulloso al mundo por megafonía.
P.D. Tras la continuada polémica pública que ha convertido a la ciudad de Palma en el hazmerreir nacional, el Alcalde de Palma parece haber paralizado el cambio de nombres de ciertas calles, ya consumado en algunas de ellas, pidiendo una reunión con el Govern Balear, bajo la sospecha de que algunos asesores -de un nivel francamente mejorable- le hayan colado un gol por la escuadra. De sabios es rectificar. Veremos hasta qué punto.
(MallorcaDiario/30/3/2021.)
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