El género, explicado para todes
La semana pasada armaron revuelo dos cosas que se viralizaron. La primera, un libro de texto con perspectiva de género (dice Pérez-Reverte que de Geografía e Historia de la editorial Vicens Vives para 2º de ESO en Andalucía) en el que preguntaban a los alumnos que “quiénes eran los visigodos y las visigodas”, o que, en apenas tres párrafos, hablaba de “judíos y judías”, “cristianos y cristianas”, “conversos y conversas”, “musulmanes y musulmanas”. Luego, rizando el rizo, llegó el vídeo de Irene Montero en un discurso-spot en que se refirió a los “niños, niñas y niñes”, “hijos, hijas e hijes”, “todos, todas y todes”.
Quienes nos asomamos a las redes sociales sabemos de qué va esto, pero el gran público aún lo ignora. Nos reímos, pero en realidad no tiene ninguna gracia, porque esta nefasta ideología de género se va imponiendo y ya está en los libros de texto, en los comunicados del cole, y hasta en misa.
Este nuevo concepto, el género, suplanta al tradicional sexo, que nos divide en hombres y mujeres de acuerdo con la realidad y la ciencia. El género afirma que esa división binaria entre hombres y mujeres es una construcción social; vamos, que nos la hemos inventado. Uno no nace hombre o mujer, sino que se hace, y por tanto se puede cambiar de género: basta sentirse mujer para serlo.
Esto se complementa con la orientación sexual: uno puede ser homo, hetero, gustarle todo, nada, o un sinfín de variedades que se les han ocurrido, y así resultan infinidad de géneros y combinaciones. A mí uno de los que más me gustan es el género fluido: cambian dependiendo del momento. Hoy me levanto hombre, pero esta tarde hablo de flores y soy mujer. Otra que me gusta mucho es mujer trans lesbiana: un hombre que se siente mujer y le gustan las mujeres. Es decir, podría ser un hombre hetero normal y corriente, pero mola mucho más ser mujer trans lesbiana. Y si preguntan que por qué vistes como un hombre, pues no sé, seré mujer andrógina, no me irá a decir cómo debo vestir, ¡tránsfobo!
Como ven, parece de coña. Lo es. Pero cuando a estas coñas se les da rango de ley, se riegan de millones, se enseñan a los niños y se imponen coercitivamente, dejan de hacer gracia. Una derivada, ya clásica, de esta ideología es la violencia de género, por la que cualquier hombre puede ser expulsado de su casa con lo puesto, pasar un fin de semana en el calabozo y verse en serios aprietos, por la mera denuncia de su mujer. Herramienta ideal en manos de parejas despechadas y abogados sin escrúpulos para negociar fuerte en los procesos de divorcio.
Otra derivada es que les siembran dudas a los niños acerca de su género. Consecuencia: en algunos de los países más avanzados en este tema, se está viendo ya una explosión de los casos. El tratamiento, si el menor lo quiere, incluye hormonas del sexo contrario, y posteriormente extirpación de los genitales, etc. Ya hay demandas de menores que después se han arrepentido del desastre, irreversible.
Pues bien, ahora el Congreso acaba de aprobar el proyecto de ley que llaman de protección a la infancia, aunque es más bien lo contrario; ley iniciada por el PP y completada por la podemita Ione Belarra que, tapada por otras cosas que son las que cuentan las noticias, introduce la ideología de género en el ámbito familiar, destruyendo la libertad de los padres para educar a sus hijos conforme a sus convicciones morales. Ay de usted como le salga el hije trans, intente hacerle recapacitar, y le denuncie. Igual acaba en la trena por transfobia, y el niñe internado con el marido de la Oltra o el nunca investigado IMAS de Barmengol.
Esto se combina con la Ley Celaá contra la educación y con la campaña de Getafe, financiada por el Ministerio de Igualdad, con grandes eslóganes como “apaga tu tele, enciende tu clítoris” o “masturbarse mola”, cuya alcaldesa quiere que los niños tengan relaciones sexuales satisfactorias e igualitarias, y nos queda un hermoso panorama de niñes confundides follando como mones. Sin familias estables ni hijos y con el cerebro lavado, por supuesto. De eso se trata. Perdonen la grosería, pero quiero que se entienda. Están destrozando vidas. Están destruyendo el trabajo de miles de años de civilización ordenando los impulsos en pos del bien común.
¿Se entiende la gravedad del asunto? Transforma (corrompe) radicalmente la sociedad. Dominando el lenguaje se dominan las ideas, y dominando las ideas se dominan las conductas. Escribe Juan Manuel de Prada: “la forma más eficaz de dominación de las conciencias es la creación de una neolengua que niegue la realidad y cree una realidad nueva; pues, una vez creada, surge el miedo gregario a salirse de ella”. Con decir un par de frases, uno ya se situará en el consenso o fuera de él, según adopte el “niños y niñas” o no. Ya les digo que hasta los curas más piadosos dicen ya en misa “hermanos y hermanas”. ¡No querrá ser machista, padre! Quien ya puede decir misa es la RAE, que aunque insista en que esto es evidentemente incorrecto, ni caso.
Sólo un partido se opone a este movimiento totalitario, y no es precisamente el PP, al que define Ignacio Ruiz-Quintano con precisión como “el partido encargado de pastorear a la derecha social en las verdes praderas del Konsenso”.
(MallorcaDiario/22/4/2021.)
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