Lo que parece (digo parece) evidente es que es inevitable referirse a la identidad personal. ¿Seria posible una identidad colectiva sin identidades personales? En el caso de que fuera posible me parecería monstruoso ya que consistiría en una especie de rebaño indiferenciado en lo que respecta a sus miembros. Por tanto, lo primero es la identidad personal lo que no significa que las identidades personales se realicen al margen de la sociedad. Una posibilidad es que la identidad personal sea un conjunto de experiencias que se refieren a alguien. Este alguien, este ‘yo’ es lo que da permanencia y consistencia a las diferentes experiencias, pensamientos, sentimientos, etc. Una de las características de la identidad personal es la continuidad del cuerpo (y voy a suponer que esto no plantea problemas) y también la memoria. Este es un aspecto importante. ¿Cómo sé que soy el mismo que ayer? Porque me reconozco a mí mismo y porque me reconocen los demás, porque tenemos memoria. Por supuesto, esto plantea problemas que no podemos tratar aquí, como si alguien que pierde la memoria no es la misma persona o si un trasplante de cerebro hace que alguien se convierta en otra persona.
Si la identidad personal es, especialmente, una continuidad corporal y psicológica a lo largo del tiempo, la identidad personal seria una cuestión de ‘grado’. No habría una identidad fija a lo largo de toda la vida sino diversas identidades personales, hasta el punto de que se dice a veces: ‘ha cambiado tanto que no le reconozco’. Desde esta visión de la identidad personal se supone que cada persona puede (si hay democracia, por ejemplo) expresar sus opiniones, sus intereses, tomar ciertas decisiones que van configurando su vida, etc. Aquí aparece el problema de la identidad nacional. Si existe la ‘identidad nacional’ tendrá que ser una entidad colectiva (no personal como la identidad personal).
El problema central, en mi opinión, es si estas entidades colectivas (como la identidad nacional) prevalecen sobre los intereses de los ciudadanos. Esto plantea un serio problema, el de la identificación de los titulares de los intereses y preferencias: o bien son las personas o bien son los entes colectivos, como la nación. También plantea el problema de la unidad moral básica, el individuo o la nación. Porque es falso suponer que nunca habrá contradicción entre los intereses de las personas y el interés de este ente colectivo. Cuándo hay contradicción, ¿quién prevalece? Por cierto, el supuesto interés de la nación siempre es expresado por personas de carne y hueso, los sacerdotes de lo políticamente correcto o los supuestos representantes de la nación.
Los nacionalistas y comunitaristas tienden a responder que prevalece la nación sobre la persona y los no nacionalistas y no comunitaristas tienden a decir que prevalece ( o debe prevalecer) la persona. En este aspecto hay que decir que los planteamientos liberales son muy diferentes entre sí. No tiene mucho que ver Adam Smith, Hayek, Nocizk, etc, con John Rawls por ejemplo. Un liberal no tiene necesidad de defender el individuo egoísta de Hobbes porque no existe un único liberalismo como no existe un único marxismo. Sin embargo, interesadamente se suele situar todo liberalismo en el mismo saco, lo que es falso. Es tan estúpido poner a todos los liberales en el mismo saco como poner a todos los católicos o a todos los marxistas. Y lo digo no sólo desde el punto de vista personal sino también metodológico.Lo que el liberalismo igualitario dice, entre otras cosas, es que la unidad moral básica es el individuo, no la nación u otra entidad colectiva. Tampoco es cierto que todo liberalismo se base en la decisión individual como maximizadora de utilidades, lo que representaría al egoísta racional que es sólo una versión del individuo.
¿Qué es identidad nacional o colectiva? No es fácil saberlo pero acepto que para la existencia de una identidad personal se presupone una vida social, una comunidad, aunque esto no es lo mismo que defender una identidad colectiva como algo superior a las personas. Basta presuponer la existencia previa de ciertas relaciones sociales, narraciones e historias que las personas encuentran cuando nacen y se desarrollan como seres humanos. Uno de los problemas centrales no está en negar esto, que parece evidente, sino en la valoración de este hecho. Que necesariamente existamos en un entramado de relaciones sociales no conduce necesariamente a la afirmación de que el individuo es un producto de estas relaciones, ni tampoco que puede vivir al margen de ellas. Para que podamos hablar de identidades colectivas ( en este sentido comunitarista) tenemos que introducir ‘bienes objetivos’ que estarían por encima de las preferencias de las personas. Esto me parece rechazable porque supone sacralizar una determinada interpretación de la historia, es decir, uniformizar a las personas en la ‘verdadera’ historia de una comunidad vinculada a ciertos bienes ‘objetivos’.
Sin embargo, es cierto que las personas necesitamos, por lo menos en general, cierto ‘agarre’, cierto referente último, ya que el completo relativismo produce ansiedad y desazón. Hablo en términos generales. Pues bien, puestos a tener referentes últimos que están por encima de mí, me parece más aceptable tener a los Derechos Humanos que contemplan a la persona como tal y no en función de su origen o su lengua. Creo que los pueblos que miran en exceso a su pasado suelen tener miedo al futuro. Esto no me parece grave si nos referimos a las personas mayores que ya no suelen esperar demasiado de la vida. Pero me parece muy grave con relación a los jóvenes. Una cosa es conocer el pasado y otra muy diferente reverenciarlo. Hay demasiadas injusticias y miserias en todo pasado para que debamos reverenciarlo. De ahí la falsedad de aquellos que evocan el pasado como una especie de Arcadia feliz. Es un engaño. Aunque también es un error razonar en términos exclusivamente universalistas.
El problema central en mi opinión, es si los proyectos personales (que son fundamentales en nuestras vidas) solamente los podemos adquirir a través de valores comunitarios, entendidos como valores objetivos o como valores dotados de una especial autoridad. Por el contrario, una actitud no comunitarista dirá que tenemos (unos más y otros menos) la capacidad para distanciarnos –relativamente-de nuestras prácticas colectivas y poder mirarlas críticamente. Yo añadiría que todo gobierno democrático no sólo debe hacer que los niños conozcan su pasado (de la manera más objetiva posible) sino, además, darles la educación suficiente para que desarrollen una capacidad critica que evite (en lo posible) convertirlos en ovejas de un rebaño. Políticos, padres y maestros tienen una grave responsabilidad
Finalmente, ¿qué es una nación? Una posibilidad es verla como un principio de identidad que relaciona a personas y tradiciones en una unidad. El problema básico será si esta unidad es uniformizadora o no lo es. Los nacionalistas suelen ser uniformizadores hacia dentro y diferenciadores hacia fuera. Es usual que los nacionalistas vean en la tierra algo más que un espacio físico. Consideran que la tierra está dotada de una personalidad y un espíritu. Así pues, la tierra proporcionaría no sólo una situación espacial sino también una identidad. El nacionalismo intenta descubrir ( y en otro caso inventar) un pasado común, estableciendo una vinculación espiritual entre los que vivieron antes y los que viven ahora. De ahí que las emociones y los sentimientos jueguen un papel importante. Aunque hay nacionalistas xenófobos, suele ser más habitual (o así se dice) fomentar que los extranjeros o forasteros ‘se integren’, asumiendo una nueva identidad y perdiendo la originaria. Es decir, renuncia a ser ‘murciano’ y esfuérzate en parecer de los nuestros, aunque nunca serás ciudadano de ‘pata negra’.
Ya que no tenemos Rh especial, la lengua es muy importante, puesto que proporciona la fundamentación de una intersubjetividad compartida. Por eso, el que no usa la lengua es un enemigo, al menos potencial. Es decir, la lengua permite que una comunidad se reconozca como comunidad y también identifique más fácilmente a los que no son miembros. El circulo se cierra cuando la nación exige autoridad sobre sus miembros y, como Dios, tiene la última palabra sobre las otras formas de autoridad. Por eso tiene tanta importancia la desvirtuación de la historia. El glorioso pasado implica una cuidadosa selección de lo que conviene y rechazo de lo que no conviene. Siempre habrá historiadores que harán esto con placer. El argumento podría ser: los demás hacen lo mismo, o bien, todo por la patria.
Pero la invención (relativa) de la propia historia implica también un proceso de diferenciación. Hay que seleccionar aquello que nos diferencia. Todo este entramado permitirá (si va bien) la aparición de una autoconciencia, la autoconciencia de ser parte de un sujeto histórico. Por eso la identidad nacional tiene similitudes con la familia. La identidad nacional es la fuente de la propia identidad. Ya sólo faltan las trompetas, las banderas y una voz en off diciendo ‘eu tenim tot’. Para eso resulta de gran ayuda los medios de difusión y ciertos intelectuales, protegiendo y alabando lo particular frente a lo universal y cosmopolita. Además, en medio de los cambios acelerados, propios de sociedades post-industriales, la identidad nacional daría una estabilidad y continuidad que tranquilizaría las conciencias preocupadas por la adaptación a los cambios acelerados. Sin embargo, creo que la alternativa mejor (o menos mala) es aceptar la tensión civilizada entre desarrollo personal (no dirigido) y sociedad pluralista no multicultural. Esto último no debe ser entendido como la aceptación de culturas cerradas y la consiguiente aceptación de todas sus tradiciones. Al contrario, las tradiciones que no respeten los derechos humanos no deben ser permitidas.
17 Noviembre 98.
Sebastián Urbina.
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