LAS MENTIRAS DE LA IZQUIERDA.
LAS MENTIRAS DE LA IZQUIERDA.
Besteiro señaló que el Frente Popular se basaba en “un Himalaya de
falsedades”. Gregorio Marañón fulminaba “esa constante mentira”, así
como “la estupidez y canallería” de los rojos. El propio Azaña describió
la política de los suyos como “incompetente, tabernaria, de amigachos,
de codicia y botín sin ninguna idea alta”. Podríamos extender largo
rato las citas, procedentes no ya de los nacionales, sino de la propia
izquierda y los “padres espirituales de la república”.
Pues bien, lo
asombroso es que aquella cantidad enorme de falsedades, cocinadas
especialmente por los comunistas, resucitó ya en los últimos años del
franquismo (Tuñón de Lara, Jackson, etc.), y desde entonces no ha
cesado. Cebrián se ha jactado de haber dado en su periódico “voz a los
vencidos” o algo así. Lo que olvida es que esa voz no ha cesado de
vomitar calumnias y embustes, enormes embustes, a partir del más
descarado y generador de ellos: la pretensión de que el Frente Popular
defendía la libertad y la democracia, lo que ya excusaba sus
innumerables y sádicos crímenes, incluso entre ellos mismos, y extendía
sobre los vencedores el peor estigma. Ya he explicado muchas veces la
falsedad, realmente estúpida por lo contraria a la evidencia ,de tal
aserto, y no lo repetiré ahora.
La insistencia en
tales invenciones o tergiversaciones en la transición obligó a algunos
historiadores como los hermanos Salas Larrazábal, Martínez Bande,
Ricardo de la Cierva Luis Suárez y algunos otros a aclarar las cosas, o
muchas cosas, desde las cifras de muertos o de represaliados, hasta el
curso de la guerra y la estrategia seguida por ambos bandos, las ayudas
recibidas del exterior, etc.
Lo curioso del caso es que, por muy
demostrados que quedaron puntos básicos a partir de archivos,
declaraciones de los protagonistas, prensa y otras fuentes, los del
Himalaya continuaron impertérritos con sus historietas. Podrían haber
intentado un debate en serio, como sería lógico en personas con algún
nivel u honestidad intelectual, pero entendieron desde el primer
momento que eso era lo que menos les convenía. Con la mayor
desfachatez adoptaron una actitud extremadamente agresiva tratando de
“fascistas” o “fachas” o “retrógrados” a los que simplemente exponían
los hechos y desmentían sus patrañas. Y negándoles, siempre que les fue
posible, el derecho de réplica.
Esta es una “estrategia” que han
mantenido hasta ahora contra viento y marea, a pesar de mis reiteradas
incitaciones a debatir. Esos golfantes, pues no merecen otro
calificativo, saben muy bien por qué. El esperpento intelectual y
político pudo continuar gracias a que primero la UCD y luego el PP
renunciaron a cualquier defensa de la verdad, es más, se fueron uniendo a
los calumniadores e identificando antifranquismo con democracia.
No voy a hablar ahora de mis libros, en particular Los mitos de la guerra civil y Los mitos del franquismo, sino de otro reciente muy elogiado –no podía ser menos— en El País, sobre
la guerra civil, debido a la enjundiosa pluma del periodista Jorge
Martínez Reverte. De este autor me he ocupado en algunos artículos
fácilmente hallables en Internet: cumple con todos los lamentables rasgos
de este tipo de historiadores. Según él reconoce, la Iglesia “sufrió
un auténtico genocidio”, lo cual es cierto, como he insistido mucho; y
debe reconocerse que por su parte es un avance, aunque le falta decir
que es el único genocidio cometido en la guerra, a pesar de Preston y
compañía. Dice también Martínez que en las batallas murieron 95.000
soldados, dato insuficiente, quizá porque excluye muertos en acciones
militares no propiamente batallas, que aumentarían la cifra hasta unos
130.000 como han señalado los cuidadosos estudios de R. Salas
Larrazábal. Datos bien reveladores de que, contra las leyendas, se trató
de una contienda de intensidad bastante baja comparada con otras
guerras civiles y no civiles del siglo XX, como he expuesto en Los mitos del franquismo.
En
cuanto a la represión de retaguardia, la eleva a 50.000 asesinatos en
zona "republicana" y 94.669 fusilados "por los golpistas" durante la
guerra y la posguerra. Los “golpistas” fueron realmente los partidos del
bando mal llamado republicano, que se sublevaron contra la república en
1934 y la destruyeron en 1936 coaccionando las elecciones y hundiendo
al país en una orgía de asesinatos, incendios, huelgas salvajes y
despotismos. En cuanto a las cifras (ya la pretensión de llevar la
exactitud hasta las unidades revela escasa profesionalidad), fueron muy
semejantes en los dos bandos durante la guerra, a las que habría que
sumar unas 12.000 en la posguerra, generalmente chekistas y asesinos
abandonados por sus jefes y juzgados y fusilados por los vencedores.
También he expuesto muchas veces estos datos y no insistiré ahora: baste
resaltar nuevamente el desparpajo de este tipo de historiadores. De
todos modos, Martínez rebaja considerablemente las cifras dadas por
gentes como los de la “memoria histórica”, verdaderos negociantes de la
falsificación. El País da estas por reales y habla de que se
han abierto ya fosas con 133.708 cadáveres, o que murieron 50.000
personas por hambre o enfermedad entre los presos al terminar la guerra,
10.000 por bombardeos (achacables a los nacionales, claro) o que hubo
500.000 personas "arrojadas al exilio". Cifras que por sí solas indican
la clase de estafadores con que nos las estamos viendo. Estafa empezada
por los “informadores” de El País, que la refrendan.
Esta insistencia en las victimas, achacándolas a los vencedores, trata
de ocultar la cuestión principal en toda guerra: por qué se produjo.
Para entenderlo solo hay que ver lo evidente: el Frente Popular fue, de
hecho o de derecho, una alianza entre revolucionarios totalitarios de
izquierda y separatistas. Secundada por unos republicanos de izquierda
cuya penosa y patética posición explica bastante bien Azaña en sus Diarios.
Se trató, por tanto, de una guerra entre quienes pretendían disgregar
España, destruir la cultura cristiana, la propiedad privada, etc., y
quienes buscaban justamente lo contrario y que terminaron venciendo
después de haber comenzado en inferioridad material abrumadora. Si no se
parte de ahí, nada se entiende. Perdieron los partidarios de destruir
la Iglesia, desmembrar España y avanzar hacia una “democracia” a la
soviética, algo que sigue doliendo en el alma a los que se identifican
con ellos.
Martínez Reverte también se siente experto
militar y dictamina, por ejemplo, que la enconada lucha por Teruel
carecía de cualquier valor estratégico. Tenía tanto que determinó el
desvío de Franco de su proyectado ataque a Madrid y a cambio le permitió
dividir en dos el territorio rojo o del Frente Popular. En condiciones
digamos normales, aquella operación habría traído el fin de la guerra,
pero Negrín y los suyos continuaron la lucha con la esperanza de meter a
España en la contienda europea que ya se vislumbraba claramente, lo que
habría multiplicado las víctimas y destrozos. Siempre encontramos, por
desgracia esa "estupidez y canallería" que denunciaba Marañón, uno de
los padres espirituales de la república.
Hay un episodio que señalé en Los mitos de la Guerra Civil
y que casi todos pasan por alto, a pesar de que resulta extremadamente
revelador y explica por sí solo el nivel moral de los perdedores y el
propio sentido de la guerra. Pueden verlo en esta sesión de "Cita con la
Historia": https://www.youtube.com/watch?v=ZmaG2P_uP20.
En fin, por no alargarme ahora, dedicaré otro artículo a la joya de la
demagogia izquierdista, la imaginaria matanza de la plaza de toros de
Badajoz, por supuesto esgrimida por Martínez Reverte, y con la que la
propaganda izquierdista ha querido compensar el impacto de la muy real
matanza de Paracuellos.
(La Gaceta/Pio Moa.)
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