ESTAMOS EN GUERRA
(Cuanto antes nos enteremos de que estamos en guerra, mejor para nosotros. El 'buenismo' es un suicidio. En todo caso, sería deseable que los 'buenistas' fueran a los países musulmanes a propagar su discurso de paz y amor. Seguro que les reciben con los brazos abiertos. Les pagaremos el viaje.)
EL TERROR GOLPEA REINO UNIDO.
Internacional
Uno de los terroristas: «Por Alá mataría a mi madre».
Los criminales fueron abatidos a tiros por la policía tras matar a siete personas y herir a otras 48.
(ABC)
CÓMO PERDER LA GUERRA.
Muy
pocas veces, en los últimos siglos, una guerra fue declarada de modo
más solemne. Y menos equívoco y con ratificación más reiterada. La yihad
fue primero dictada por Jomeini,
quien hoy aparecería al Daesh como un insoportable moderado. Los
ayatolas de Qom emitieron fatwas contra ciudadanos concretos, a los
cuales condenaban a muerte: el caso Rushdie es sólo el más simbólico. Vinieron luego las proclamas que llamaban a destruir Israel y los Estados Unidos (en
la jerga iraní el Pequeño y el Gran Satán).
En lógica implacable, los
de Bin Laden extendieron la declaración de guerra santa a todo el
occidente no musulmán. Y, a partir de 2001, iniciaron las operaciones en
territorio enemigo. No es verdad que sus blancos hayan sido aleatorios o
indiferenciados. Su blanco fue y es la población civil. Tanto más
directamente apuntada cuanto más inocente. En la lógica del terror
yihadista, el pánico será mayor cuanto más irracional sea su objetivo.
La
guerra en la cual estamos atrapados es una guerra de tiempo largo,
único tiempo que cuadra a las guerras de religión. Puede que hayamos
olvidado lo que eso significa. Pero los libros de historia deberían
bastarnos para recordar lo que fueron y duraron los asaltos islámicos
contra el occidente cristiano entre los siglos VIII y XVII. Si no
entendemos que estamos ahora en una coyuntura paralela y no nos
preparamos para una larguísima guerra de desgaste y resistencia, es que
hemos aceptado ya ser siervos de quienes sólo conocen la sharía como
norma de vida pública y privada.
Unos amigos que vuelven de Nueva York me narran su admiración ante el Memorial del 11S,
que yo no he tenido aún ocasión de visitar. No fue el descomunal
trabajo de arqueología histórica allí realizado lo que más los
impresionó. Fue algo sencillo: los vídeos en bucle de los autores de los
atentados en el momento de pasar impunemente controles de aeropuerto
que hasta un niño de pecho hubiera podido saltarse. De esas pequeñas negligencias
nació la mayor matanza religiosa de la era contemporánea. Y la guerra
mundial en la cual vivimos y a la cual no vemos hoy desenlace.
Muchas veces he comentado a mis alumnos, en el correr de mis
clases sobre el siglo XVII, el pasaje en el cual cristaliza Spinoza la
paradójica relación que fija la perspectiva moderna de lo político: «La
libertad de pensamiento, o fuerza anímica, es una virtud privada.
Mientras que la virtud del Estado es la seguridad». Hasta el día de hoy,
ese axioma es el único suelo firme de la ciudadanía: somos hombres
libres -podemos serlo- porque toda la potencia del Estado -que es mucha-
está enfocada al único objetivo de garantizar nuestra seguridad. Si el Estado fracasa en esa garantía, no nos queda más destino que ser siervos (que, por cierto, es lo que «musulmán» significa en árabe: «sometido»).
Hay un modo infalible de perder una guerra: hacer como que la guerra no existe. En eso estamos.
(Gabriel Albiac/ABC)
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