ÉLITES, EDUCACIÓN Y DEMOCRACIA.
Los
conocidos teorizadores de las élites, G. Mosca, W. Pareto, o R. Michels,
comprobaron que en todas las sociedades hay grupos que gobiernan y otros que
son gobernados. Las élites gobernantes pueden serlo ‘a la luz del día’, o bien
‘en la sombra’. Pero no hay sociedad sin élites gobernantes. Por tanto, nuestro
problema no es si vamos a tener élites, o no. El problema es que con este nivel
educativo tan bajo que sufrimos en la España actual, nuestras élites puedan ser
de bajo nivel. Porque élites, ‘haberlas haylas’.
Antes de
hablar del igualitarismo de las leyes educativas socialistas que gobiernan la
educación en España, recordemos que Mercedes Rosúa, catedrática de Lengua y
Literatura, en su libro “El archipiélago Orwell”, cuenta sus andanzas como
profesora de español en China. Curiosamente, hay semejanzas entre el sistema
educativo chino y el que los socialistas establecieron en España con la LOGSE.
Nos dice,
en su libro, que la revolución cultural
china impuso la consigna de que los alumnos debían progresar conjuntamente (…)
También se consideraba deplorable servilismo confuciano la exigencia de que se
trabajase para aprobar (…) Otro atentado a la igualdad consistía en el
desdoblamiento de las clases en grupos según el nivel lingüístico de los
alumnos (…) En ningún caso se citaba el mérito o la inteligencia, sino el
igualitarismo”.
Como puede
verse, hay semejanzas entre los objetivos educativos de los comunistas chinos y
las propuestas socialistas materializadas en la LOGSE. En ambos casos, se
defiende el igualitarismo, se desconfía del mérito y se avanza en grupo, por no
decir en manada. O sea, el individuo es sospechoso. El mérito también. El grupo
es lo que importa. Esto nos obliga a hablar de la igualdad.
En los
sistemas democráticos, habitualmente, se intenta un cierto compromiso entre la
igualdad formal (la igualdad entre la ley) y la igualdad material (o igualdad
de resultados). Un ejemplo extremo de igualdad formal lo tendríamos en
propuestas como la del profesor norteamericano Robert Nozick
(Columbia/Oxford/Princeton/1938-2002). En estos planteamientos lo que importa
es la justicia procedimental. Es decir, lo importante es el proceso o conjunto
de reglas del juego que hay, y que utilizamos, en un momento determinado, y
no el resultado que obtengamos de este proceso.
Según esta
doctrina, es justo lo que se conforma a unas reglas del juego,
previamente aceptadas. Por ejemplo, si aceptamos las reglas de juego del código
civil, y usted realiza negocios jurídicos de acuerdo con estas reglas, no podrá
protestar si los resultados finales son malos para usted. Lo único injusto es
violar las reglas de juego previamente aceptadas. Por tanto, los resultados
finales no son injustos, siempre que se hayan obtenido de acuerdo con las
reglas previamente aceptadas.
Una
posición contraria es la que se preocupa por los estados finales, más que de
los procedimientos. En el ámbito educativo, esto significa que lo que importa
es que, al final del proceso educativo, todos los alumnos sean iguales, o casi
iguales. De ahí que estas doctrinas educativas desconfíen del mérito. ¿Por qué?
Porque el mérito diferencia entre los mejores y los peores. Y los igualitarios
no lo quieren así. Quieren la igualdad de resultados más que la igualdad de
oportunidades. Los comunistas chinos y los socialistas españoles.
Uno de los
problemas que plantea esta visión de la igualdad, a la que se suele llamar
‘igualitarismo’, es que no hay igualdad más que a la baja. Al menos en la
práctica. No discuto que sea posible en teoría. Con otras palabras, podría
suceder que todos los alumnos se igualaran por arriba, consiguiendo todos ellos
resultados sobresalientes. Pero esto no sucede en la realidad.
Lo que
sucede, en la realidad, es que los alumnos se igualan a la baja. Pero las
autoridades educativas no desean esto. De modo que, entre otras medidas, hacen
que suspender sea difícil. Una de las maneras de conseguirlo es exigir a los
profesores una amplia y detallada justificación en caso de suspender a un
alumno. O en caso de que se alcance un determinado porcentaje de suspensos, los
profesores quedan avisados por las autoridades académicas de que no está bien
visto suspender.
Esto hace
que, en la práctica, sea muy complicado subir el nivel de los alumnos.
Objetivo, por otra parte, del que siempre se habla y se anuncia a bombo y platillo.
¿Por qué es tan difícil?
Porque los
alumnos se enteran de que no está bien visto, por parte de las autoridades
académicas, que los profesores exijan mucho y suspendan. Porque, además, los
políticos han devaluado la autoridad del profesor. Porque los papaítos y
mamaítas, en general, súper miman a sus retoños. Y porque solamente pueden
subir el nivel- en estas circunstancias adversas- los que se esfuerzan de
manera constante, lo que es difícil, y no está de moda. Pero los igualitaristas
desconfían del mérito, como hemos visto. ¿Y qué sucede en este caso? Que se
desmoraliza y se desmotiva a los alumnos más estudiosos.
Algo
parecido a lo que siempre ha sucedido en el socialismo realmente existente. El
constante fracaso económico del socialismo real se debía, entre otras razones,
a la desincentivación de los mejores trabajadores. Si resulta que Pepe, que
trabaja más y mejor que Antonio, tiene que cobrar lo mismo ¿para qué se tiene
que esforzar Pepe? Seamos iguales. A la baja, por supuesto.
Demos un
paso más. La imposición legal del igualitarismo educativo dificulta o elimina
la libertad de los mejores a mejorar. Porque se les impone igualdad- o casi- en
los resultados finales. O sea, no destaques que podrías humillar a los demás.
Pero el resultado final no sólo es más igualdad sino, también, más mediocridad.
¿Es esto bueno para la democracia?
Llegados a
este punto, nos podríamos preguntar. ¿A quién votarán, previsiblemente, estos
alumnos que han recibido esta educación igualitaria que pasa curso con
suspensos y desconfía del mérito y el esfuerzo?
Dígalo en
voz alta. Usted puede.
Sebastián
Urbina.
(Publicado en ElMundo/Baleares/25/Marzo/2016.)
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