(La basura moral del nacionalismo identitario apesta. Pero 'ellos'- buena parte de 'ellos'- ni siquiera notan la peste. Ya están enfermos. Huelen aromas de la casa. De 'lo nostro'.
Han sido décadas de alimentar a la bestia, con la inestimable colaboración de PP/PSOE.)
SI ESTO ES UN HOMBRE.
Ondean las banderas. Blancas, verdes
y rojas. Aplausos, bengalas, vítores y aplausos, niños y mayores… el
asesino ha vuelto a casa. No es el primero, no será el último. Sus
rostros tapizan los pueblos en los que, si eres de fuera, darás un rodeo
para no rozarte con lo que se te antoja repugnante. Y si eres de allí,
será difícil que te atrevas a mostrar el asco profundo que sientes, si
lo sientes, si no te has anestesiado ya ante la ignominia repetida una y
otra vez o si has tirado la toalla y la podredumbre se te ha hecho tan familiar que ni la notas.
Una sociedad enferma. No se me ocurre otro
apelativo. Como la Francia nunca bien reconciliada con el
colaboracionismo, con las muertes en el Vélo d’Hiver y las
deportaciones. O los países en los que el antisemitismo secular
convirtió en indiferencia el goteo de ausencias inexplicadas de los
vecinos, los guetos en sus ciudades, los campos de la muerte instalados
en sus tierras ¿Ese sentimiento antisemita tantas veces trivializado les hizo a todos culpables?
No, pero muchos dejaron que el horror ocurriera sin querer saber, ni
hacer nada para evitarlo. Y es cierto que algunos murieron por actuar
correctamente, y que entre ellos los hay Justos entre las Naciones, pero
¿basta para redimir a toda una nación?
No importa si es por miedo o por indiferencia, la salud de los pueblos se mide por su capacidad para no mirar para otro lado
cuando se produce una injusticia, cuando alguien de la comunidad es
maltratado, cuando se le deja solo. Su fortaleza depende de que nunca,
nunca considere que hay muertes o vejaciones que tienen justificación,
ni que haya quien las merezca. En una sociedad sana está clara la línea
entre las víctimas y los verdugos, no hay medias tintas, ni absoluciones
de confesionario, ni ambigüedades medidas, ni aprovechamiento del dolor
ajeno. Una sociedad fuerte es capaz de sentir vergüenza.
Habla el portavoz de PNV, Aitor Esteban, del “daño
ético que causó ETA” y parece un eufemismo o una burla cruel si hablamos
de los 862 muertos, de los heridos, de sus familias. Sin embargo creo
que, a pesar de lo que pueda parecer, Esteban acierta en el término,
pero no tanto al referirse a las víctimas –esas son exactamente lo que
parecen, víctimas– sino a la quiebra irreparable que se ha producido en la moral
de la sociedad vasca, en la inversión de valores, en la indignidad que
representó la muerte sin reproches antes y el recibimiento festivo de
los verdugos ahora.
En una sociedad enferma el “nosotros” y el “ellos”
se convierten en categorías separadas por un muro infranqueable de
prejuicio, y la indiferencia no es más que la excusa con la que encubrir
el desprecio al otro. Por eso no duele, ni abochorna el sufrimiento si
forma parte del “ellos” quien lo padece, porque es inferior, porque no es humano, porque “si esto es un hombre” quizás sea tremendamente difícil asumir la culpa.
Ya pagó su deuda –dice uno– “ocho mil días encerrado
en un agujero, sufriendo aislamiento, dispersión y destierro” (como si
ser de ETA le convirtiese en alguien mejor que un preso común). Se
refiere al carcelero de Ortega Lara. Ugarte se llama el bicho. José
Javier Zabaleta el otro, el que recibieron en Hernani, con la misma criminal alharaca. La misma que a todos los demás.
Hasta 60 denuncias por homenajes a ETA sólo en 2018,
archivadas todas porque se requiere un atestado de la Ertzaintza que
diga que eso está mal, que ha visto enaltecimiento al terrorismo donde
el resto del pueblo –el que sale a la calle– sólo ve la alegría por la vuelta a casa de su vecino más ilustre. Y la policía autonómica vasca –¿qué quieren?– sólo advierte inocente alborozo.
Porque Ortega Lara no es un hombre, ni la larga lista de las víctimas de ETA tampoco, y así, a base de anestesiar la conciencia
se llega al presente estado de gangrena moral, en el que la línea entre
el Bien y el Mal o no existe o es simplemente una serpiente que trepa
por un hacha.
(Mi recuerdo a Diego Salvá y a Carlos Sáenz de Tejada. Cuando escribo esto se cumplen diez años de su asesinato en Mallorca. Aún no se conocen los culpables).
(Gary Durán/El español/1/8/2019.)
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