jueves, 5 de noviembre de 2009

MÁS ALLÁ DE LA BANDERA.










AL GRANO
ANTONIO ALEMANY DEZCALLAR
Más allá de la bandera


Es altamente interesante analizar las reacciones, los reflejos condicionados pavlovianos, las manipulaciones y las miserias morales, políticas y periodísticas que ha provocado algo tan sencillo, tan normal y tan lógico como es que la bandera española ondee junto al monumento que se ha erigido en Calviá en homenaje a los dos guardias civiles asesinados por ETA.
El asunto no es baladí precisamente porque no se trata de un “trozo de tela” como suelen frivolizar los que siempre tienen miedo al maniqueísmo que rodea a los símbolos. Porque la bandera-cualquier bandera- es, ante todo y por encima de todo, un símbolo, es decir, algo que evoca ideas y genera sentimientos y que, como el mito, sintetiza una cosmovisión o una visión de una sociedad determinada, o una historia o un sistema de valores. Las sociedades humanas no pueden vivir sin un instrumental simbólico y el sistema ritual y litúrgico que lo acompaña. Por esto los ataques a los símbolos son percibidos siempre como una agresión, no al símbolo en si mismo considerado, sino a su significado y a lo que representa. La grosería maleducada de Zapatero al símbolo de una nación amiga como los Estados Unidos le costó cuatro años de purgatorio y de ninguneo humillante. Su grosería, obviamente, no pretendía insultar a un “trozo de tela”, sino, a través del trozo de tela, a los Estados Unidos.
La bandera española que colocarán en Calviá es, obviamente, un símbolo, no de la España actual o de la España democrática- como vienen a decir estos bobos que hablan del “aguilucho” franquista- sino de España a secas. Y España a secas es anterior a constituciones democráticas, a dictaduras, a guerras internas, a glorias y fracasos. Por esto la bandera no es “de la democracia” como no lo era del franquismo: es la de España que, siempre, precisará de un símbolo que represente esta realidad histórica, secular, cultural, política y social que ha sido, es y será España
De ahí que resulte una solemne estupidez interpretar cualquier proyección simbólica de España - y la bandera es un símbolo especialmente eficaz y asumido desde el punto de vista de la representación- como un acto “de partido” o un exceso de “españolismo” que nadie sabe muy bien en que consiste. Este periódico editorializaba el otro día subrayando que a ningún norteamericano, francés o británico, de derechas, de centro o de izquierdas, se le ocurriría interpretar el símbolo de sus banderas en los absurdos términos con que, aquí, se interpreta cualquier asunto relacionado con la bandera española.
Con posicionamientos que no son de la misma naturaleza. Por ejemplo los pesemeros, uemitas y el fascismo catalanista en general se revuelven contra la bandera española y, si pueden, la queman, porque, sencillamente, aspiran a sustituir, con todo lo que ello supondría, un símbolo por otro, es decir, la rojigualda de España por la “estelada” de Cataluña. Los periódicos de Pedro Serra tienen otras motivaciones más pedestres y miserables: vengarse de un alcalde que les plantó cara e impidió un formidable e indecente pelotazo urbanístico. Los pobres lo tienen crudo ya siempre les taparán la boca con dos palabras: “Son Massot”. Del PSOE no se que decir, entre otras razones porque me da la impresión que ellos tampoco saben que decir de si mismos. Lo cierto es que han sido incapaces de ligar socialismo y patriotismo como han hecho todos los socialismos democráticos occidentales, menos el PSOE.
El problema es el PP. En buena teoría, ante las críticas por la presencia de la bandera de España en el homenaje a unos guardias civiles asesinados, el PP, y no Delgado, debería haber “impartido doctrina”, posicionándose, sin aspavientos, pero con firmeza, junto al alcalde de Calviá. No lo han hecho por dos razones: porque les da vergüenza y les da vergüenza porque han interiorizado el discurso anti- España del catalanismo independentista. Para una parte del PP- de su aparato, no de sus bases ni de sus votantes- asumir la bandera de España es un signo de “franquismo”, de “españolismo”, de “radicalismo” o váyase a saber de que otra peste bubónica o amarilla.
Hay ahí no sólo un penoso complejo de inferioridad por los valores que se supone defienden, sino una grave indigencia y cerrilismo intelectual y cultural. La bandera de España representa a la Nación- ayer, hoy y mañana- y no al régimen, sea autoritario o democrático. Y si el PP cree en este proyecto unitario, convivencial e histórico, su obligación es decirlo y obrar en consecuencia. Han pasado los tiempos en que- ¡cielo santo!- comunistas, nacionalistas periféricos e izquierda de siniestro pasado otorgaban bulas de democratismo, de tolerancia y de civilidad. Acuñaron, en su momento y en habilísimo eslogan propagandístico, aquello de la “derecha civilizada”, algo así como una delicada flor minoritaria de una derecha que, por su propia naturaleza, embestía y era incivil. Hasta que unos cuantos ubicados en la derecha liberal- no demasiados- comenzamos a denunciar la superchería de que los otorgantes de bulas eran exactamente los que, en todo caso, debían recibirlas- humildemente, atritos y contritos, además- habida cuenta sus biografías históricas, doctrinales e ideológicas. La realidad es que los dispensadores de bulas no aguantan ni un solo round dialéctico.
Si el PP balear no comprende estas elementalidades y sigue agazapado como un conejo en su madriguera llena de complejos absurdos, la imprescindible “refundación” del partido será imposible. Lo de la bandera no es sólo, ni principalmente, un símbolo, sino un síntoma. El alcalde de Calviá no es un “ultra” por colocar la bandera de España, sino un mallorquín, un español y un demócrata que tiene claras algunas cosas.

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