Bombardear la Sagrada Familia
Ahora que Rajoy y Feijoó han puesto de moda la “política para adultos”, les acompaño unas reflexiones también concebidas para adultos. Soy plenamente consciente de que cualquier tema complejo jamás puede entenderse con explicaciones simples. Y también de que la propaganda desorejada se esfuerza por deformarnos el parabrisas a través del cual contemplamos los acontecimientos del mundo.
Las guerras generan siempre un torrente de mentiras. Por parte de todos los contendientes, los que nos resultan simpáticos y los que no. Por eso, resulta altamente inconveniente infantilizar este tipo de conflictos, convirtiéndolos -como hacen bastantes medios de comunicación- en una película maniquea de buenos contra malos. Como los viejos westerns mostraban al atractivo cowboy matando apaches sanguinarios. Porque eso lleva a criminalizar no al tirano de Vladimir Putin, sino a los ciudadanos rusos ajenos a toda culpa.
Diferentes gamas de grises invaden la geopolítica mundial, y la actitud de Europa y los Estados Unidos en conflictos bélicos anteriores (Serbia, Bosnia, Kosovo, Afganistán) no ha rayado precisamente en la ejemplaridad. Como tampoco la censura europea a las agencias rusas de noticias. Porque si Putin ha prescindido de la voluntad de su pueblo para decidir la invasión de Ucrania, muchos líderes mundiales nos tratan como a críos quitándonos del plato los huesos y las espinas que afean la versión que les interesa. Y así, manipulando medios y redes, nos encierran en un Matrix pensado para adolescentes.
La violencia es siempre un horror. Por eso, cuando la vida te hace habitar junto a la casa de un macarra o pegado a la jaula de un tigre, conviene tomar precauciones. Tú y esos “amigos” que te aconsejan desde una distancia prudencial. Conociendo que Putin gasta en armamento un 20% de su presupuesto, muchísimo más que en derechos sociales para su pueblo, bastantes desastres actuales se hubieran podido evitar con una adecuada lectura de lo sucedido desde la invasión rusa de Crimea en el año 2014. Aunque la anticipación y la huida del cortoplacismo no constituyen la mejor especialidad de nuestros dirigentes occidentales.
Cuando mentes brillantes como Fernando del Pino o Miguel Ángel Quintana Paz -situados en las antípodas intelectuales de los impostados balbuceos pseudopacifistas de esos indigentes neuronales que Podemos ha colocado en el Gobierno de España- advierten de la complejidad de la realidad ucraniana, no deberíamos despreciar tan acertadas reflexiones. Que no tratan de justificar la actuación del tirano del Kremlin, pero sí de explicar a cierta opinión pública -algo más inquieta de mente- por qué un gobernante poderoso actúa de forma desconcertante. La realidad es que el ex agente del KGB ve amenazada su visión soviético-imperial de Rusia por unos vecinos que Occidente ha ido colonizando cada vez más, quizás imprudentemente.
Para la mayoría de mentes simples, Putin se ha vuelto loco. Esa es la interpretación que algunos venden a la gran mayoría del planeta, que contempla desde la distancia de su sofá la gravedad de la situación ucraniana. Pero análisis más sesudos tratan de desentrañar las causas larvadas por las que un tipo implacable, orgulloso y menospreciado por Occidente ha tomado una decisión drástica, que puede convertir a su pueblo en un conjunto de parias universales. Explicaciones que no están al alcance de muchos cerebros binarios, esos que siempre precisan clasificarlo todo en blanco o negro, y prefieren proferir exabruptos, e identificar enseguida al malote, para seguir engullendo su cena fascinados por el heroísmo del pueblo ucraniano bajo las bombas que exhiben los telediarios.
Adivinando la persistente manipulación USA de sus aliados europeos, ya que -en el fondo- se trata de una guerra entre bloques (USA/Europa versus Rusia/China), nada justifica la clamorosa desmesura violenta de Vladimir Putin. Nadie en su sano juicio piensa que la OTAN tome la iniciativa de atacar jamás a Rusia. Nadie en sus cabales cree que el Gobierno de Ucrania esté infestado de nazis (da la triste casualidad de que su heroico presidente, Volodimir Zelensky, es de familia judía). Nadie en plenitud de sus facultades mentales considera necesario matar inocentes, o destruir las infraestructuras civiles de un país entero, para proteger a los rusófilos de la pequeña región del Donbás. Nadie que no esté enajenado estima que hay que bombardear maternidades -o una central nuclear- para que Ucrania sea un país neutral. Todo eso constituye una sarta de mentiras propaladas por un déspota que añora su viejo régimen y desprecia tener democracias vecinas. Por si cundiera el ejemplo.
Aun así, repentinos fans de la “diplomacia de precisión” consideran que dichos pretextos justifican la invasión militar, y aconsejan pactar la paz dejando que Putin colonice Ucrania. Si semejantes mentes privilegiadas fueran coherentes con esa visión de las cosas, o con algo en esta vida, ante el intento de secesión que los independentistas perpetraron en Cataluña hubieran bombardeado la Sagrada Familia. Para firmar mejor la paz.
(MallorcaDiario.)
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