(Es la cosecha propia del empoderamiento femenino.
Victimismo y miedo a las tretas, perdón, las tetas.)
Nadia Calviño se abona al feminismo tontolaba
Anuncia que jamás participará en un foro donde no haya otra mujer. Absurdo, amén de ser un planteamiento denigrante para las propias mujeres
Con
Nadia Calviño, una de las figuras políticas más sobrevaloradas de la
España actual, probablemente nos vendieron mercancía averiada. Nos la
ensalzaron como una lumbrera con dos titulaciones universitarias,
bruñida por su paso por eminentes puestos en la paquidérmica burocracia
bruselense. Un faro de lucidez, que aportaría cordura en el desmadre
económico del Gobierno de socialistas y comunistas. Pero una vez que
hubo de pasar de las musas al teatro, Calviño no ha dado una.
Entre
los hitos de esta supuesta eminencia, de 53 años, figurará para siempre
su predicción de marzo de 2020, un día antes de que Sánchez declarase
el estado de alarma, cuando nos pronosticó muy segura de sí misma que la
covid tendría un impacto económico «poco significativo y transitorio».
Casi acierta: España acabó el año con el mayor desplome del PIB de toda
la OCDE. Posteriormente se ha distinguido por marrar en todas las
previsiones de crecimiento, inflándolas con fantasías animadas de ayer y
hoy.
Cuando se lo han afeado, ha hecho un Xavi Hernández: culpar al
árbitro, acusando al INE de medir mal el PIB. Por último, Calviño se ha
visto derrotada una y otra vez por el bando podemita, que siempre le
dobla la mano para sacar adelante leyes intervencionistas de la
propiedad privada e iniciativas de alma peronista.
Los
modales educados y la vestimenta atildada de Nadia chocan con el estilo
más de barrio y navajero de Irene Montero, Belarra, la sin par Adriana
Lastra y las «socias y socios» del engendro Frankenstein… Ante tan
acusado contraste, Nadia debió pensar que necesitaba un golpe de efecto,
dejar claro que ella también es «súper progresista», a pesar de un
porte que evoca la película Sonrisas y lágrimas. Solo así se
explican sus sorprendentes declaraciones abonándose a la versión
histérica del feminismo que distingue a la ultraizquierda: «No voy a
volver a participar en un debate donde sea la única mujer, ni hacerme
una foto en un foro así», declaró la vicepresidenta muy enojada.
Una
perfecta patochada. Si nuestra vicepresidenta debe mantener una reunión
con los ministros de Economía de Francia (Pierre Moscovici), Italia
(Daniel Franco) y Alemania (Robert Habeck), ¿va a plantar la cita
argumentando que en ese encuentro ella es la única mujer y que por ahí
no pasa? Si le organizan un coloquio en Madrid, o en Davos, con la terna
de economistas que derrite de placer al «progresismo» (Paul Krugman,
Joseph Stiglitz y Thomas Piketty), ¿Nadia los va a plantar con el
singular argumento de que son tres gachós?
Es un planteamiento absurdo, y
en realidad denigrante para las mujeres, pues viene a presentarlas como
seres desvalidos que necesitan un plus de apoyo, una muleta, cuando no
es cierto. Amén de que ofende también a los hombres, al dibujarlos como
una suerte de orangutanes con los que una mujer no debe estar jamás
sola.
Todos estamos a favor de la igualdad
de derechos y oportunidades de hombres y mujeres. No hay discusión ahí
en el arco político, ni tampoco en la sociedad española. Todos estamos a
favor de que se acabe con la brecha salarial y con todo tipo de
prácticas que puedan resultar denigrantes para las mujeres. Pero hay que
decir la verdad: España es uno de los mejores países del mundo para ser
mujer.
De hecho, ellas ya están ganando en la universidad y muy pronto
lo harán en la empresa. No se puede confundir la lógica defensa de los
derechos de las mujeres con esa murga exaltada, saturada de sectarismo y
victimista que la izquierda presenta con el logo de «feminismo». Así
que, señora Calviño, no recurra a proclamas tontolabas para intentar
congraciarse con el ala radical de su Gobierno. Más estilo y menos
soflamas, que ya vamos peinando canas…
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