(Las actuaciones, de Pedro Sánchez, tan favorables hacia los que quieren destruir España, son intolerables e inadmisibles. Y no serían toleradas en cualquier democracia. Pero España es un país acomplejado, dominado por la dictadura políticamente correcta (enseñanza y medios), que ha creído que 'España' es facha' y los separatistas antiespañoles son demócratas, progresistas y tolerantes.
La estupidez no basta para explicar esta inmundicia. Hay, además, odio a España. Aunque hay, por desgracia, mucha gente que no se quier enterar. Lo mejor, para España, sería que el PSOE se hundiera, como ya ha sucedido en Francia. Antes en Italia.
Lea 'La leyenda negra. Historia del odio a España', Alberto G. Ibáñez, ed. Almuzara.
A menos que prefiera actuar como un socialista. De los Podemitas no vale la pena perder el tiempo. Son neocomunistas, con lo que esto implica.)
ESPEREMOS QUE EL PSOE SE HUNDA.
EL
SUBMARINO.
En la compleja semántica de la matraca nacionalista, a
los moderados y partidarios de la tercera vía les encanta el término «encaje»,
con el que aluden a un estatus que permita a Cataluña acoplarse en España bajo
un sistema de privilegios políticos, financieros y legales que convertirían el
modelo territorial en un traje a medida diseñado a base de franquicias
regulares. El independentismo pasó hace tiempo esa página y ya no acepta
condiciones para quedarse; cualquier oferta que soslaye la autodeterminación la
considera humillante.
Pero aún quedan terceristas complacientes, convencidos
de poder encontrar una solución equidistante, y a ellos se acaba de sumar el
Gobierno de Pedro Sánchez con su propuesta de recuperar los artículos del
Estatuto que fueron declarados inconstitucionales. Se trata de un compromiso
voluntarista, próximo al disparate, que pretende construirle al separatismo una
pista de aterrizaje; algo así como esa esperpéntica pretensión de ampliar el
puerto de Cartagena para que entre en él un submarino que no cabe. Sólo que en
este caso los que no quieren atracar son los propios tripulantes; Artur Mas
admitía hace poco en Madrid que esa clase de propuestas ya no les satisfacen.
Sin embargo, el Gabinete insiste en su optimismo. Las
ministras Batet -profesora de Derecho Constitucional- y Robles -magistrada- van
por ahí proclamando con entusiasmo su convicción en esta especie de cuadratura
del círculo sin explicar cómo demonios pretenden constitucionalizar un texto
que ha sido declarado incompatible con la Constitución por el TC, su máximo
intérprete jurídico. El Alto Tribunal desmochó el preámbulo estatutario, se
cargó directamente catorce enunciados que afectaban sobre todo al poder
judicial y al sistema crediticio, y sometió a interpretación cautelar otros
veintisiete artículos. Por muchas leyes orgánicas que alumbre el Consejo de
Ministros, validar todo ese delirio soberanista sin violentar la legalidad
parece demasiado artificio incluso para la pretenciosa fantasía del Gobierno
bonito.
Sucede, además, que a los secesionistas no les
preocupa ese debate. No están en el ajuste fino sino en el desparrame; no
quieren maniobras de ensamblaje sino de ruptura, de desenganche. Como sentenció
Pujol, y demostró la revuelta de octubre, España ha dejado de interesarles y su
única estrategia de fondo es la de la independencia más pronto o más tarde.
Incluso aunque los más prudentes quisieran replanteársela, no se lo permitiría
la presión de la calle.
La oferta de contemporización biempensante le puede
servir al presidente para una demostración de talante que le ayude a captar
votos catalanes, pero el tiempo de la ingeniería política ha pasado; ya no hay
margen. El submarino de la mitología separatista ha soltado todos los anclajes
y ni su marinería ni sus oficiales van a admitir ningún compromiso que no
conduzca al desamarre.
(Ignacio Camacho/ABC.)
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