Leo (18-9-2005, prácticamente en cualquier periódico español) las declaraciones de Maragall, ‘Quien se oponga al Estatut se las verá con el pueblo de Cataluña’.
La frase de Don Pascual es un poco más larga, ‘La voluntad del pueblo catalán es tener un nuevo Estatut, y quien se oponga a esta voluntad se las tendrá que ver con los catalanes en las urnas’.
De todos modos, Don Pascual miente. Nada extraño en un socialnacionalista. Todas las encuestas, o la mayoría, dicen que, como máximo, el cuatro por ciento de los catalanes tiene interés o está preocupado por el Estatut. ¿Es este el pueblo de Cataluña?
Como se sabe, el termino ‘pueblo’ es ambiguo. Normalmente puede entenderse como: a) todos y cada uno de los individuos; b) la mayoría; c) un subgrupo que tiene unas determinadas características. Por ejemplo, ser proletario, ser ‘catalán de pata negra’, etcétera.
Recordemos que no basta una mayoría ( o unanimidad) en el Parlamento catalán para modificar la Constitución. La soberanía no pertenece a las Comunidades Autónomas sino a la Nación española. Lo dice el artículo 1.2 de la Constitución: ‘La soberanía nacional reside en el pueblo español, del que emanan los poderes del Estado’.
Si se rechaza la tercera opción mencionada, porque huele demasiado, se puede optar por acudir a un ente colectivo que trasciende los individuos concretos, ‘la nación’, ‘la madre tierra’ y similares. Pero los entes colectivos como éstos no existen en realidad, ni tienen intereses. Quienes tienen intereses (¡vaya si los tienen!) son los sacerdotes que dicen representar a estas entidades colectivas. En nuestro caso, Don Pascual y sus compinches.
¿En qué contexto se dicen estas burradas? En un contexto en que Ibarretxe tiene un plan independentista (el de las nueces ensangrentadas), Carod pide una república independiente catalana, y Anxo Quintana pide un Estado con muchas naciones.
Como dice un fino analista (esta vez lo digo sin ironía), Trias Sagnier, ‘Y España, y el que no lo quiera ver es porque está ciego, se encuentra al borde del enfrentamiento territorial y en el límite de la desintegración nacional’.
Eso sí, todo con mucho talante. Por detrás y por delante.
Sebastián Urbina.
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