Lorca fascista
Que está feo invadir ayuntamientos es obvio. Pero que el episodio es incomparable al lado de otras invasiones, agresiones, acosos, coacciones, asaltos protagonizados, inducidos o legitimados por los mismos que ahora se ponen estupendos con cuatro ganaderos, también
La macrogranja nacional de tontos,
cínicos, demagogos, hipócritas e ignorantes es inmensa y, aunque
concentra su actividad en el mercado interior, también exporta con
frecuencia: ahí tienen a Garzón asumiendo en primera persona la
promoción del producto local en el Reino Unido, o al propio Pedro
Sánchez surcando mares, cielos y océanos para testimoniar nuestra
pujanza, ora en América, ora en Ucrania, ora en Abu Dabi.
No
hay rincón del mundo relevante sin un tonto español ejerciente, aunque
donde alcanza su plenitud de facultades es en el ecosistema patrio:
allí, o aquí, el tonto ibérico rueda a diario un nuevo episodio de El hombre y la Tierra,
glosando en cada entrega alguna de sus incontables prestaciones para la
vergüenza ajena, la humillación y el insulto a la inteligencia.
Aunque
la economía es uno de los hábitats donde su rendimiento más brilla, hay
que buscarlo en las estepas morales para observarlo en plenitud: allá
donde aúllan los himnos maternales de Rigoberta Bandini mientras legisla
casi la obligatoriedad del aborto; allá donde abre una causa general
contra la Iglesia por la pederastia de unos sinvergüenzas, pero calla
los abusos sexuales a menores en Baleares o Valencia; nuestro espécimen
más autóctono alcanza el clímax.
Todos somos tontos cinco minutos al día, sentenciaba Elbert Hubbard, aquel peculiar americano conocido por su Mensaje a García, una versión del If de Kypling mezclado con la melaza del Principito destinado a patrimonializar patrióticamente la liberación de Cuba de los pérfidos españoles.
Nuestro
tonto va más lejos y puede serlo todo el día, incluso dormido, para
manifestarse allí donde su presencia sea requerida: el último
avistamiento ha sido en Lorca, donde llegó preguntando por el Romancero gitano y se encontró con una protesta de ganaderos.
Que
está feo invadir ayuntamientos es obvio. Pero que el episodio es
incomparable al lado de otras invasiones, agresiones, acosos,
coacciones, asaltos protagonizados, inducidos o legitimados por los
mismos que ahora se ponen estupendos con cuatro ganaderos, también.
Aquí
se ha apedreado a PP, Vox y Cs en Cataluña, el País Vasco e incluso
Madrid con el silencio cómplice de estos mismos trompetistas de Jericó
que pretenden activar su enésima alarma antifascista para convertir una
protesta desesperada, menor, irrelevante y obviamente equivocada en las
formas pero razonable en el fondo, en otra excusa para estigmatizar a la
oposición y deslegitimar cualquier protesta contra sus múltiples
abusos.
Nada extraña en gentes que aprueban
leyes a favor de los okupas y contra la propiedad privada mientras
adquieren mansiones en Galapagar y las rodean de guardias civiles. Ni en
quienes instigan el asalto al Congreso o al Parlament, pero se afectan
por un incidente en un consistorio de pueblo. Ni en quienes deportan
reyes mientras repatrían a etarras.
El tonto
es así, pero aunque la tontería sea contagiosa, no hagamos el tonto
dándoles demasiado la razón: poco ha pasado en Lorca, y poco pasa en
España, frente a tíos con sueldos de cinco o seis ceros que dedican su
tiempo a agredir de múltiples maneras a quienes les pagan esa morterada
mientras lloran para llegar a final de mes.
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