19/2/2009.
En su estudio sobre la teoría y la historia bancaria, Henry Dunning Macleod, se escandalizaba de que el Banco de Inglaterra estuviese agravando los problemas que el mismo había creado añadiendo todavía más leña al fuego. En 1797, el Banco de Inglaterra suspendió la convertibilidad en oro de sus billetes y, por este motivo, el billete se depreció con respecto al oro y al resto de divisas. Al fin y al cabo, el oro y una "promesa de pagar oro" (el billete) o una "promesa de pagar oro" y otro "promesa de pagar oro" (billetes extranjeros) sólo valen lo mismo si se tiene intención de cumplir con las respectivas promesas. Sin embargo, parece ser que la depreciación del billete no gustó demasiado a los oficiales ingleses, así que impusieron su paridad con la guinea (la moneda de oro inglesa de entonces). Los tipos de cambio internacionales quedaban, para su disgusto, fuera del ámbito de sus competencias.
¿Consecuencia? El oro desapareció de la circulación y comenzó a atesorarse. A nadie le interesa regalar su dinero a precio de saldo, así que mejor dejarlo en casa y utilizar sólo el mal dinero en la medida de lo posible.
Pero como el oro dejó de circular, la cantidad de medios de pago en la economía se redujo, de modo que el gobernador del Banco de Inglaterra estimó que tenía que compensar esta caída imprimiendo más billetes. Pero esto sólo provocó que el valor del billete con respecto al oro en los mercados internacionales cayera aun más, tal y como se reflejaba en la ulterior depreciación de su tipo de cambio.
En este contexto, el ministro de Economía inglés se negaba a reestablecer la convertibilidad del billete en oro. Desde su punto de vista, si se regresaba al oro, los extranjeros se beneficiarían de los bajos tipos de cambio para despojar a Inglaterra de su metal dorado. Macleod repasaba escandalizado toda esta polémica: ¿Dónde está el origen del problema? En que se suspendió la convertibilidad con el oro. ¿Cómo se agravó el problema? Imprimiendo más billetes no respaldados por oro. ¿Qué otra solución podía haber que retirar los billetes no respaldados y restaurar la convertibilidad, tal y como ya se hizo con éxito en 1697? Evidente, ¿no? Pues parecía que a los miembros del Banco de Inglaterra no les cabía en la cabeza (o en el bolsillo, ya que nada hay más provechoso que poder crear dinero cuasi sin restricciones) y tuvo que ser un comité de expertos monetarios, que parieron el famoso Bullion Report, los que animaran a volver a la convertibilidad, tal y como sucedió en 1821.
Más de dos siglos después parece que el Banco de Inglaterra está repitiendo sus mismos errores. ¿Dónde está el origen de esta crisis? En la excesiva expansión crediticia de los bancos centrales que ha generado todo tipo de malas inversiones.
¿Por qué pudieron expandir tanto los bancos centrales el crédito? Porque desde 1973 ya no están obligados a mantener ni siquiera unas mínimas reservas de oro por el dinero que van creando. ¿Resultado? Hemos sufrido 35 años de una moneda de valor elástico que ha ocultado cómo los bancos privados se iban descapitalizando: la inflación de activos que el dinero fiduciario promovía, permitía a los bancos presentar grandes beneficios cuando en realidad estaban avanzando hacia la quiebra que ahora se ha materializado.
¿Cuál sería la solución que podrían ofrecer los bancos centrales? Por un lado dejar de expandir artificialmente el crédito y, por otro, regresar al patrón oro. De esta manera, podríamos recapitalizar los bancos privados sobre bases sólidas y no sobre espejismos fiduciarios que enmascaran la erosión de los fondos propios (en la línea de lo que apuntaba el profesor Antal Fekete). ¿Algún burócrata se ha planteado la cantidad de capitales que podrían movilizarse regresando a una moneda que actúa como auténtico depósito de valor y que, por tanto, devolvería los mercados de renta fija a largo plazo a los ahorradores de manos de los especuladores?
Evidente, ¿no? Pues no, los miembros del Banco de Inglaterra creen que la solución pasa por rebajar aun más los tipos de interés y por incrementar la cantidad de dinero en la economía para adquirir deuda pública. Están escandalizados con que los precios de los activos que ellos habían contribuido a inflar ahora se estén desinflando, cuando esto es lo que tiene que suceder para que nuestra estructura productiva se reorganice y podamos reiniciar el crecimiento. Nada que, para nuestra desgracia, siguen sin aprender la lección.
En su estudio sobre la teoría y la historia bancaria, Henry Dunning Macleod, se escandalizaba de que el Banco de Inglaterra estuviese agravando los problemas que el mismo había creado añadiendo todavía más leña al fuego. En 1797, el Banco de Inglaterra suspendió la convertibilidad en oro de sus billetes y, por este motivo, el billete se depreció con respecto al oro y al resto de divisas. Al fin y al cabo, el oro y una "promesa de pagar oro" (el billete) o una "promesa de pagar oro" y otro "promesa de pagar oro" (billetes extranjeros) sólo valen lo mismo si se tiene intención de cumplir con las respectivas promesas. Sin embargo, parece ser que la depreciación del billete no gustó demasiado a los oficiales ingleses, así que impusieron su paridad con la guinea (la moneda de oro inglesa de entonces). Los tipos de cambio internacionales quedaban, para su disgusto, fuera del ámbito de sus competencias.
¿Consecuencia? El oro desapareció de la circulación y comenzó a atesorarse. A nadie le interesa regalar su dinero a precio de saldo, así que mejor dejarlo en casa y utilizar sólo el mal dinero en la medida de lo posible.
Pero como el oro dejó de circular, la cantidad de medios de pago en la economía se redujo, de modo que el gobernador del Banco de Inglaterra estimó que tenía que compensar esta caída imprimiendo más billetes. Pero esto sólo provocó que el valor del billete con respecto al oro en los mercados internacionales cayera aun más, tal y como se reflejaba en la ulterior depreciación de su tipo de cambio.
En este contexto, el ministro de Economía inglés se negaba a reestablecer la convertibilidad del billete en oro. Desde su punto de vista, si se regresaba al oro, los extranjeros se beneficiarían de los bajos tipos de cambio para despojar a Inglaterra de su metal dorado. Macleod repasaba escandalizado toda esta polémica: ¿Dónde está el origen del problema? En que se suspendió la convertibilidad con el oro. ¿Cómo se agravó el problema? Imprimiendo más billetes no respaldados por oro. ¿Qué otra solución podía haber que retirar los billetes no respaldados y restaurar la convertibilidad, tal y como ya se hizo con éxito en 1697? Evidente, ¿no? Pues parecía que a los miembros del Banco de Inglaterra no les cabía en la cabeza (o en el bolsillo, ya que nada hay más provechoso que poder crear dinero cuasi sin restricciones) y tuvo que ser un comité de expertos monetarios, que parieron el famoso Bullion Report, los que animaran a volver a la convertibilidad, tal y como sucedió en 1821.
Más de dos siglos después parece que el Banco de Inglaterra está repitiendo sus mismos errores. ¿Dónde está el origen de esta crisis? En la excesiva expansión crediticia de los bancos centrales que ha generado todo tipo de malas inversiones.
¿Por qué pudieron expandir tanto los bancos centrales el crédito? Porque desde 1973 ya no están obligados a mantener ni siquiera unas mínimas reservas de oro por el dinero que van creando. ¿Resultado? Hemos sufrido 35 años de una moneda de valor elástico que ha ocultado cómo los bancos privados se iban descapitalizando: la inflación de activos que el dinero fiduciario promovía, permitía a los bancos presentar grandes beneficios cuando en realidad estaban avanzando hacia la quiebra que ahora se ha materializado.
¿Cuál sería la solución que podrían ofrecer los bancos centrales? Por un lado dejar de expandir artificialmente el crédito y, por otro, regresar al patrón oro. De esta manera, podríamos recapitalizar los bancos privados sobre bases sólidas y no sobre espejismos fiduciarios que enmascaran la erosión de los fondos propios (en la línea de lo que apuntaba el profesor Antal Fekete). ¿Algún burócrata se ha planteado la cantidad de capitales que podrían movilizarse regresando a una moneda que actúa como auténtico depósito de valor y que, por tanto, devolvería los mercados de renta fija a largo plazo a los ahorradores de manos de los especuladores?
Evidente, ¿no? Pues no, los miembros del Banco de Inglaterra creen que la solución pasa por rebajar aun más los tipos de interés y por incrementar la cantidad de dinero en la economía para adquirir deuda pública. Están escandalizados con que los precios de los activos que ellos habían contribuido a inflar ahora se estén desinflando, cuando esto es lo que tiene que suceder para que nuestra estructura productiva se reorganice y podamos reiniciar el crecimiento. Nada que, para nuestra desgracia, siguen sin aprender la lección.
Juan Ramón Rallo es director del Observatorio de Coyuntura Económica del Instituto Juan de Mariana y autor de la bitácora Todo un Hombre de Estado.
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