EL
TRASFONDO DEL SEPARATISMO CATALÁN.
Dice Julián Benda, en su conocido libro ‘La traición de
los intelectuales’, (1926), que docentes e intelectuales desprecian el
sentimiento de lo universal y glorifican los particularismos. De tal modo que
el cambio de ‘la’ cultura a ‘mi’ cultura sería algo característico de la Edad
Moderna, que convencionalmente se extiende desde el siglo XV al XVIII.
La influencia de Herder, inspirador del romanticismo
alemán, hizo creer, nos dice A. Finkielkraut, que nadie puede ser profeta fuera
de su tierra, de modo que los pueblos sólo tienen que rendirse cuentas a sí
mismos. De ahí lo de ‘charnegos’, ‘maketos’ y forasteros, en general.
Este es el fondo y trasfondo del separatismo catalán y
similares. Sin el Romanticismo de Herder y Fitche y su absorción por parte de
sectores de la sociedad catalana no se entendería el catalanismo. Y con el
catalanismo y el romanticismo la importancia sacralizada de la lengua.
J. de Maistre (1753/1821), el pensador
contrarrevolucionario, opuesto a la Ilustración y la Revolución francesa,
decía: ‘Las naciones tienen un alma
general y una auténtica unidad moral que les hace ser lo que son. Esta unidad
está anunciada sobre todo por la lengua’.
Ya tenemos las bases para idealizar la lengua catalana.
De ahí el enfermizo sectarismo de los políticos catalanistas de Baleares, - o
sea, casi todos-, la prensa que vive del pesebre- mucha- y el sistema de enseñanza/adoctrinamiento
para mayor gloria de la nación catalana oprimida por la bota castellana. ‘Espanya
ens roba’. Y la lengua catalana, supuestamente perseguida por los pérfidos
españolazos. Suena ridículo, ya lo sé. Pero, destacados discípulos de la
mentalidad totalitaria, saben que la repetición de las verdades oficiales del
catalanismo llega a calar en las meninges de generaciones de domesticados súbditos
de progreso. De toda España, en general, y de las Islas Baleares, en
particular. Perdón, Illes Balears.
Unos porque la lluvia fina les ha calado hasta el
calcetín y otros porque saben lo que les conviene. No aceptar las verdades
oficiales supone ser acusado de ‘españolista’ o de ‘anticatalán’, lo que puede
traer enojosas, o peligrosas, consecuencias. Son miles, pero quiero centrarme
en un nombre por todos conocido: Albert Boadella. Ejemplifica el castigo
recibido por no ser un catalán ‘como debe ser’. Y esto lo dictan los comisarios
de la conciencia. Por si alguien todavía no se ha enterado, tuvo que marcharse
de Cataluña. En la presentación de su libro- con el que ganó el Premio Espasa
de ensayo en 2007-, ‘Adiós Cataluña. Crónica de amor y de guerra’, dijo: ‘No
volveré a actuar en Cataluña porque aquí existe un problema de libertad’.
Toda esta basura antidemocrática, denunciada por
Boadella, no hubiera sido posible sin el silencio culpable, o la colaboración
de los dos grandes partidos, PP y PSOE. Del PSC podemos hablar de colaboración,
aunque, de vez en cuando, se descuelgue con alguna declaración que puede hacer
dudar a los ingenuos y bienpensantes. Décadas de manipulación de las
conciencias permitidas por el bipartidismo en aras de la ‘gobernación de España’.
Con los nocivos efectos en la fractura social y en la vulneración de los
derechos de los que no son ‘catalanes de pata negra’.
Afortunadamente
hay una brillante y detallada crónica de tanta desvergüenza a lo largo de
tantos años. Antonio Robles, profesor y exdiputado de C's, presentó, en febrero
de 2014, el libro "Historia de la Resistencia al nacionalismo en Cataluña”,
en el que relata la "estrategia del nacionalismo durante los últimos 30 años
para lograr la hegemonía moral, social y política en Cataluña y la resistencia
que se le opuso". Resistencia que,
por cierto, fue silenciada por la prensa ‘independiente’.
Cuarenta años, más o menos, para convertir a la mitad de
los catalanes, aproximadamente, en la voz de su amo. Los que tragan sin
pestañear lo de ‘Espanya ens roba’. La estrategia de socialistas y populares,
profundamente estúpida, consistió en dejar que los separatistas- antes se les
llamaba ‘nacionalistas periféricos’- hicieran lo que les viniera en gana
siempre que no rompieran la baraja. Es decir, que no proclamaran la
independencia. Todos, unos más y otros menos, han vivido de la mentira. Y de la
corrupción. A título de ejemplo, toda la familia Pujol. El juez instructor dice
que forman una ‘organización criminal’. Pero sigue de rositas.
Y los cretinos de la meseta nombrando ‘español del año’ a
Jordi Pujol. El diario ABC,
dirigido por Luis María Ansón, lanzó una
campaña en defensa de la inocencia de Pujol cuando en 1984 llegó a los
tribunales el caso Banca Catalana. Y le concedió, este mismo año, el citado
título de ‘español del año’. Fue ridículo e injustificado, pero bien recibido
por los progres y derecha acomplejada.
Este
errado camino ha durado demasiado tiempo y ahora pagamos las consecuencias.
Aunque, por supuesto, algunos siguen negando la evidencia. Menos que antes, eso
es cierto.
En
estos graves momentos la clase política nos da, una vez más, muestras de su
miserable nivel, preocupándose por sí mismos y sus intereses de partido, en vez
del interés general, colaborando en la formación de un gobierno estable.
El Ministro Montoro, a principios de marzo,
explicó el estado de las cuentas públicas. Resulta que no se ha cumplido el
objetivo de déficit exigido por Bruselas- el 4’2- alcanzándose el 5’16. La
comunidad autónoma más incumplidora ha sido Cataluña, que multiplicó por cuatro
el objetivo previsto. Cerró 2015 en el 2,7%, prácticamente lo mismo que el año
anterior. Según
datos de diciembre de 2015, el 42% de las facturas asumidas por el Fondo de
Liquidez Autonómica (FLA) en el reparto de final de año corresponden a la
Generalitat de Cataluña, según los datos oficiales del Ministerio de Hacienda.
A
pesar de que la Generalidad catalana está inmersa en un proceso ilegal de
independencia, que el gobierno español financia-indirectamente- con nuestro
dinero. Y si gobernaran Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, sería peor. Así estamos,
por glorificar lo particular y el ‘hecho diferencial’. Resulta que lo moderno-
y beneficioso- es mirarse el ombligo.
Sebastián Urbina.
(Publicado en El Mundo/Baleares/26/Agosto/2016.)
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