jueves, 26 de agosto de 2021

BAJO EL MURO ROJO Y CIEGO

 

Bajo el muro rojo y ciego

Por Gabriel Le Senne

- «¿Puede usted contar esto?»

- «Puedo.»

Es la pregunta que le dirigió a la poeta Anna Ajmátova otra madre desesperada, “bajo el muro rojo y ciego” de la cárcel donde hacían cola para entregar algún paquete para sus parientes presos. Es también la frase que Eduardo Jordá toma como leitmotiv en su admirable biografía de la rusa, escrita con gran pericia en primera persona, a modo de monólogo de la protagonista. Un buen amigo tuvo el acierto no sólo de recomendármela, sino hasta de prestarme el libro unos días. Tiempo más que suficiente, pues se lee de corrido: apenas 150 páginas de muy fácil lectura.

Meditaba escribir algo al respecto, y la conveniencia de hacerlo se me confirma apenas me asomo a los medios: el Ayuntamiento de Valencia cuelga de su balcón una pancarta en defensa de Stalin justo el día que se conmemoraba el “Día Europeo de las Víctimas del Estalinismo y Nazismo”; mientras, el asesino etarra Agustín Almaraz, trasladado al País Vasco por el Gobierno como parte de su acuerdo con los separatistas, sale de prisión y recibe su correspondiente homenaje, para el que ni corto ni perezoso se viste con una camiseta roja con las siglas CCCP bien grandes, o sea, URSS, con la hoz y el martillo.

Tampoco es que necesitara realmente confirmarlo en los medios, porque estamos cansados de saberlo: tenemos al menos cuatro ministros comunistas; la mayoría de los partidos separatistas son comunistas; los ultras que violentan los actos de partidos de centro o derecha suelen ser comunistas; y hasta el PSOE, socialista revolucionario durante un siglo, se apartó del marxismo sólo con grandes esfuerzos en tiempos de Felipe González, pero desde entonces su militancia se ha inclinado siempre que ha podido por la opción más radical: Zapatero en lugar de Bono o Rosa Díez, Sánchez frente a Susana Díaz. Por todo ello —y aún podríamos añadir episodios como las reticencias a calificar de dictadura ¡al régimen cubano!—, tenemos evidencia probatoria más que suficiente para afirmar que (¡aún!) existe una simpatía por el socialismo ampliamente extendida. Y lo que queda, porque hoy por hoy la caída del Muro parece una victoria efímera, y el socialismo retorna furioso en todo el mundo.

Esta simpatía por el socialismo resulta incomprensible si no es como resultado de una propaganda ambiental que oculta las realidades históricas y económicas de los países que lo han experimentado (¡incluso España, o parte de ella, durante unos años!). Por ello es muy interesante esta breve biografía de Anna Ajmátova, porque aporta la experiencia personal de una artista alejada de la política; de una mujer que se resiste a abandonar su tierra y su lengua, y que paga un precio terrible por ello.

El libro nos recuerda hechos cuidadosamente ocultados por la propaganda, como que la revolución de octubre no es contra el Zar, sino contra la incipiente democracia liberal rusa. Nos presenta también una panorámica de las sucesivas etapas del régimen: unas soportables, “vegetarianas”, pero otras “carnívoras”, ¡especialmente con Stalin!, cuando las detenciones y ejecuciones arbitrarias generan una atmósfera de terror absoluto y la mitad de la población se convierten en soplones y delatores para intentar sobrevivir.

Relata también el control absoluto que se implanta en la actividad literaria y cultural, censurando y prohibiendo publicar a los desafectos, hasta el punto de que Ajmátova no se atreve ni a poner por escrito sus poemas, que tiene que aprender y transmitir de memoria. Por no mencionar, por supuesto, la miseria en que vive la protagonista.

¿Cómo pudimos llegar a esto? ¿Por qué no luchamos más, por qué no nos rebelamos? —se pregunta la autora. Y la respuesta que se ofrece es que aquélla fue la primera dictadura que se imponía en nombre del bien. La poeta denuncia también la manipulación del lenguaje: el cambio del significado de las palabras, o la creación de otras nuevas. Como poeta que es, le otorga la importancia que tiene: cambiando el lenguaje, cambian a las personas. Suena familiar. Por poner un ejemplo, llaman “métodos simplificados de interrogatorio” a la tortura con que los chequistas arrancan ‘confesiones’.

Es decir, que la mentira resulta fundamental en la imposición del socialismo. Junto a esta explicación, añadiríamos otras implícitas en la obra: el miedo, la avaricia. O sea, unos se creen la propaganda; otros simplemente buscan el beneficio inmediato, las ventajas de obedecer, o temen las consecuencias de oponerse. Y así es como, paso a paso, puede acabarse en un régimen totalitario, ya sea socialista ruso, sin economía de mercado, o socialista alemán, con mercado fuertemente intervenido a través de grandes empresas en connivencia con el poder.

 

(MallorcaDiario/26/8/2021.)



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