(Leer buenos libros ayuda a no ser tan cenizo.)
Su señoría tiene un «grado superior en txistu»
Lo que sucede en esta España del frenesí identitario no tiene parangón en el mundo avanzado
El
diputado autonómico vasco Kerman Orbegozo, del PNV, se marcha al
Ayuntamiento de San Sebastián y será sustituido en el hemiciclo por
Garikoitz Mendizabal, otro señor de su partido, concejal en la villa
balnearia de Cestona (lo que ahora el nacionalismo llama Zestoa, por
aquello de tocarle un poco la zanfoña al resto de los españoles).
Imagino que habrán reparado en los nombres de pila de sus señorías:
Garikoitz, que al parecer quiere decir «campo de trigo», y Kerman, que
es un invento para no poner Germán, que suena muy mal (léase español).
Probablemente, ningún vasco se llamó jamás Garikoitz o Kerman antes de
que los hermanos Arana inventasen su mito identitario. Con lo fácil que
era lo de Josemi y Perico… Pero no divaguemos. El nuevo diputado cobrará
75.000 euros en el Parlamento de Vitoria. Como nota destacada de su
currículo, y aquí llega lo bueno, la prensa vasca destaca que Garikoitz
ostenta un «grado superior en txistu». Lo cual viene a ser algo así como
fardar de que se posee un título superior en ukelele.
Flautas
hay muchas y de diversa complicación. La flauta travesera pasa por ser
un instrumento difícil. También existe la flauta dulce, normalmente con
ocho orificios.
Y luego hay una pequeña flauta pastoril, de embocadura y
solo tres agujerillos, un modesto instrumento de origen medieval, que
se toca con una sola mano, mientras la otra iba marcando ritmo con el
tamboril. Ese humilde flautín, que se utiliza en Navarra, País Vasco,
Aragón y León, es denominado «txistu» por los vascos. La primera vez que
lo escuché fue en mi propia boda, pues al casarme con una donostiarra
cayó un «aurresku» de honor a la salida de la Misa. Me pareció
entrañable. Pero mi sensación fue que aquel instrumento no era
precisamente como para ponerse a atacar con él la Sinfonía número 4 de
Bruckner (y lo mismo sucede con la gaita de mi tierra).
Pero me
equivocaba. Garikoitz Mendizabal, titulado superior en txistu, se ganaba
hasta ahora sus garbanzos como director de la Banda Municipal de
Txistularis de Bilbao y ha grabado varios discos, entre ellos uno
titulado «Txistu Symphonic». No sé si en Honolulu habrá una Banda
Municipal de Ukeleles costeada por el Estado a mayor gloria de las
raíces identitarias. Me da que no...
¿Qué
refleja toda esta anécdota? Pues el país absurdo que estamos
construyendo. Mientras se denigran y se retiran de los currículos
escolares los hechos más importantes de nuestra historia, los gobiernos
autonómicos se dedican a fomentar el híper localismo, con un énfasis
muchas veces histriónico y cultivando la fábula. Ningún niño vasco
estudiará quién fue Tomás Luis de Victoria, el mayor genio de la música
española, pero tendrán que aprenderlo todo sobre el flautín identitario
de tres agujeros.
El afamado historiador
británico Eric Hobsbawm era un energúmeno político, un marxista fanático
que se murió defendiendo que los millones de muertos del experimento
comunista habían valido la pena. Pero no se puede negar su inteligencia y
perspicacia en otras materias. Uno de sus libros, La invención de la tradición,
explica lo que indica su título: muchos de los rasgos antiquísimos con
que se dan pote los nacionalismos son en realidad invenciones de
anteayer. Por ejemplo, recuerda Hobsbawm, la milenaria falda escocesa de
los venerables clanes montañeses… es una milonga a efectos históricos:
fue inventada en el siglo XVIII, y para más inri, por un inglés.
La
bandera vasca la dibujaron los hermanos Arana un día de finales del
siglo XIX como un símbolo para Vizcaya. El Barrio Gótico de Barcelona
data mayormente de los años veinte del siglo pasado. Lo de los celtas en
Galicia es en casi todos sus extremos una cantinela romántica de los
primeros nacionalistas. El antiquísimo conjuro de la queimada lo inventó
en 1974 un empleado de banca de Vigo, que acaba de morir.
La historia
se tergiversa. La tradición se inventa. Las costumbres, bailes y ritos
del viejo mundo agrario, a veces muy similares en toda la Europa
profunda, pasan a ser venerados como gloria nacional identitaria. En los
peores casos se llega incluso a esgrimir una supuesta superioridad
racial, como empieza a ocurrir ya con algunos orates del separatismo
catalán... Y el entrañable y pequeño txistu acaba convertido en
instrumento sinfónico de estudios superiores.
El
nacionalismo se cura viajando, abriendo un poco los ojos y entendiendo
que el mundo es más grande que tu ombligo. Si escribes «txistu» en
Google, la primera búsqueda que te sale es... ¡un asador de Madrid!
Pardiez. Que no se entere el bueno de Garikoitz, titulado superior en
flautín de tres agujeros.
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