LÍDERES
Y HÉROES INESPERADOS.
El destino nos ha puesto a todos una dura
prueba con la plaga del coronavirus. La lenta reacción de nuestras autoridades,
aun viendo lo que estaba pasando en un país tan cercano -en todos los sentidos-
como Italia, resulta de difícil justificación. Aunque deviene explicable siendo
conscientes de que -ingenua e irresponsablemente- hemos puesto casi todas
nuestras instituciones al mando de propagandistas y técnicos en comunicación
política, y no de personas expertas, gestores acreditados o profesionales competentes.
La exaltación y la tolerancia absolutas con las manifestaciones del 8-M -que
podrían haberse aplazado a mejor fecha como los partidos de fútbol, las Fallas
de Valencia o la Feria de Sevilla- en las cuales resultaron contagiadas varias
ministras y cónyuges de gobernantes, revelan la dimensión de la imprudencia e
irresponsabilidad de quienes hoy nos dirigen.
Estamos gobernados por tipos que huyen de
asumir el coste político de tomar decisiones duras e importantes para la vida
de la gente. Y eso se debe a que no les importa el pulso de nuestras calles,
las situaciones que habitan más allá de su edulcorado mensaje buenista, la
crudeza de la vida cotidiana fuera de Twitter y del plasma. A que se han
formado para exprimir a su favor los medios y las redes sociales con el fin de
ganar elecciones. A que sólo son maestros en el manejo de relatos destinados al
mundo virtual.
Pero cuando no importan los likes
y los tuits, cuando se apagan los
focos y se silencia la fanfarria, cuando en la partida de la vida pintan bastos
de verdad, descubrimos que son espectros, tipos de mentira, maniquís que
gesticulan y se desinflan, bustos parlantes que exhiben gesto descompuesto
porque carecen de los arrestos y del liderazgo que los seres humanos demandamos
para gestionar una tragedia real.
Hemos contemplado reacciones torpes y otras
miserables. Como la de la independentista catalana Clara Ponsatí riéndose de las víctimas madrileñas del virus y
tuiteando “de Madrid al cielo”, o
defendiendo que el virus que atacaba en Cataluña era “muy diferente” al del resto de España. Hasta que la pandemia, que
no tiene amigos, ha contagiado a Quim
Torra, quien debe sentirse agobiado por caer enfermo igualito que el resto
de los españoles. O la de Pablo
Iglesias, que abandona irresponsablemente la cuarentena impuesta por la
enfermedad de su pareja para hacer política sin cesar, intentando colocar al
frente de la crisis a peones de Podemos, pedir nacionalizaciones de empresas a
mansalva, vender su agenda social o descabalgar al Rey de España alentando
caceroladas mientras la gente se muere a espuertas.
Pero hoy no toca hablar más de toda esa
tropa. De esos próceres de la patria que se pelearon ocho horas en un Consejo
de Ministros -intentando ganar cuota de poder en los órganos gestores de la
tragedia- mientras la gente agonizaba por centenas y las urgencias se
colapsaban en la capital. Sobre ellos está ya casi todo escrito. Con alguna
brillante excepción, como Isabel Díaz
Ayuso o Martínez-Almeida,
gobernantes madrileños que han liderado de forma tranquila, pionera y corajuda
la actuación de sus Administraciones, hasta caer contagiada la primera debido a
su imparable actividad.
Salvo en casos aislados, como el de ellos mismos o -en
Mallorca- el de Rafael Fernández,
Alcalde de Capdepera, que ha gestionado por su cuenta en Madrid el arreglo de
sus paseos marítimos ante los incumplimientos de Sánchez y Armengol, así
le lucirá el pelo al pueblo español por haber entregado el poder a una
cuadrilla de demagogos e incompetentes. Como el asesor científico del Gobierno Fernando Simón que nos auguraba un
nivel insignificante de contagios en España y animaba a su hijo a ir a las
manifestaciones del 8-M. Los papelones que hacen algunos por medrar. La
historia les colocará a todos en el lugar que les corresponde, y ya habrá
tiempo de exigir responsabilidades.
Hoy toca rendir homenaje a otro tipo de
gente. A muchos integrantes del pueblo llano. A la cantidad de héroes anónimos,
de líderes inesperados, de genios cotidianos que el pueblo español es capaz de
generar de forma espontánea cuando más apretado se siente por los peores
avatares de la vida. Y que todos vamos descubriendo día a día en la calle, en
nuestros trabajos, en los hospitales, en los comercios que ávidamente visitamos
para abastecernos, en nuestras comunidades de propietarios, en nuestros
teléfonos móviles.
Como por ejemplo, y dejando de lado -por heroico- el trabajo
de nuestros excelentes profesionales de la salud, esos taxistas que cobran a un
euro la carrera a todos los ciudadanos, esos vecinos que se ofrecen para hacer
la compra a los ancianos de sus edificios, esos sufridos transportistas que nos
acercan a diario todo lo que precisamos, esos tenderos que nos surten de
prensa, pan y alimentos con la mejor de sus caras, esos policías que se
arriesgan al contagio velando por nuestra salud y seguridad, esos profesionales
de las entidades financieras que procuran que la gente no quede al pairo
económico en estos duros momentos, esos trabajadores que lideran a sus
compañeros en la organización de turnos de trabajo protegiendo a los más
vulnerables o necesitados.
Qué decir también de todos los que nos
arrancan sonrisas con su ingenio impagable. De esos ciudadanos -mayores y
pequeños- que aplauden a nuestros sanitarios a horas concertadas del día o de
la noche, de quienes montan un bingo o una sesión de DJ desde sus balcones para
entretener al patio de su vecindad, de los que comparten un perro en comunidad
para que sea paseado por quien soporte mal el duro encierro, de quienes generan
infinidad de memes geniales, hilarantes, en momentos de aburrimiento o
preocupación.
De esos conciudadanos que se ríen hasta de su madre para sacar
algo bueno de lo peor. España está demostrando, día tras día, que es
infinitamente superior a la mayoría de sus gobernantes. Y lo mejor de nuestro
pueblo, pese a quien le pese, está aún por explotar. Gracias a todos,
españoles. De ésta vamos a salir.
ÁLVARO DELGADO
TRUYOLS.
(Publicado en El Mundo/Baleares/23/3/2020.)
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