lunes, 31 de enero de 2022

GOD SAVE THE QUEEN

God save the Queen

Por Álvaro Delgado

Los hijos del Reino Unido son gente muy suya. Orgullosos, independientes y apegados a sus tradiciones, protagonizan a veces reacciones desconcertantes, como fue la del Brexit, asunto complejo que revela también errores de una Unión Europea que nació para evitar nacionalismos violentos y está generando burocracia infinita y pérdidas de identidad. Pero, en ocasiones, cuando el brillo de Occidente se eclipsa bajo el populismo y el protagonismo creciente de potencias autoritarias, aparece en las islas un rayo de luz que sirve de bálsamo a los amantes de la libertad.

En mayo de 1940, un ex Ministro conservador británico, Leo Amery, se dirigía así a su jefe de filas, el Primer Ministro Neville Chamberlain, en el Parlamento de Westminster: “Se ha sentado demasiado tiempo aquí para las pocas cosas buenas que ha hecho. En el nombre de Dios, váyase”. En enero de 2022, otro ex Ministro conservador británico, David Davis, ha repetido irónicamente la misma frase, en el mismo Parlamento, frente al líder actual de su partido, el peculiar Prime Minister Boris Johnson. El discurso del primero hizo caer a Chamberlain y ser sustituido por Churchill, con los acontecimientos posteriores que ya conocemos. Del discurso del segundo ignoramos sus posibles consecuencias.

Boris Johnson es un producto típico de los tiempos que corren. Un cruce de neoconservador antieuropeísta con hooligan resacoso del Leeds United, peinado como quienes destrozan garitos en Benidorm tras soplarse quince pintas subidos sobre un bafle. Un tory populista del siglo XXI con aires de protagonista gamberro de The Full Monty. Y esa explosiva mezcla genética y cultural le hace actuar en consecuencia. Por ejemplo, montando fiestas alcohólicas en el 10 de Downing Street mientras sus compatriotas estaban confinados por la pandemia. Delicado tema que ya investiga incluso Scotland Yard.

Pero el Reino Unido guarda siempre oculto, bajo su dilatada historia, sus joyas reales, sus pliegues de armiño y sus vetustas tradiciones, algún elegante atisbo de dignidad. Cuando peor pinta (no va con segundas) adquieren los acontecimientos, el altivo y orgulloso carácter British suele poner las cosas en su sitio. Y eso está sucediendo tras las últimas patochadas de su desenfadado Premier. Porque bastantes miembros del partido conservador se han rebelado contra el escándalo del “partygate”, y han pedido a su jefe de filas que dimita, marchándose incluso uno de ellos a las filas de la oposición laborista. Cosa que en España resultaría absolutamente impensable. Aquí parecería de otro planeta que un grupo de diputados socialistas pidiera a Pedro Sánchez que dimitiera por mentir en el Parlamento, usar el Falcon para viajes particulares, o por su pésima gestión de la pandemia. O a Francina Armengol por hacer lo mismo que Johnson en las oscuridades del Hat Bar.

Pero conviene aclarar dos cosas. La primera, que en el Reino Unido los parlamentarios lo son de verdad, y no seres semovientes que acatan sin rechistar lo que les dicta la disciplina de su partido, bajo amenaza de expulsiones o sanciones disciplinarias. La segunda, que el partido conservador británico -infinítamente más que el laborista- tiene una acreditada tradición de cepillarse a sus propios líderes si meten suficientemente la pata. Antes que Johnson sabemos que Chamberlain, Thatcher, Cameron y May integraron el nutrido pabellón de líderes tory caídos ante el furor de sus propias huestes.

Un Parlamento como el británico, con ese speaker reclamando “order” a voz en grito, en el que no hay asientos para todos los diputados ni atriles para el orador (el que habla apoya sus papeles en una vieja caja de madera repujada sobre una mesa central), transmite al mundo una filosofía política muy especial. Hoy bastaría con que 54 parlamentarios conservadores enviaran cartas de censura al llamado “Comité Parlamentario 1922”, cosa que funciona en absoluto secreto, para que se active el mismo mecanismo de moción de censura que Theresa May superó en 2018, dimitiendo meses después. Pero, a diferencia de lo sucedido en España hace tres años con Mariano Rajoy, allí esa remoción del Primer Ministro no se está promoviendo por la oposición, sino por los propios diputados conservadores descontentos con la labor de su líder.

Con independencia del resultado de este procedimiento, del que está trascendiendo al exterior solo la parte no afectada por el sigilo de las cartas de censura (hay rumores de que podría haberse superado el límite de las 54 necesarias), el Parlamento y el país están transmitiendo una imagen clara de ejemplaridad democrática. Allí no tienen borregos balando la partitura que les recita a todos un líder despótico y caprichoso. La dignidad personal de todo parlamentario y, en especial, su estrecha vinculación con la circunscripción que le ha elegido, hacen que se sientan libres para actuar en conciencia sin quedar siempre sujetos a la disciplina de su partido.

Buena parte de los conservadores hoy sublevados contra Boris Johnson fueron elegidos en el llamado “muro rojo”, una zona industrial del norte de Inglaterra con predominio histórico del laborismo, donde los electores se muestran por costumbre menos fieles al partido tory y más críticos con sus representantes electos. La conciencia de tales parlamentarios de estar representando a una especie de “sector crítico” les ha hecho movilizarse en el sentido de reclamar la dimisión de su propio líder. Esa vinculación afectiva con los sentimientos de su circunscripción electoral, unida a un profundo compromiso personal de rendición de cuentas ante sus votantes, marcan también una abismal diferencia entre los parlamentarios británicos y lo que sucede habitualmente en España. Donde, ante cualquier conflicto de intereses entre los electores y el jefe de su partido, ya sabemos de antemano cómo nuestros diputados van a actuar.

Con independencia de lo que ocurra con Johnson, el ejemplo de parte de su grupo parlamentario nos congratula con la democracia liberal. Seguirán siendo especiales pero, ante gestos así, y recordando a la Reina Isabel II sentada sola en un banco en el funeral de su esposo -cumpliendo estrictamente las reglas del coronavirus- sólo cabe levantarse y proclamar, pinta en mano y en voz bien alta, “God save the Queen”.

 

(MallorcaDiario/31/1/2022.)

 

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