SENTIMENTALISMO
Y BUENISMO.
Hay de todo, ignorantes, estúpidos, inteligentes, buenas
personas y malas personas. Pero tienen algo en común. No atienden a
las consecuencias previsibles de sus actos. Los buenos- políticos buenistas,
ONGs y similares, dicen, ‘Haz el bien y no mires a quien’. Los malos- las
mafias- dicen, ‘Haz negocio y no mires con quién’.
Los dramáticos acontecimientos migratorios, desde hace
años, muestran algo importante. No es lo único, pero hace ganar y perder votos.
Algo que preocupa a los políticos.
¿Qué es tan importante? Las emociones, los sentimientos. Diez
discursos coherentes, con datos fiables y bien razonados pueden menos que la
imagen de una madre migrante, llorando con su pequeño en brazos. Aunque no hable.
Basta que nos mire. Te sentirás culpable.
Deberían diferenciarse dos cuestiones. Primero, la
obligación jurídica- y moral, diría yo- de atender a los náufragos. No hay nada
que hablar. Se les salva y se les atiende. Segundo, lo que habría que hacer a
partir de este momento. Creo que la primera parte no es discutible.
El verdadero problema está después. ¿Por qué? Porque es un importante
y complejo problema, y por otra razón. La educación suele enfatizar las
emociones y los sentimientos. Más que la argumentación racional. De ahí que las
‘puestas en escena’ tengan tanto éxito. Porque llegan ‘al corazón’.
Un ejemplo entre miles lo tenemos con el caso de Juana
Rivas y el hijo que no quiso entregar al marido, aún mediando orden judicial.
Este caso es un síntoma de que las emociones y los sentimientos son lo que más
cuenta. Es decir, no importa lo que diga
la legalidad democrática. Importa si me siento agraviado.
Lo que me parece más relevante es que multitudes
enardecidas- con el apoyo de televisiones enfocando las caras más desencajadas,
clamando ‘justicia’- apoyaban a una ‘pobre madre llorosa’ que estaba
desobedeciendo órdenes judiciales. En el
salvaje Oeste, se ahorcaba a los presuntos ladrones de caballos. ‘Justicia
popular’. Sin embargo, en las sociedades democráticas, las cosas deben hacerse de
otra manera.
A las personas indignadas se les podría hacer la siguiente
pregunta. Supongamos que usted tiene un pleito con otra persona, y recibe el
respaldo jurídico del juez competente. Sin embargo, multitudes soliviantadas se
manifiestan a favor del que no ha recibido el apoyo jurídico del juez. ¿Qué
haría usted? ¿Seguiría haciendo caso a las multitudes vociferantes? Ahora no
estoy planteando la cuestión en términos de racionalidad jurídica. La pregunta
se dirige a los habituales sentimientos egoístas de los seres humanos.
En fin, ¿apoya usted
las sentencias judiciales, o la justicia callejera? Respuesta: lo que yo
decida. Si el juez me da la razón, acepto la sentencia. Si no me da la razón,
organizo la de Dios es Cristo en las calles. ¿Qué pasaría si todos hiciéramos
lo mismo? La respuesta es fácil. El salvaje Oeste americano.
¿Querría usted vivir así? Después de beber dos infusiones
de tila y ya más calmados, la respuesta de la mayoría está clara. Quisieran
vivir en una sociedad democrática, con garantías judiciales. Salvo una minoría
de salvajes, que existen en todas las sociedades. Entonces, si la gran
mayoría- estoy convencido- quisiera
seguir en un sistema democrático y con garantías judiciales, ¿a qué viene este
desenfrenado griterío enfrente de los juzgados, como si la ‘justicia callejera’
fuese la auténtica y verdadera?
Mi opinión es que el sistema educativo y muchos medios de
comunicación facilitan- no determinan- estos comportamientos viscerales, en los
que la racionalidad está ausente. ¡Qué ancho me he quedado gritando como un
energúmeno, o energúmena! Por cierto, ¿qué enseñarán estos enfurecidos gritones
a sus hijos?
Otro caso. Esta vez el ‘buenismo’ de un político. El más
incompetente y dañino desde 1978. Claro que Pedro Sánchez lleva poco tiempo.
Aparte de otras barbaridades, - como la imperdonable grosería progre de no
levantarse al paso de la bandera de un país, en este caso la malvada USA- me centraré en la sanidad. Zapatero, como
buen demagogo ‘buenista’, decidió que la derecha cavernícola no había gastado
lo suficiente en la sanidad pública, ya que el objetivo de progreso verdadero
es la sanidad universal y gratuita. Algo que ya no tienen ni en Suecia.
Mauricio Rojas lo explicó en su artículo, ‘Suecia y el capitalismo del
bienestar’.
Resumiendo, Zapatero gastó generosamente el dinero ajeno y,
ahora, los sufridos ciudadanos tenemos que pagar la factura. Unos 16.000
millones de euros. Añadidos, por supuesto, a las crueles collejas tributarias
de Montoro/Rajoy y las peores que se avecinan con las anunciadas subidas de
impuestos del gobierno de progreso de Sánchez. Con las hipotecas que tendrá que
pagar- o sea, nosotros- a los que le han votado. Es decir, los enemigos de
España: separatistas, antisistema y herederos de ETA.
La consecuencia de lo dicho, y mucho más que se podría
decir, es la sentimentalización de la vida pública, en general. No hablo de la
vida privada. Cada uno que se las apañe como pueda.
De esta sentimentalización se aprovechan los políticos sin
escrúpulos, demagogos y medios de difusión, especialmente de progreso. ¿Y qué
hacen para aprovecharse de esta sentimentalización? Tocar la fibra sensible
para conseguir las reacciones deseadas. Por ejemplo, hay que repetir, mañana,
tarde y noche, que la derechona cavernícola ha desmantelado la sanidad pública.
O el tema que convenga. Para eso están
los medios de difusión ‘progresistas’. ¡Llega Pedro Sánchez! Volveremos a la
sanidad universal y gratuita, incluidos inmigrantes ilegales. Y nos endeudaremos
más. ¿Por qué no eliminar las fronteras?
¿Es que la gente es tonta? No, pero priorizar las emociones
y sentimientos sobre la argumentación racional, facilita la manipulación de los
medios de comunicación, el buenismo irresponsable y la autocomplacencia. ¡Qué
bueno soy!
O aceptamos- con las
críticas razonadas que se quiera- las sentencias de la justicia democrática,
con sus apelaciones y recursos, o preferimos la excitante intimidación de masas
indignadas y vociferantes.
PD. No estamos vacunados contra la barbarie. El creciente
protagonismo de multitudes enfurecidas y amenazantes- apoyadas por ciertas
televisiones-, no es democracia. Es peligroso populismo.
Sebastián
Urbina.
(Publicado en El Mundo/Baleares/6/7/2018.)
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