(Si es usted un hombre y va a la policía y le dice que su pareja femenina le pega, se reirán de usted. Luego le dirán si tiene pruebas. Y luego le dirán que no moleste y que se vaya a casa.
Pero si una mujer le dice a la policía que su pareja masculina le pega, le detendrán inmediatamente y le meterán en el trullo. No es necesario ninguna prueba. Basta la palabra de la mujer.
Tal vez no lo sepa. PP y PSOE pactaron que el hombre, en las cuestiones de violencia de género, no tenga presunción de inocencia. Las mujeres sí. Por cierto, los terroristas también.).
PEGAR A UN HOMBRE ES DIVERTIDO.
La asociación británica ManKind Initiative, de apoyo a hombres víctimas de la violencia doméstica, ha lanzado una impactante campaña para demostrar que la violencia es violencia, la ejerza quien la ejerza.
El vídeo, que está arrasando en internet, muestra a una pareja de actores paseando por el centro de Londres. En la primera escena, la pareja empieza a discutir y el hombre exhibe una actitud violencia con la joven, a quien acosa y acorrala. Los viandantes primero miran y luego intervienen para zanjar la discusión. Hay quien incluso amenaza con llamar a la Policía y separa físicamente a los supuestos novios.
La segunda escena tiene el mismo escenario, pero es el hombre el que es acosado y vejado por la mujer, que le golpea en varias ocasiones, le grita y le insulta. Esta vez, nadie actúa para separarlos e incluso hay quien se ríe ante la escena.
(ld)
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ESPAÑA Y VIOLENCIA DE GÉNERO.
(En vez de ser políticamente correcto y repetir las
verdades oficiales, trate de enterarse de lo que sucede. Lea 'La dictadura de
género', de Francisco Serrano.
Claro
que podría dejar de ser 'progre'.)
Las
españolas creen lo contrario
España,
de los países con menos violencia contra las mujeres
C. BELLSOLÀ / Una
encuesta europea sitúa a España a la cola en casos de violencia física o sexual,
pero al frente en cuanto a percepción de esta violencia.
España, líder
también en campañas de prevención.
(Crónica Global)
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OTRO
ENFOQUE
Violencia contra mujeres, inmigración y otras cosas
Los datos del
Poder Judicial sobre el periodo 2010-2013 son concluyentes: los extranjeros son
entre el 11 y el 13% de la población, pero protagonizan entre el 35 y el 40% de
los crímenes que llegan a los tribunales.
Un informe de la Agencia de Derechos Fundamentales de
la Unión Europea subraya la gravedad de los fenómenos de violencia contra las
mujeres. Para sorpresa de muchos, los datos más alarmantes son los que
conciernen a los países nórdicos, donde se suponía –tal era el tópico- que
la mujer gozaba de una posición envidiable. Por el contrario, países como
España o Italia salen mucho mejor parados.
La violencia contra las mujeres es un fenómeno muy complejo que conviene examinar en todos sus aspectos. Es fácil, pero simplista, hablar de una “violencia contra la mujer” que en realidad viene a ser un trasunto posmoderno de la lucha de clases. La realidad es que no hay una Mujer universal y abstracta, como no hay un Varón universal y abstracto, sino varones y mujeres concretos y singulares en situaciones concretas y singulares.
El fenómeno siempre es condenable y alarmante, pero el mejor modo de no resolverlo nunca es enfocarlo de manera equivocada o sobre la base de prejuicios de carácter ideológico. A bote pronto, de este informe de la UE se deducen varios aspectos que los comentaristas al uso han omitido porque son políticamente incorrectos, pero que es imprescindible señalar para hacerse una idea cabal del problema.
Primer aspecto: llama la atención que los países con menores índices de violencia sean aquellos donde la institución familiar tradicional permanece más arraigada, que son los países mediterráneos. Medio siglo de adoctrinamiento ideológico nos había llevado al prejuicio de que la familia tradicional era un sórdido nido de explotación para la mujer en manos del despiadado macho patriarcal. Los datos parecen indicar lo contrario. Esto no quiere decir que la familia tradicional sea en todos los casos un refugio seguro, pero sí es posible deducir que la destrucción de la familia no ha mejorado la condición de las mujeres, sino más bien al revés.
Segundo aspecto que es importante señalar: sorprende que los índice más altos de violencia contra las mujeres se den en sociedades donde desde hace muchos años se educa a los jóvenes en la igualdad entre los sexos. El dato debería hacer reflexionar a los poderes públicos. Educar en la igualdad –dogma contemporáneo- no implica necesariamente educar en el respeto. Mujeres y varones son igualmente dignos (¡faltaría más!), pero no son lo mismo. Obtener una sociedad donde se respete al prójimo es mucho más importante que formar a la gente en el dogma igualitario. Y en nuestras sociedades, por lo que se va viendo, muchas veces el dogma igualitario conduce a que se pierda el respeto al prójimo.
Hay un tercer elemento que no aparece en el informe, pero eso es justamente lo llamativo: la incidencia del fenómeno de la inmigración en los datos generales. Entre los países que la UE consigna como más problemáticos los hay con mucha inmigración (Dinamarca) y con muy poca (Letonia), pero al mismo tiempo sabemos que con frecuencia las cifras de violencia doméstica (o “violencia de compañero íntimo”, como se dice con mayor propiedad) presentan una altísima proporción de ciudadanos extranjeros.
Lo sabemos porque todas las estadísticas sociales así lo señalan, por más que la prensa, en general, omita esta realidad. En España, por ejemplo, donde la población masculina extranjera era del 13% en 2010, los asesinos extranjeros de mujeres en aquel mismo año fueron el 41% del total de condenados. Del mismo modo, la población extranjera femenina era del 12%, pero la proporción de extranjeras víctimas de violencia fue del 38%.
Estas cifras de 2010 se repiten con muy pocas variantes en los años sucesivos. La conclusión es obvia: la violencia contra las mujeres incide con mayor crudeza en las comunidades inmigrantes. Por países de origen, la mayor proporción se da entre ciudadanos de origen iberoamericano y de la zona magrebí. Esto no hace menos grave el problema, pero, si queremos ser rigurosos, obliga a matizar el análisis.
Estos datos de incidencia en las comunidades inmigrantes no son ningún secreto: figuran en los informes trimestrales y anuales del Observatorio contra la violencia doméstica y de género del Consejo General del Poder Judicial, y cualquier ciudadano puede consultarlos porque están en la web del CGPJ.
Pero hay demasiado periodista que informa según sus prejuicios y demasiado demagogo que deforma la realidad en provecho de objetivos rara vez confesables. Lo peor es que, ocultando esa realidad –es decir, mintiendo con toda la boca-, no hacen sino agravar el problema que denuncian. Y de paso crean una injusticia nueva, a saber: la de poner bajo sospecha a todo varón por el hecho de serlo.
Lo dicho: el mejor modo de no resolver nunca un problema es enfocarlo de manera equivocado. Y en este asunto de la violencia contra las mujeres, que ciertamente es un problema, parece que hay demasiados intereses torticeros.
(José Javier Esparza/La Gaceta)
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La violencia contra las mujeres es un fenómeno muy complejo que conviene examinar en todos sus aspectos. Es fácil, pero simplista, hablar de una “violencia contra la mujer” que en realidad viene a ser un trasunto posmoderno de la lucha de clases. La realidad es que no hay una Mujer universal y abstracta, como no hay un Varón universal y abstracto, sino varones y mujeres concretos y singulares en situaciones concretas y singulares.
El fenómeno siempre es condenable y alarmante, pero el mejor modo de no resolverlo nunca es enfocarlo de manera equivocada o sobre la base de prejuicios de carácter ideológico. A bote pronto, de este informe de la UE se deducen varios aspectos que los comentaristas al uso han omitido porque son políticamente incorrectos, pero que es imprescindible señalar para hacerse una idea cabal del problema.
Primer aspecto: llama la atención que los países con menores índices de violencia sean aquellos donde la institución familiar tradicional permanece más arraigada, que son los países mediterráneos. Medio siglo de adoctrinamiento ideológico nos había llevado al prejuicio de que la familia tradicional era un sórdido nido de explotación para la mujer en manos del despiadado macho patriarcal. Los datos parecen indicar lo contrario. Esto no quiere decir que la familia tradicional sea en todos los casos un refugio seguro, pero sí es posible deducir que la destrucción de la familia no ha mejorado la condición de las mujeres, sino más bien al revés.
Segundo aspecto que es importante señalar: sorprende que los índice más altos de violencia contra las mujeres se den en sociedades donde desde hace muchos años se educa a los jóvenes en la igualdad entre los sexos. El dato debería hacer reflexionar a los poderes públicos. Educar en la igualdad –dogma contemporáneo- no implica necesariamente educar en el respeto. Mujeres y varones son igualmente dignos (¡faltaría más!), pero no son lo mismo. Obtener una sociedad donde se respete al prójimo es mucho más importante que formar a la gente en el dogma igualitario. Y en nuestras sociedades, por lo que se va viendo, muchas veces el dogma igualitario conduce a que se pierda el respeto al prójimo.
Hay un tercer elemento que no aparece en el informe, pero eso es justamente lo llamativo: la incidencia del fenómeno de la inmigración en los datos generales. Entre los países que la UE consigna como más problemáticos los hay con mucha inmigración (Dinamarca) y con muy poca (Letonia), pero al mismo tiempo sabemos que con frecuencia las cifras de violencia doméstica (o “violencia de compañero íntimo”, como se dice con mayor propiedad) presentan una altísima proporción de ciudadanos extranjeros.
Lo sabemos porque todas las estadísticas sociales así lo señalan, por más que la prensa, en general, omita esta realidad. En España, por ejemplo, donde la población masculina extranjera era del 13% en 2010, los asesinos extranjeros de mujeres en aquel mismo año fueron el 41% del total de condenados. Del mismo modo, la población extranjera femenina era del 12%, pero la proporción de extranjeras víctimas de violencia fue del 38%.
Estas cifras de 2010 se repiten con muy pocas variantes en los años sucesivos. La conclusión es obvia: la violencia contra las mujeres incide con mayor crudeza en las comunidades inmigrantes. Por países de origen, la mayor proporción se da entre ciudadanos de origen iberoamericano y de la zona magrebí. Esto no hace menos grave el problema, pero, si queremos ser rigurosos, obliga a matizar el análisis.
Estos datos de incidencia en las comunidades inmigrantes no son ningún secreto: figuran en los informes trimestrales y anuales del Observatorio contra la violencia doméstica y de género del Consejo General del Poder Judicial, y cualquier ciudadano puede consultarlos porque están en la web del CGPJ.
Pero hay demasiado periodista que informa según sus prejuicios y demasiado demagogo que deforma la realidad en provecho de objetivos rara vez confesables. Lo peor es que, ocultando esa realidad –es decir, mintiendo con toda la boca-, no hacen sino agravar el problema que denuncian. Y de paso crean una injusticia nueva, a saber: la de poner bajo sospecha a todo varón por el hecho de serlo.
Lo dicho: el mejor modo de no resolver nunca un problema es enfocarlo de manera equivocado. Y en este asunto de la violencia contra las mujeres, que ciertamente es un problema, parece que hay demasiados intereses torticeros.
(José Javier Esparza/La Gaceta)
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Violencia
contra las mujeres 2014-03-06
Los progres no dejan que les estropeen la mala noticia
Una encuesta ha traído la mala noticia de que un
tercio de las mujeres europeas ha sufrido violencia física y sexual
desde los 15 años. Sin
embargo, dentro de lo malo, el sondeo europeo no dejaba a España entre los
peores, sino entre los países de la UE con menor violencia junto a Polonia,
Austria, Croacia y Eslovenia. Por si esto fuera poco para romper viejos
esquemas, los que encabezaban el ranking de agresiones son los muy igualitarios
países nórdicos, como Dinamarca, Finlandia y Suecia.
Así las cosas, no extrañará la recepción que ha dado el progresismo de género a la cata demoscópica. Fue un unánime lo que no puede ser, no puede ser y además es imposible.
Que España no sea el peor país en todo es hoy para muchos una noticia decepcionante. Pero que en la España inveteradamente machista haya menos agresiones a las mujeres que en sociedades más avanzadas en la igualdad, eso es algo que nuestros prejuiciosos ni pueden ni quieren creer de ningún modo.
De ahí la interpretación que ha cursado como verdad inobjetable, y con algún respaldo de los autores del estudio: a mayor igualdad y mayor conciencia sobre la violencia, las mujeres hablan más del asunto, mientras que tienden a callar a menor igualdad y conciencia.
Vale, muy bien, casi estoy por aceptarlo, pero ahora díganme dónde meten a Austria. ¿En el saco de los más avanzados o en el de los menos? ¿En el machismo detestable del sur o en el feminismo modélico del norte?
Bien mirado, es una suerte que estos lectores escorados de la encuesta no repararan en que las diferencias entre países no siguen realmente una línea Norte-Sur, a menos que Polonia se mudara al Mediterráneo, y que en cambio los cinco con menor violencia son todos de tradición católica. No digo que éste sea factor determinante, ni siquiera factor, pero ahí está el dato impertinente, y de haber caído en él, estoy segura de que nuestros prejuiciosos hubieran hecho un regate más para esquivar los inconvenientes resultados del sondeo. Siempre se puede cocinar y rebozar esa prueba insolente que cuestiona clichés muy queridos y manidos.
Así las cosas, no extrañará la recepción que ha dado el progresismo de género a la cata demoscópica. Fue un unánime lo que no puede ser, no puede ser y además es imposible.
Que España no sea el peor país en todo es hoy para muchos una noticia decepcionante. Pero que en la España inveteradamente machista haya menos agresiones a las mujeres que en sociedades más avanzadas en la igualdad, eso es algo que nuestros prejuiciosos ni pueden ni quieren creer de ningún modo.
De ahí la interpretación que ha cursado como verdad inobjetable, y con algún respaldo de los autores del estudio: a mayor igualdad y mayor conciencia sobre la violencia, las mujeres hablan más del asunto, mientras que tienden a callar a menor igualdad y conciencia.
Vale, muy bien, casi estoy por aceptarlo, pero ahora díganme dónde meten a Austria. ¿En el saco de los más avanzados o en el de los menos? ¿En el machismo detestable del sur o en el feminismo modélico del norte?
Bien mirado, es una suerte que estos lectores escorados de la encuesta no repararan en que las diferencias entre países no siguen realmente una línea Norte-Sur, a menos que Polonia se mudara al Mediterráneo, y que en cambio los cinco con menor violencia son todos de tradición católica. No digo que éste sea factor determinante, ni siquiera factor, pero ahí está el dato impertinente, y de haber caído en él, estoy segura de que nuestros prejuiciosos hubieran hecho un regate más para esquivar los inconvenientes resultados del sondeo. Siempre se puede cocinar y rebozar esa prueba insolente que cuestiona clichés muy queridos y manidos.
Mucho me
temo que este ha sido un caso de "No dejes que una encuesta te estropee la mala noticia".
La noticia que esperaban quienes vienen reduciendo las causas de la
violencia contra las mujeres al solo factor del tradicional machismo era que
España, y otros que tal bailan, fueran los campeones del maltrato. Como
no salió así, han de dudar del sondeo para salvar la idea. Igual que la han
salvado de la evidencia perturbadora de que hay más asesinatos de mujeres en
países nórdicos modélicamente igualitarios que en esta España tan poco
ejemplar.
En fin. Lo malo de las simplistas teorías que tienen al respecto los progresistas no es que las tengan, que allá cada cual. Lo malo es que fracasan estrepitosamente.
(Cristina Losada/ld)
En fin. Lo malo de las simplistas teorías que tienen al respecto los progresistas no es que las tengan, que allá cada cual. Lo malo es que fracasan estrepitosamente.
(Cristina Losada/ld)
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