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martes, 25 de diciembre de 2018
SOLEDADES.
SOLEDADES.
DECÍA NIETZSCHE: La valía de un hombre se mide por la cantidad de soledad que es capaz de soportar'. Y eso ¿qué quiere decir?
Para empezar, no todas las soledades son iguales. Podemos pensar en una soledad 'atareada', como ansiaba el historiador y filósofo francés, Voltaire. Esta sería, en su opinión, la mejor vida posible. Pero también hay soledades digamos, defensivas. Gente que tiene miedo a relacionarse con los demás. Quieren un fuerte colchón protector. Aislamiento. Pero aislamiento ¿para qué?
Volvamos a Nietzsche. ¿Por qué da tanta importancia a la soledad como prueba de la valía humana? Creo que su profundo desprecio por el 'rebaño' tiene mucho que ver. Es decir, Nietzsche contrapone lo que llama la moral de los 'aristócratas' o moral de los 'amos', frente a lo que llama moral de los 'esclavos'. Según Nietzsche, los judíos hicieron creer que solamente los débiles, los miserables y los pobres eran los 'buenos'.
Estas ideas de Nietzsche fueron aprovechadas por los nazis para incorporarlo a su credo y hacerlo un nazi más. Aunque distinguido. Esta interpretación es discutible, pero no pretendo, en este artículo, tratar esta cuestión.
Me interesa rechazar la visión nietzscheana, que desprecia a los débiles y que, también, desprecia a la piedad como la más despreciable de todas las emociones. Y lo rechazo porque no estoy de acuerdo. Por el contrario, trato de vivir como si fuera cristiano. De modo que no comparto el desprecio de Nietzsche a la moral cristiana. Dicho esto, ¿hay algo aprovechable en estas ideas de Nietzsche? Creo que sí. La idea de que la soledad creativa (y atareada, siguiendo a Voltaire) es la mejor manera de desarrollar las propias potencialidades.
¿Significa esto que hay que aislarse de los demás? Por supuesto que no. Pero tampoco hay que vivir como si se fuera parte de un rebaño. Hoy en día es bastante corriente difuminarse en una tribu. El miedo a la soledad empuja a mucha gente a aceptar las exigencias de una tribu. Es decir, llego a casa y me abruma la fría soledad del piso en el que habito. Procedo a llamar a los amigos y, si hace falta, a los enemigos, para aliviar mi soledad. Pero esto no es lo mejor que puede hacerse.
La soledad creativa tiene, al menos, dos vertientes. Una inmanente y otra trascendente. Por ejemplo, Teresa de Ávila (siglo XVI).
«Vivo sin vivir en mí,
y tan alta vida espero,
que muero porque no muero».
Se trata de una soledad mística, soledad que descubre al Dios que la trasciende. Y al descubrirlo quiere vivir con Él. De tal modo, que vivir sin Él, es soledad empobrecida. Es un sinvivir. Frente a la soledad trascendente, que deja desamparado al ser humano, hasta que no logre vivir con Dios, la soledad inmanente es más común en las sociedades actuales.
La soledad inmanente no puede agarrarse a ninguna trascendencia. En este caso, el hombre está realmente solo. Y puede estarlo, no solamente en relación con un Dios en el que no cree, sino también en relación con los demás. Aunque esta soledad no tenga que tomarse, necesariamente, en sentido absoluto.
Lo que me parece más destacable -en sentido positivo- de las ideas de Nietzsche, es que la soledad de la que habla es creativa. Es decir, si dejamos a un lado el SuperHombre, que representaría una forma superior de vida, como síntesis de la moral del amo (tesis) y del esclavo (antítesis), nos queda la hercúlea tarea del hombre que no se conforma con ser una oveja del rebaño. Busca la excelencia. El máximo desarrollo de sus potencialidades.
Este tipo de soledad creativa no es incompatible con la soledad acompañada, entendida como relación entre personas que son capaces de comprenderse y no solamente interactuar de manera superficial, como es típico de muchas relaciones.
Pongamos un ejemplo. Los miembros de una tribu urbana interactúan siguiendo, habitualmente, las pautas, lugares comunes y roles establecidos. No se esperan sorpresas. Porque, precisamente, ser miembro del grupo supone aceptar, explícita e implícitamente, ciertas concepciones del mundo y de la vida. Y actitudes. Sería una sorpresa, tal vez desagradable, que alguien pusiera en cuestión los fundamentos- más o menos laxos- del grupo.
La relación entre personas que responden a lo que estoy llamando 'soledad creativa' no pretenden -con su interacción- confirmar algo preexistente. Aunque, por supuesto, tienen algunas certezas sobre las que amontonar sus dudas. Pero su vida es más bien una búsqueda. Como decía Don Quijote, «Prefiero el camino a la posada». Esta soledad creativa tiene, pues, un toque cervantino. No me conformo con lo que soy, ni con lo que tengo. En sentido intelectual y espiritual. No en el sentido de acumular riquezas.
Esta búsqueda, ante la insatisfacción de lo presente, de lo que hay, de lo que soy, también tiene algo que ver con el proyecto orteguiano. Precisamente porque la vida humana no está hecha -como la vida de un caracol- es por lo que tiene que hacerse, y hay que elegir. Este 'hacerse' queda incorporado a un proyecto vital. Pero este proyecto vital que da sentido a la propia vida, y le permite vivir una vida auténtica, tiene diferentes niveles de realización y de complejidad.
Pondré un ejemplo. Todos tenemos una concepción de la justicia. Desde el más ignorante de nosotros hasta John Rawls y su 'Teoría de la Justicia'. A pesar de que todos tenemos un sentido de la justicia y una concepción de lo justo, los niveles de complejidad y de justificación son variables. El padre que despide a su hijo, que se va a la mili -antes- y le dice: «Procura no hacer daño a los demás, pero no te fíes de nadie», está trasladando una concepción de la justicia. De bajo nivel. Con ausencia de sofisticadas justificaciones, pero es -aunque simple- una concepción de la justicia.
Algo parecido sucede con el proyecto vital. Pobre del que carezca por completo del mismo. Será como un canto rodado, que rodará según le empuje la corriente del río.
Sebastián Urbina es doctor en Filosofía del Derecho/ElMundo/25/12/2018
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