lunes, 28 de marzo de 2022

ATICUERPOS CONTRA LA EXCELENCIA

Anticuerpos contra la excelencia

Por Álvaro Delgado

Uno de los comentarios habituales en las charlas de café sobre temas de actualidad es la ínfima calidad de nuestra clase política, tanto en lo referente a valores personales como a su trayectoria profesional. Cosa que contrasta con lo sucedido en otras épocas, en las que la dedicación a los asuntos públicos representaba el colofón a una exitosa carrera, culminando muchas personas respetables largos años de trabajo con una dedicación honrosa al servicio de todos los ciudadanos.

El desprestigio de la dedicación a la política puede explicarse por variados factores, cuyo producto confluye de forma dramática en la lamentable situación presente. El primero de ellos, y en esto hay que dejarse de hipocresías, es la pésima retribución económica de los puestos de elevada responsabilidad. No hablamos aquí de los directivos de las mayores empresas públicas, ni de eurodiputados u otras colocaciones que gozan temporalmente de prebendas especiales. Pero, conociendo que el Presidente del Gobierno español cobra anualmente unos 85.000 euros brutos, comenzamos a explicarnos quién puede aspirar a ese cargo.

Es cierto que dicha retribución resulta considerable para personas sin cualificación, o para simples empleados o funcionarios públicos que viven de lo que les paga la Administración. Pero también que jamás podremos aspirar a contratar para gobernarnos a ningún profesional formado, exitoso y reconocido pagándole un salario de ese nivel. Que contrasta, además con lo que Presidencia del Gobierno paga, por ejemplo, a la empresa que mantiene sus jardines. De forma que ha llegado a publicarse -no sin bastante sorna- que mientras el jardinero de La Moncloa tiene un contrato anual de unos 275.000 euros, nuestro Presidente gana menos de una tercera parte. Por eso el cargo suele venir tan grande a la mayoría de los individuos que lo ocupan. Y por eso sólo podemos esperar que desempeñen esos puestos o bien funcionarios públicos o bien tipos escasamente competentes en el mundo profesional privado.

Una segunda razón explicativa es el enorme riesgo reputacional que supone para cualquier profesional reconocido el ejercicio de una actividad pública. La política se ha convertido hoy -a diferencia de lo que fue en el pasado-, y con la complicidad interesada de muchos medios de comunicación, en una gigantesca picadora de carne. La vida personal y familiar de cualquier cargo público, e incluso su anterior trayectoria profesional (por brillante que hubiera podido ser), se exponen a quedar gravemente dañadas desde el momento en que toman posesión de su primer cargo público. Las razones de este curioso fenómeno social no resultan fáciles de explicar, pero tienen bastante que ver con una sociedad en la que lo zafio y el trazo grueso prevalecen sobre la discreción, el respeto y la finezza de tiempos pasados. Hoy resulta muchísimo más divertido masacrar a semejantes que ensalzarlos. Especialmente en España.

Una tercera razón es el papel determinante que juegan en todos estos temas las estructuras de nuestros partidos políticos. La afiliación y fidelidad a un partido -y la sumisión a quien ejerza su liderato- resultan elementos imprescindibles para medrar en la vida política. Con dos consecuencias funestas: la pavorosa falta de democracia interna que caracteriza a las mayores organizaciones políticas (que no se ha logrado enmascarar con el fracasado y manipulado sistema de “primarias”), y la inevitable trayectoria por todos los escalones de la organización para aspirar a responsabilidades políticas. Por eso, la mayoría de los líderes actuales son “gente del aparato”.

Otra circunstancia anómala es que la actual clase política, tal vez para justificar o compensar las desventajas salariales y reputacionales antes comentadas, ha normalizado prácticas impresentables como las llamadas “puertas giratorias”, que consisten en colocar con desvergüenza a antiguos ocupantes de cargos políticos en “retiros dorados” ubicados en empresas, corporaciones o instituciones con participación pública, pudiendo incluso volver luego a la política sin que nadie aprecie incompatibilidades. Con ello hacen bueno lo de que “te hemos pagado mal y machacado mediáticamente pero te colocamos y compensamos después”. Y aquí todos los partidos se comportan igual, sin que nadie ponga el grito en el cielo. Hoy por ti y mañana por mí.

¿Por qué no se soluciona todo esto si tanta gente lo ve? ¿Por qué líderes y partidos que aparecieron anunciando la “nueva política” se mimetizan tan rápido con todo lo que antes criticaban? Pienso que la política se ha convertido mayoritariamente en un coto cerrado de individuos incompetentes, y que sus profesionales viven encantados con esa descorazonadora situación. En la que defienden con uñas y dientes su mezquino chiringuito de las intromisiones ajenas. Por ello cuando aparecen personas brillantes e independientes aspirando a entrar ahí (Manuel Pizarro, Marcos de Quinto, Cayetana Álvarez de Toledo) los demás generan contra esa excelencia poderosos anticuerpos cuyo fin es expulsarla completamente de la vida política. Para no quedar en ridículo y que los ciudadanos descubramos su pavorosa mediocridad.



 

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