EL INTERÉS GENERAL.
Como muchos otros españoles, voté el pasado
20-D y, en los meses siguientes, tragué las correspondientes dosis de tertulias
que comentaban lo sucedido y lo que- probablemente- nos esperaba. Aparte de
artículos en periódicos y revistas y las declaraciones de los políticos que,
supuestamente, nos representan. Pasaron los días y las semanas y los líderes de
los partidos discutían como si se tratara de familias enfrentadas a la espera
de repartirse un pastel, unos terrenos, o un tesoro escondido. Cada uno a lo suyo.
‘Yo a ese no le apoyo’. ‘Que se las arregle’. ‘Yo a lo mío’.
Como es de ver, primaba el interés general por
encima de cualquier otra consideración. Irritante situación que hemos tenido
que soportar gracias a la mediocridad de nuestros políticos. Esto no es
solamente un penoso espectáculo- del que no parecen avergonzarse- sino que
tiene algunos efectos perversos. Además de no conseguir un gobierno estable,
crean desánimo y desencanto en la población. ¿Esto es la democracia? Estoy
convencido de que la mayoría, como yo, creemos que la democracia es el mejor de
los sistemas políticos. Pero este penoso espectáculo- corrupciones aparte- crea
una peligrosa irritación y hartazgo en los ciudadanos.
Llegó el 26-J. Los políticos no pidieron
perdón a los españoles. ¿Por qué tendrían que pedir perdón? Porque fueron
incapaces de alcanzar un acuerdo que permitiera la gobernabilidad de España.
Votamos para eso, ¿no? ¿O votamos para satisfacer los intereses particulares de
algún partido concreto, o el ego enfermizo de algunos políticos? Ya hemos
vuelto a votar- el 26-J- y escucho parecidas exclusiones y vetos. Una
repetición similar a la del 20-D.
Quiero aclarar que no me gusta Rajoy. Creo
que, con la mayoría absoluta que ha disfrutado, ha demostrado su mediocridad
política. Actuó como si la gestión económica de la crisis fuese lo único
importante. Como si no hubiese un gravísimo proceso independentista catalán y,
encima, estos últimos días con supuestos pactos secretos-para la Mesa del
Congreso- con los mismos independentistas. Y un largo etcétera. Me ha parecido
un empresario que trata de salvar su nave en momentos de tormenta. Lo que es
propio de un buen empresario. Pero me pregunto si España es como Mercadona,
Campofrío o el BBVA.
No es ningún desprecio por estas empresas, u
otras. Trato de poner sobre la mesa lo siguiente. Si España es como una de
estas- u otras- empresas, Rajoy ha sido un Presidente aceptable, dado el
personal que tenemos. Porque Pedro Sánchez lo habría hecho peor. Eso creo. Ya ni
hablo de Pablo Iglesias.
El problema aparece si resulta que España no
es como una de las empresas citadas. En el caso de que no lo sea, y yo creo que
no lo es, nos vemos obligados a hablar de ‘interés general’. Aunque el buen
funcionamiento de una empresa privada repercute en el bienestar general de la
sociedad, por motivos que no creo necesario explicar, no trabaja para el
interés general. Una empresa trabaja para su propio interés. Es lo que debe
hacer. Y obtener beneficios. En otro caso, a corto o medio plazo tendrá que
cerrar. Y despedir a los trabajadores.
En cambio, España, la nación más antigua de
Europa, a pesar de tanto odiador identitario y fabulador de mentiras
históricas, tiene intereses generales, más o menos definidos que, por supuesto,
pueden cambiar con el tiempo. Como sucede con las demás naciones. ¿Acaso los
líderes de Francia, Alemania, USA, etcétera, no hablan nunca del interés
general de la nación que representan?
El artículo 155 de nuestra Constitución habla
del que ‘atentare gravemente contra el interés general de España…’ Y el
artículo 103.1, dice: ‘La Administración Pública sirve con objetividad los
intereses generales…’
Vamos a suponer que la Administración
Pública los sirve con objetividad. ¿Y qué sucede con los políticos? ¿No
tienen que servir al interés general? No, dirá alguien. Ellos formulan los
intereses generales a los que la Administración debe servir. Supongamos- para
no iniciar un debate- que es así. ¿Y qué intereses generales defienden nuestros
políticos cuando son incapaces de formar un gobierno estable, que es un
objetivo de interés general? ¿O no lo es?
Es cierto que Max Weber decía que los
partidos políticos eran empresas para repartir cargos, pero nuestra
Constitución, en el artículo 6, dice: ‘Los partidos políticos expresan el
pluralismo político, concurren a la formación y manifestación de la voluntad
popular…’
¿Y representa la voluntad popular este
lamentable postureo político incapaz de formar gobierno?
El interés general es sinónimo de interés
público, interés social, o bien común. Y este objetivo debería estar por encima
de los intereses partidistas, por muy legítimos que sean.
La política, entendida en el mejor sentido de
la palabra, exige diálogo sincero con los adversarios políticos. Aunque no con
los enemigos. Enemigos solamente son aquellos que quieren romper las reglas
democráticas sobre las que basamos, y hemos basado hasta ahora, nuestra
convivencia pacífica.
Para el resto de competidores políticos, es
exigible respeto, búsqueda sincera de acuerdos (que siempre deben ser posibles
entre partidos democráticos) y diálogo fundado en razones y hechos, no en
exclusivismos, partidismos sectarios, o condenas ideológicas basadas en una
falsa superioridad moral.
Es poco probable que el interés general de los
ciudadanos surja de la reflexión excluyente de un solo partido. No en vano,
nuestras democracias tienen como un rasgo estructural, el pluralismo. Es más
probable que un conveniente y deseable interés general surja de la honesta e
inteligente confrontación de ideas y proyectos entre los políticos, que deben
tener el objetivo común de mejorar la vida de los españoles. Pues venga, manos
a la obra. Basta de vanidades, vetos y sectarismos estériles que degradan
el buen funcionamiento de la democracia.
PD. Si un nuevo fracaso de los políticos-cada
uno con su respectiva cuota de responsabilidad- nos obligase a unas terceras
elecciones, deberían dimitir y marcharse a su casa. Al haber despreciado
irresponsablemente, y por tercera vez, el interés general. Otros lo llaman tener
sentido de Estado.
Sebastián Urbina.
(Publicado en ElMundo/Baleares/1/Agosto/2016.)
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