Armengol, rehabilitada
Mi más sincera enhorabuena a Francina Armengol. El Tribunal Supremo ha anulado cuatro decretos suyos que imponían el toque de queda nocturno, cierres de comercios, servicios, iglesias, y un largo etcétera de libertades cercenadas. Ilegalmente cercenadas, como ahora se pone de manifiesto. Justo a tiempo. No para usted ni para mí, no sea ridículo. Justo a tiempo para Francina, que desde ahora y en próximas campañas puede alegar, cuando alguien le reproche su sonada incursión a lo Boris Johnson en el Hat Bar, que no infringió norma alguna, puesto que una norma nula es como si nunca hubiera existido.
Algo se debía de oler Francina, y es natural, porque quién podía conocer mejor que ella esas normas que ella misma había pergeñado con tanto esmero. Probablemente sospechaba de su nulidad, y por eso, como es natural, se las pasó por el forro. Allá usted si decidió hacerles caso. Ya aprenderá. A estas alturas debería ir captando el juego.
Van ya dos estados de alarma inconstitucionales. Añadamos estos cuatro decretos y todos los equivalentes del resto de comunidades autónomas, más todo tipo de normas de desarrollo de organismos inferiores: colegios, hospitales, instalaciones deportivas... Empezamos a tener un cuerpo de normas legales/ilegales muy respetable.
Lo último es la convalidación por el Congreso de los Diputados (y Di-putadas) del decreto ley que impone la utilización de mascarillas en espacios abiertos. Ha quedado claro que no está respaldado por ningún informe científico. Hay un elevado consenso entre los expertos de que la medida es ineficaz y que no tiene ningún sentido salvo en caso de aglomeraciones. No me dirán que no huele a nulo.
Hasta podríamos extenderlo a los pasaportes: está claro como el agua que no evitan contagios. En esta ola estamos todos vacunados y todos contagiados. Tanto es así que hasta informes oficiales como el de Cantabria lo certifican, y por ello en todos lados van retirando este tipo de medidas por ineficaces e innecesarias. Es más, cada vez más países retiran todas las restricciones y dan por terminada la epidemia: Reino Unido, Irlanda, Finlandia, Dinamarca y cada día la lista crece. También empiezan a recaer sentencias amparando a progenitores que no quieren vacunar a sus hijos: los jueces empiezan a encontrar razonables las dudas y se inclinan por ser prudentes. Tenemos ya como mínimo resoluciones en este sentido en Telde, Icod de los Vinos y Palencia. Resoluciones serias, con informes periciales y donde se analizan las estadísticas oficiales disponibles.
Todo esto conforma un corpus jurídico muy novedoso, que da pie a un régimen que podríamos llamar estado de derecho-torcido, imperio de la ley ilegal, un ordenamiento antijurídico… Les animo a ejercitar su imaginación en busca de un término adecuado a este novedoso concepto que básicamente consiste en dictar normas antijurídicas pero que van surtiendo efecto, que total cuando los tribunales se pronuncien ya dará lo mismo. Algo parecido estamos viendo en el urbanismo, con cienes de millones de indemnizaciones, pero total, el que llegue detrás que arree, y así será mientras los gobernantes no respondan de sus decisiones.
Por otro lado, ignoro si las resoluciones judiciales habrán tenido en cuenta otra maravillosa novedad, esta vez en la técnica estadística, que podríamos denominar estadística mal contada, o contabilidad no aritmética, o lo que se les ocurra, consistente en dar unas cifras y a los dos años reconocer por lo bajini que el 40% de ellas era broma, que no eran ingresados ni muertos por covid, sino por cualquier otra causa pero positivos en un test covid.
Francina, en fin, enseguida se hizo cargo de estas portentosas innovaciones y por ello, con toda la razón del mundo, hizo caso omiso de sus normas. Si usted a estas alturas sigue cumpliéndolas, es que vive anclado en un pasado que no volverá, donde los gobernantes trataban de dictar normas conformes a Derecho. Eso era un sistema rígido y seguramente patriarcal, muy opresor. El Estado opresor era un macho violador. La nueva liquidez normativo-estadística flexible ofrece innumerables ventajas. Pero por supuesto requiere algo de sentido común para distinguir qué normas y cifras van en serio y cuáles no.
De lo contrario puede usted acabar haciendo estupideces como llevar mascarilla por una calle desierta, entrar en un restaurante llevándola por el pasillo hasta la mesa, para quitársela cuando esté usted bien rodeado de otras personas muy apretaditas, que podrán contagiarle con toda tranquilidad gracias a su flamante certificado de vacunación; o, quién sabe, hasta podría usted vacunar a su hijo con un producto obsoleto y semiexperimental que no necesita, a las cuatro semanas de sabérsele infectado por el virus.
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